DOMINGO 1o. DE OCTUBRE DE 2000
Ť Guillermo Almeyra Ť
La "izquierda" de monsieur Chauvin
Cuando el ministro francés del Interior (y ex ministro de Defensa) Jean-Pierre Cheve-nement renunció a su cargo para protestar por la decisión de su gobierno de hacerle a Córcega concesiones autonómicas hubo quien, en la izquierda europea, y en la española en particular, vio en esa dimisión una señal de coherencia y de valentía socialista. La posición de Chevene-ment, sin embargo, era clara: le tiene muy sin cuidado la voluntad de los corsos (o de otras minorías agrupadas en el Estado francés) y no le preocupa para nada ni la democracia ni la estabilidad política en Francia. Para él, esta última se asegura con la policía y con un prefecto (institución irónicamente creada por el corso Napoleón Bona-parte) y la primera se debe someter a la necesidad de preservar la república unitaria de los jacobinos.
Chevenement se opuso, en su momento, al bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia, en nombre del nacionalismo francés y de los intereses y la grandeur de Francia, y aplicó el mismo criterio para oponerse a la Guerra del Golfo contra Irak, gran proveedor de petróleo para Francia y gran comprador de armamentos franceses. Su "socialismo" y el de su movimiento "de los Ciudadanos" es, en realidad, mero republicanismo y nacionalismo tradicional, al igual que su oposición a la hegemonía económica, política y cultural estadunidense y al neoliberalismo. Su teórico no es el internacionalista Marx sino monsieur Chauvin.
Hay, en efecto, una parte importante de la supuesta y autodenominada izquierda mundial que no ha digerido el estallido de los Estados-nación, que no entiende ni respeta el concepto de autonomía, que rechaza los nacionalismos de las minorías (sin entender su eventual justificación y validez), pero que motiva ese rechazo en el nacionalismo opresor del aparato estatal y de quienes lo respaldan. Se corre así el riesgo de que la justa indignación ante el terrorismo de ETA, en el País Vasco, por ejemplo, lleve a un sector de la izquierda en España a un frente único ideológico con el nacionalismo centralista y antiautonómico de Madrid, ya bien presente en el Partido "Socialista" "Obrero" Español, con sus GAL y sus represiones que constituyen el precedente de la política franquista antivasca del actual gobierno de derecha.
Tienen razón los que en el País Vasco y en toda España repudian los métodos fascistas de los terroristas de ETA y su racismo. Porque para ese grupo armado los habitantes no vascos de Euzkadi deben acatar la línea de la minoría terrorista, y para el fundador del Partido Nacionalista Vasco los vascuences son una "raza", para colmo superior a la supuesta e inexistente "raza" española. De modo que les resulta posible poner bombas en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, pues muy probablemente las explosiones matarán no vascos, y es lícito matar donde sea a quienes se oponen a ETA (y enviar cartas-bomba a los periodistas españoles o españolistas), porque hay que desbrozar el camino al triunfo de la "raza".
El independentismo o la lucha por la ampliación de la autonomía no tienen nada que ver con ese terrorismo que desprecia la ética y las vidas humanas. La barbarie del atentado terrorista contra desconocidos o el asesinato de pobres diablos que son burócratas de tercera fila del partido de gobierno o del "socialista" nada tienen que ver, tampoco, con la legítima defensa contra la opresión. El anarquista polaco-argentino Radovisky, que ajustició al coronel Ramón Falcón, responsable del asesinato masivo de peones rurales en la Patagonia, suspendió varias veces la ejecución del criminal por no herir o matar con una bomba a transeúntes inocentes o porque aquél llevaba su niñita de la mano al colegio. Radovisky respetaba la ética y sabía que en la guerra social no todo vale y que los medios deben estar de acuerdo con los fines.
Es salvaje y antidemocrática la ampliación de la ley antiterrorista, de modo de abarcar y reprimir incluso a quienes cometen "delitos de opinión" o se niegan a diferenciarse de ETA. Pero es nacionalista, chauvinista y repudiable la actitud de los independentistas o de los nacionalistas vascos que no cumplen con su deber ético de condenar el racismo y la violencia ciega de los terroristas de ETA. El gobierno, con su represión, refuerza a éstos y al nacionalismo que la mundialización también alimenta al debilitar los Estados-nación; pero ETA refuerza a su vez el nacionalismo español que dice combatir. La única salida de este callejón ensangrentado consiste en dejar de lado el chauvinismo, buscar aliados entre los Otros, negociar con ellos la autonomía.