DOMINGO 1o. DE OCTUBRE DE 2000

MAR DE HISTORIAS

La canción de los elefantes

Ť Cristina Pacheco Ť

La luz de las veladoras tiembla y distorsiona las facciones de los cuatro amigos que rodean a Joel. Tendido en el suelo, cubierto por una tela incolora, se estremece y repite: "Para esto hay que ser muy machos". El sí unánime y confuso se quiebra en el murmullo suplicante de Zaira, única mujer del grupo. Ruega que llamen a una ambulancia, a un doctor, "a un padrecito".

Nadie le responde. Fabio le pasa el brazo por los hombros y le acerca a los labios una botella: "Llégale". Zaira se niega a beber y, mirando siempre a Joel, muerde el cuello del chaquetón que heredó de un compañero desaparecido. Al verla, El Chapopote ríe y se frota el vientre. Se interrumpe cuando oye la voz de El Gato: "Chale, siquiera de por mientras, compórtate".

Durante unos minutos los amigos de Joel permanecen en silencio, lo miran, procuran descifrar las palabras que salen de su boca. Zaira se arrodilla y ladea la cabeza para captar mejor lo que dice el agonizante. Al cabo de unos segundos afirma: "Quiere un médico. Hay que ir a la farmacia, a ver qué onda".

Zaira va a salir en busca de ayuda. Frena su impulso al ver que Joel levanta la mano para indicarle que se acerque. La joven consulta con la mirada a El Caligari, el de mayor edad. El se encoge de hombros. No es la primera vez que presencia una agonía y sabe que ya nada podrá impedir que Joel muera.

Zaira gatea sobre el piso desigual. Se detiene cuando su mano tropieza con la de su amigo. Joel sonríe y le pregunta: "ƑTe sabes la canción de los elefantes? ƑNo? Uh, pos ya valiste. Dile al Caligari que te la enseñe para que se la cantes. Ahorita no, luego. Ya falta poco".

El Caligari se levanta y va al otro extremo del baldío. Se detiene en el ángulo que forman los restos de dos muros y se pone en cuclillas. Tocado apenas por el reflejo de las veladoras, tiene el aspecto de un cazador al acecho. Tras unos segundos empieza a cantar: "Un elefante se columpiaba/ sobre la tela de una araña... /Dos elefantes se columpiaban..."

Primero lo secunda Fabio, después El Chapopote y El Gato. Sus voces tiemblan como las llamas de las veladoras y van subiendo de tono. "Diez elefantes se columpiaban /sobre la tela de una araña. /Como veían que resistía...". El grito de Zaira interrumpe la canción. Se hace el silencio. Poco después vuelve a oírse, enronquecida por la angustia, la voz de El Caligari: "... fueron a llamar a una camarada".

II

Amanece. En el sitio que ocupaba Fabio quedó sólo el periódico que le servía de cama. El Gato y El Chapopote dormitan, apoyados uno en el otro para darse calor. Zaira deja de llorar y contempla horrorizada los pies de Joel: calzan sólo un zapato. Quedaron al descubierto cuando El Caligari jaló la tela para cubrir el rostro de su amigo. Fue un momento difícil. Fabio huyó, los muchachos se agitaron, Zaira preguntó histérica qué ocurría. La respuesta la dejó anonadada.

El llanto y el desvelo alteran la visión de Zaira. Cree ver agitarse la tela que le sirve de mortaja a Joel. Esperanzada, sonríe y se vuelve a El Caligari: "Se movió. Respira". El muchacho toma la botella de la que bebieron todos, la levanta, la observa al trasluz para cerciorarse de que está vacía y la arroja con furia. El estallido despierta a El Chapopote: "ƑQué onda, qué pasó?" No espera la respuesta y se vuelve a dormir.

El viento sacude las yerbas entre los escombros que atestan el baldío. El Caligari se estremece, se frota las manos, se quita la camiseta y cubre con ella los pies de Joel: "Para que no sienta el frijolito". Zaira sonríe, pero vuelve a ponerse adusta cuando oye que El Caligari canta otra vez: "Un elefante se columpiaba...". Enfurecida se lanza contra su amigo, que apenas logra esquivar el golpe: "Ya deja esa puta canción. ƑEstás pendejo o qué te pasa?".

