Ť Carlos Bonfil Ť
La dama del pavimento
Hoy concluye en la Cineteca el ciclo "Griffith maduro" (1914-1929), continuación de aquel otro ciclo, "Griffith, la etapa inicial" (1907-1913), presentado el año pasado. Las copias de las obras aquí incluidas son préstamo del Museo de Arte Moderno de Nueva York, y se presentan en 35 mms, con la excepción de Un romance de Valle Feliz (1918). El ciclo ha sido una buena oportunidad para (re)descubrir clásicos como la monumental Intolerancia (1916), o El nacimiento de una nación (1914), o Capullos rotos (1919); lo novedoso, sin embargo, habrá sido la inclusión de cortometrajes menos conocidos (El maratón de la muerte, La dama y el ratón; Corazón de madre, o de modo especial, La batalla de Elderbush Gulch, enlatada durante largo tiempo. Las dos partes del ciclo han tenido además un enorme acierto: el acompañamiento musical en piano a cargo del maestro y musicólogo José María Serralde. La revelación mayor del ciclo es sin duda la cinta La dama del pavimento (Lady of the pavements, 1928), inicialmente conocida en el mundo hispano como Canción de amor, y ocasionalmente como La Paíva, y estelarizada por la mexicana Lupe Vélez, en lo que fuera su tercera incursión hollywoodense.
Como lo señala el investigador fílmico Gabriel Ramírez en su biografía Lupe Vélez, la mexicana que escupía fuego, La dama del pavimento tenía dos versiones, una semisonora (que permitía escuchar las canciones de Irving Berlin), otra muda, que debía exhibirse en todas las salas que en 1929 aún no disponían de los nuevos sistemas de proyección. El título inicial en español, Canción de amor, alude justamente al vals Where is the song of songs for me, que vemos cantar a Lupe Velez en tres ocasiones. Desafortunadamente, la copia que hoy se presenta no incluye esa pista sonora, aunque sí una grabación (sincronizable con la imagen) de esa melodía. Con todo, es un placer descubrir la manera en que D. W. Griffith aprovecha al máximo la presencia y gracia de Lupe Vélez, una actriz poco conocida por el público joven en México. Si bien se conoce su trabajo con Fernando de Fuentes en La zandunga (1937), ¿qué tanto se le ha podido apreciar en su estelar como la Naná (1943), de Celestino Gorostiza?, sin hablar del grueso de su participación en comedias hollywoodenses, misma que le valió la reputación y sobrenombre de mexican spitfire.
Como Naná, la acción de La dama del pavimento transcurre bajo el Segundo Imperio francés. El año es 1868, poco antes de la guerra franco-prusiana. La trama es endeble, como también lo son las referencias históricas, a cargo de la imaginación del espectador. Dos mundos se oponen continuamente, la bohemia parisina y el mundo de la corte y las embajadas; el primero, una deliciosa invención de Hollywood, con un cabaret, Le Chien qui Fume (El Perro Fumador), que bien podría estar en Granada, en Estambul, o en el París de la bella época; el segundo, un monótono decorado donde las mujeres ostentan fasto en la vestimenta y los hombres displicencia. Lupe Vélez brilla en ambos mundos; en elantro bohemio es bailarina y cantante, la acompañan músicos que bien podrían ser gitanos, eslavos o extras en una comedia de Lubitsch (Ninotchka), y que despliegan buen humor y generosidad a raudales; en los salones del Imperio, Nanon del Rayón (su nuevo nombre), es una exótica señorita española, recién salida del convento, con improvisadas buenas maneras cortesanas, que sucumbe al amor del conde Armin (William Boyd, futuro Hopalong Cassidy). ¿Cómo llega la joven a la Corte, cómo sobrevive en ella, y de qué manera termina?, todo esto es el material muy previsible del cuento de hadas que Griffith transforma en melodrama, adicionando de paso momentos humorísticos formidables: Nanon del Rayón fajándose las enaguas durante su aprendizaje acelerado de la etiqueta imperial; posando como adolescente virginal ante un pintor indolente; frotándose la espalda contra la pared cuando la comezón la agobia; martirizando a su maestro de modales como una Catherine Hessling, la Naná de Jean Renoir, dos años antes. Muchos comentaristas señalan esta cinta como una de las menos logradas del director de Intolerancia. El juicio es apresurado, e insensible a la agilidad narrativa y destreza visual del director. Ciertamente, las actuaciones son tan acartonadas como el propio decorado, y el argumento, extraído de la novela La Paíva, de K. G. Vollmoeller, apenas es pálida aproximación a un drama real de la época, relacionado con la figura de una cortesana peruana, la Paíva, por quien se habría suicidado un aristócrata portugués. Griffith aligera el tono, ofrece juegos visuales que en el desenlace anticipan por siete décadas al ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze. Pone siempre en primer plano el encanto de Lupe Vélez y su propia candidez y sentido del humor, al parecer inagotables.
La dama del pavimento se exhibe únicamente hoy en la Cineteca Nacional.