MIERCOLES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Carlos Montemayor habla de Los tarahumaras. Pueblo de estrellas y barrancas 


El término indio niega la singularidad de las culturas de Mesoamérica

Ť Por racismo ignoramos sus nombres propios que se remontan a antes de la Conquista

Ť Los rarámuris, hombres de pies ligeros y buenos caminantes que habitan su libro

Mónica Mateos Ť Ni indios ni indígenas. Cada uno de los pueblos que habitaban América antes de la llegada de los españoles tuvieron y aún tienen su nombre propio, el cual ignoramos por racismo, señaló el escritor Carlos Montemayor durante la presentación de su libro Los tarahumaras. Pueblo de estrellas y barrancas", editado por Aldus.

Menosprecio a los pueblos autóctonos

Efectuada la noche del lunes en la sede de la representación del estado de Chihuahua en el Distrito Federal, la velada convocó a muchos descendientes de los ''hombres de pies ligeros", los rarámuris, una de las cuatro etnias que integran al pueblo Tarahumara.

Antes de la presentación del libro se inauguró la exposición Tetis, de la escul arturo tora Bertha Rivas.

Montemayor, nacido en medio de ese desierto ''que en realidad es una playa que no termina", explicó que el error cometido por Cristóbal Colón al creer que América era parte occidental de la India y por ende, llamar ''indios" a los pobladores que conoció en el Nuevo Mundo, se convirtió en una forma de negar la
especificidad de cada una de las culturas mesoamericanas.

Además, el apelativo ''se convirtió en una condena, en un desconocimiento de la realidad social y humana de esos pueblos", agregó el escritor quien también desentrañó el adjetivo ''indígena", el cual proviene del latín y fue utilizado desde la época del poeta Virgilio para designar a los nacidos en la región del Lacio, como contraposición a quienes venían de fuera. Un diccionario francés posterior a la época de la Colonia aplicó por vez primera la palabra ''indígena" a los ''oriundos del continente americano".

No obstante, detalló el autor, ''en ambos casos (indio e indígena) son nombres que no les corresponden a los pueblos de América y ello conduce a ideas racistas que presentan muchos aspectos, como el desconocer y menospreciar a los pueblos originales".

Buenos andantes e hijos del sol y de la luna

En este sentido, ejemplificó que los tarahumaras son en realidad rarámuris porque ''ese es su nombre propio dicho en su lengua propia".

El término no sólo significa ''hombres de pies ligeros", sino buenos caminantes porque desde épocas ancestrales piensan que son hijos del sol y la luna, astros en continuo andar.

Por tanto, y como dignos descendientes de esos personajes celestes, los rarámuris deben ser durante su vida buenos andantes, ya que al morir su marcha deberá encaminarse hacia el cielo.

Más que un ensayo de corte antropológico, el libro Los tarahumaras. Pueblo de estrellas y barrancas fue realizado bajo tres premisas: primero, mostrar cómo han sido vistos los rarámuris por quienes no pertenecen a su pueblo; segundo, cómo ven éstos a los de fuera; y finalmente cómo se ven a ellos mismos.

De esta forma, Carlos Montemayor inicia su relato presentando las opiniones de Antonin Artaud (escritas en 1936), quien tuvo un interés ''de tipo espiritual" por los tarahumaras; de Peter Masten Dunne, autor que en sus crónicas de 1948 pretendió destacar el papel de los misioneros jesuitas; de Karl Lumholtz, que en 1896 tuvo el propósito al acercarse a la etnia chihuahuense para explorar y conocer las ignotas y extensas regiones habitadas por ''los últimos trogloditas americanos de hoy"; y de Fernando Benítez quien se conmovió ante el miedo y el padecer la mayor ingenuidad del mundo de los tarahumaras, en 1967.

A ritmo de chapareque

Finalmente, el escritor develó un secreto de los rarámuris: el significado de la palabra ''chabochi" con la cual designan a los que no pertenecen a su grupo y que no significa exclusivamente ''barbón", como los tarahumaras explican a quien los cuestiona.

Para ellos, ''chabochi" es el que tiene arañas y telarañas en la cara, ''los pelos, bigotes y barbas en el rostro son considerados insectos.

''Desde entonces, cuando aludo a este sentido en cualquier región de los tarahumaras se suceden con sorpresa, como si los hubiera pillado, una andanada de risas", concluyó Montemayor.

La noche cerró con la música que Pablo Ortega, un rarámuri que interpretó su chapareque, un instrumento parecido a un arco para lanzar flechas, con un par de cuerdas atadas, elaboradas con tripa de zorrillo.

Así agradeció el hombre de pies ligeros al público por abrir la mente y el corazón a un fragmento del interminable andar de su pueblo. Milenaria cultura, la de los tarahumaras, cuya magnificencia no cesa de sorprender a propios y extraños.


Las manchas del alma

El ser viviente en el mundo se va amargando. Por ejemplo: ''Tú sabes que las tortillas (y cualquier clase de comida) estando mucho tiempo guardadas se hacen agrias. Luego decimos que ya se hicieron malas. ¿Y con las tortillas qué pasa? Se van manchando y se van haciendo bigotudas. Tú sabes que hay unas personas llamados ''chavochis" que tienen pelos en la cara. Y hasta en la raza de nosotros hay esto. Porque la vida del ser viviente en el mundo ya tiene muchos años y nos vamos haciendo cada vez más malos. La señal de lo malo que somos está en la barba que tienen los hombres, así como las tortillas maleadas también tienen barba. Así como se manchan las tortillas, se dice que se mancha nuestra alma.

Cuando somos malos, con el tiempo nuestra alma se queda toda llena de pringue. Como el corazón de un encino que poco a poco el gusano se va comiendo y el árbol se va pudriendo o se va quedando hueco por dentro. Como el corazón del encino que se queda negro negro.

Ahora te voy a hablar sobre el corazón de un hombre bueno. El corazón del hombre bueno, se parece al corazón de un pino, porque el corazón de un pino casi nunca se pudre; así es el corazón de un hombre bueno.

Relato de Erasmo Palma recogido por Carlos Montemayor en su libro Los tarahumaras. Pueblo de estrellas y barrancas