Zaira se levanta y agita los puños en el aire mientras les hace la misma pregunta a El Gato y El Chapopote. Ellos la miran desconcertados y no intentan refrenar su arranque de ira. Al fin la muchacha cae de rodillas y se pone a golpear el suelo mientras repite: "No puede ser, no puede ser. Perros, somos peor que perros".

III

El Caligari va adelante. Zaira lo sigue, arrastrando los pies. El Gato y El Chapopote caminan abrazados, sin devolver las miradas reprobatorias de las personas con que se cruzan camino al puente de la Virgen. Es uno de sus refugios. Decidieron regresar allí mientras alguien descubre el cuerpo de Joel y lo envía, como ha sucedido con tantos otros que viven y mueren en la calle, a la fosa común.

Apenas llegan al puente, los cuatro amigos hurgan entre la basura amontonada junto a las columnas. El Caligari encuentra un pedazo de hule espuma y lo muestra a sus compañeros: "De haberlo tenido anoche, se lo hubiéramos puesto de almohada al Joel".

Zaira recupera la conciencia de lo sucedido y llora otra vez. Para consolarla, El Caligari le entrega el pedazo de hule espuma. Ella recupera la serenidad, toma el obsequio y arrullándolo, como si se tratara de un bebé, se encamina hacia el pretil con ánimo de descansar.

El Caligari va tras ella y se sienta a su lado. Apoya la cabeza en el muro y observa el cielo gris: "Me cae que al rato llueve". Por primera vez se dirige a Zaira, que deja de acunar el trozo de hule espuma: "Cuando llovía, el Joel se asustaba, Ƒte acuerdas?". Zaira asiente. "Yo siempre andaba aconsejándolo: 'Buzo, hijín, ya no te acuerdes de la casa, ni de la madrecita, ni del jefe'. šPuta!, ése era un mono como de dos metros de alto. Apenas veía que nos acercábamos a la puerta, šmoles!, nos tiraba un chingadazo. Mira".

El Caligari se levanta la camiseta raída: "Esa cicatriz me la debe el jefe. Me cae que si un día me lo encuentro se la voy a cobrar, y también todo lo que le hizo a mi carnal. Desde que lo llevaron a la casa le echó el ojo. Por cualquier cosita lo sacaba al patio y lo dejaba amarrado al árbol horas y horas, sin importar que hiciera calor o que lloviera".

"Una vez Joel quiso matarse tirándose de la azotea. El jefe lo apaleó bien feo y la madre ordenó que lo amarrara al árbol una semana entera. Sólo le daban de comer jitomates y manzanas podridas. Pero no creas que en el plato o algo, sino que se los ponían en el suelo. Era bien triste, bien feo ver al Joel estirándose y tratando de morder algo. El jefe se moría de risa. Cuando lo vea se lo voy a cobrar rompiéndole la jeta".

Sin darse cuenta El Caligari le arrebata a Zaira el trozo de hule espuma y lo estruja mientras habla: "A Joel le daba miedo quedarse en la noche solo en el patio. Lloraba, pedía perdón. Ni quién le hiciera caso. Una vez no aguanté y bajé a acompañarlo. Como no dejaba de llorar se me ocurrió cantarle la canción de los elefantes, por eso de que fueron a buscar un camarada. ƑY sabes qué? El buey se meó de la risa. Igualito que el día en que nos pelamos de la casa".

El Caligari muestra los brazos llenos de cicatrices: "La pared estaba altísima y con hartos vidrios picudos para que nadie pudiera salirse. Nosotros sí. Corrimos sin parar, pero antes prometimos que si el jefe nos pescaba, nos mataríamos uno al otro para no permitirle que nos regresara a la casa. Era un infierno, un infierno... šQué bueno que Joel ya no pueda recordarlo!".

Torturado por las visiones, El Caligari llora. Zaira se pone a cantar: "Un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña..." Olvida cómo sigue la letra. El Caligari la auxilia: "Como veía que resistía/ se fue a llamar a un camarada".