LUNES 2 DE OCTUBRE DE 2000

 

Ť Elba Esther Gordillo Ť

Perú: la hora de la democracia

En la penumbra se formó y entre sombras hizo crecer su figura y su fama. Se trata de Vladimiro Montesinos, el hombre que durante años sostuvo al presidente peruano Alberto Fujimori, y que hoy, parece, lo hace caer.

Expresión de una clase política menguada por años de crisis económica y moral, Montesinos --mano derecha de Fujimori-- pone fin a un régimen sui generis: demasiado autoritario para ser una democracia, pero con un sustento real de legitimidad para ser tachado de dictadura.

Termina con un escándalo de corrupción e impunidad una década de gobierno ambiguo y contrastante: hace diez años, 45 por ciento del territorio peruano había sido declarado zona de emergencia debido a las acciones de Sendero Luminoso; la economía nacional pasaba por uno de los momentos más difíciles de su historia; la inestabilidad política y social había sumido a Perú en la pobreza, y un errático manejo de la deuda externa, por parte del presidente Alan García, aisló al país de la comunidad financiera internacional (el FMI suspendió las líneas de crédito del país), el crecimiento del PIB había caído más de 20 por ciento.

Alberto Fujimori logró controlar la inflación, renegoció los vencimientos de la deuda y acabó con Sendero Luminoso. Pero no todo fue eficacia, los "éxitos" de su gobierno tuvieron un elevado costo: el 5 de abril de 1992 el presidente abolió la Constitución General, clausuró el Congreso --que desde entonces no ha vuelto a ser bicameral-- y decretó un Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, que canceló muchas de las libertades políticas y sociales de las que gozaban los peruanos.

No obstante, al frente de Cambio 90 Fujimori consiguió la reelección en 1995 con el apoyo de 65 por ciento del electorado y la mayoría en el Congreso, lo que le permitió modificar la Constitución con el propósito de permanecer un tercer periodo presidencial.

Acciones y años en los que, detrás de él, estuvo siempre la sombra de quien años antes fuera acusado por traición a la patria y prácticamente echado del Ejército: Vladimiro Montesinos.

Jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), Montesinos se movía en el mundo del subsuelo, en los ductos por los que transita la corrupción y la impunidad, pero dos hechos lo hicieron salir de su "conspicua clandestinidad": la escandalosa investigación sobre tráfico de armas --realizada por él mismo-- que involucraba a Jordania y a la guerrilla colombiana, y que como búmerang alcanzó al gobierno peruano luego de que se le relacionara con una empresa involucrada en los hechos. Días más tarde, sobrevino un hecho indignante para millones de peruanos: el Frente Independiente Moralizador da a conocer un video en el que aparece Vladimiro Montesinos entregando 15 mil dólares al congresista opositor Alberto Kouri.

Fueron años de trabajo sucio; de manejar, casi sin restricciones, los servicios de inteligencia y seguridad del Estado con fines personales: Montesinos tiene de facto el control del ejército peruano (tres jefes del Estado Mayor, tres inspectores y los 18 jefes de región son sus compañeros de generación, egresada de la Academia Militar de Chorrillos en 1966).

Vale recordar que por definición la democracia es una tarea siempre inacabada y, como todo régimen, en riesgo permanente ya sea de regresiones autoritarias o de excesos de poder. Quizá por ello el lamentable caso del capitán Montesinos señale un asunto que concierne --incluso advierte-- a todo el continente, sobre todo en esta compleja etapa en que la región está dando sus primeros pasos en los terrenos de la democracia.

Tan conocida como actual, la frase de Lord Acton: "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente" nos recuerda que la democracia es un sistema de pesos y contrapesos, de equilibrios y de mecanismos de control.

En sentido contrario, el caso de Montesinos expresa los riesgos, incluso para el propio mandatario, de dotar de poderes ilimitados a un hombre --asesor, funcionario o ministro. Hace tiempo que Benjamín Constant escribió en su Curso de política constitucional las siguientes frases: "Dale todo el poder a un hombre, a varios hombres o a todos los hombres, si quieres; a quien sea, el resultado será igualmente desafortunado para ti. Entonces atacarás a los detentadores del poder y acusarás a la monarquía, a la aristocracia, a la democracia, al gobierno mixto o al sistema representativo. Estarás equivocado; el culpable es la extensión del poder otorgado, no sus detentadores. Tu indignación debe dirigirse en contra de la espada, no contra el brazo. Hay armas que son demasiado pesadas para la mano del hombre".

Y el poder, sin contrapesos ni equilibrios, es una de esas "armas" que en una sola mano se vuelven no sólo demasiado pesadas, sino un peligro para la sociedad.

Asunto de todos, la democracia es una tarea que se hace a cielo abierto y a plena luz del día. Es, sin más, el ejercicio del poder público a la vista de todos los ciudadanos y, por tanto, bajo su escrutinio y, mejor aún, bajo su control.

Así funcionan las democracias y así lo demandan millones de peruanos al presidente Alberto Fujimori, quien está obligado --por la estabilidad del país y la seguridad de sus habitantes-- a dejar entrar a Perú en la democracia real, sin restricciones ni reservas, en donde se ejerza el poder a la vista de todos.