VIERNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Carlos Montemayor Ť
La modernidad y la guerrilla
A mediados de febrero de este año, Remy Kachadurian y Fernando Matamoros Ponce me entrevistaron en París para la revista Volcans. Se interesaban en comprender la afinidad o relación entre los movimientos armados actuales y los de Morelos en la década de los 50 y de Guerrero en los años 60 y 70.
El término "relación entre los movimientos armados" me parecía muy esquemático. Podemos hablar de relación a partir de la semejanza de una causalidad social regional o a partir de la similitud ideológica de los movimientos rurales. También podríamos hablar de relación a partir de los lazos que entre un movimiento y otro pudieron establecer individuos que participaron en uno, en dos o en más de estos movimientos. Y por último, podríamos hablar de relación en términos de la voluntad política de identificar cada uno de esos movimientos como una cadena sucesiva de expresiones sociales.
La secuela del movimiento jaramillista, por ejemplo, se extiende a lo largo de varias décadas. Sin reducirse al movimiento estrictamente armado, esta secuela constituye un elemento a tomar en cuenta en su significación histórica. A partir de tal secuela podemos encontrar lazos de comunicación entre los movimientos armados de Guerrero en los años 60 y 70 y los movimientos actuales. Por lo tanto, un movimiento armado rural no puede restringirse solamente a los años en que operó estrictamente como estallido social. Tenemos que verlo en función de la causalidad social que lo provocó cinco, diez o 20 años antes y en función de la secuela social, ideológica y humana que imprimió durante los cinco, diez o 20 años posteriores a la desaparición del grupo propiamente entrenado para combatir.
Kachadurian y Matamoros Ponce tenían presente el análisis de Yvon Le Bot, que consideraba el movimiento zapatista de 1994 más cercano a los movimientos como los de Martin Luther King en Estados Unidos o de Gandhi en la India, que a los movimientos armados tradicionales de América Latina. Es relativamente fácil perder de vista el importante cimiento indígena del movimiento zapatista de Chiapas. Es fácil, aparentemente, porque hay figuras relevantes del mundo no indígena que ejercen una poderosa atracción en el análisis político occidental, análisis que privilegia los rasgos individualistas de la cultura europea en lugar de los rasgos colectivos del mundo indígena. Para intelectuales contemporáneos y para analistas políticos del gobierno de México, el obispo Samuel Ruiz y el subcomandante Marcos son causas más útiles o más eficientes que la historia indígena que subyace en el movimiento armado. La importancia de estas figuras las convierte en una especie de pantalla que oculta la verdad social del movimiento indígena.
Esto hace necesario recordar que hubo movimientos armados indígenas en las cañadas de Las Margaritas en 1972 y en la zona chol, al norte de Chiapas, en la década de los 50; que hubo cambios políticos importantes a finales de la década de los 30 en los Altos de Chiapas y otro movimiento armado en los mismos Altos en 1911; otra insurrección ocurrida a finales del siglo XIX coincidió con la llamada Guerra de Castas, que se extendió durante más de 60 años por la península de Yucatán y parte del estado de Chiapas. Podríamos ir retrocediendo así, por periodos de 20 ó 30 años, hasta llegar a 1712, año en que surgió otro movimiento armado en los Altos con rasgos muy acusadamente similares al movimiento zapatista de finales del siglo XX.
Esta tradición de los movimientos armados indígenas no es desconocida en el mundo campesino, pero sí en el mundo académico de la modernidad. Así, el EZLN es, por una parte, el resultado de 500 años de resistencia indígena; por otra, de al menos 30 años de una guerrilla mexicana que permaneció prácticamente desconocida en el mundo porque los vínculos entre Cuba y el gobierno mexicano fueron sólidos y profundos durante la segunda parte del siglo XX y la isla se rehusó a operar como caja de resonancia para los movimientos mexicanos. Además, el pensamiento marxista no se caracterizó especialmente por una apertura hacia la cuestión indígena. El EZLN es el primer movimiento que podríamos llamar de "indianización" de un proyecto ideológico occidental. El subcomandante Marcos ha sido muy claro en la experiencia de indianización que sufrió el grupo inicial de las Fuerzas de Liberación Nacional que se asentaron en la década de los 80 en la selva Lacandona. Es la primera vez que los vectores de transformación social no operaron desde una ideología ajena al medio rural, sino del medio rural mismo hacia cuadros de la sociedad nacional. Este dato, poco entendido por los analistas políticos, ha sido esencial en la conformación del EZLN y lo será también como mensaje político para los movimientos sociales del futuro.
Dicho de otra manera, el EZLN es un ejemplo de "indianización" de cuadros que originalmente respondían a esquemas occidentales de análisis político. Detrás de esta gran pantalla que constituyen el obispo Samuel Ruiz y el subcomandante Marcos, hay una cultura indígena que nutre hoy al movimiento zapatista igual que antes nutrió a los movimientos indígenas de otras generaciones en las mismas zonas mayas (en Yucatán, Chiapas y Guatemala). Para una visión occidental, quizás estos dos rasgos no sean suficientemente claros, porque nos interesa más la relevancia de individuos concretos que la continuidad de movimientos colectivos.