MIERCOLES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Arnoldo Kraus Ť
Acerca de la Tierra
Los más escépticos, con frecuencia los más realistas, están convencidos de que la Tierra pronto dejará de ser suficiente para albergar, mantener y ofrecer un mínimo de calidad de vida para la mayoría de sus pobladores. Otros, usualmente sostenidos por la fuerza de preceptos religiosos, se preocupan por el hombre, pero menos por la capacidad de este paradójico planeta humano para alimentar a todos sus habitantes y siguen difundiendo la idea de procrear tanto como Dios quiera. Aunque la población mundial ha desacelerado su ritmo de crecimiento, es evidente que la pobreza y sus innumerables consecuencias se incrementan año tras año.
Quienes aman a sus feligreses, deberían saber que la tierra de ayer ya no es la de ayer, y que los ríos y los aires y las semillas y los bosques y las especies animales y las plantas y los peces y el número de habitantes y las enfermedades y todos los ad libitum tampoco son los de ayer. Por eso, hay quienes aseveran que la idea de Dios, incluido él mismo, sea el de los judíos, el de los árabes o el de los cristianos, debe cambiar. El mejor antídoto contra lo obvio es lo obvio: la Tierra no es suficiente.
Las cifras explican la magnitud del problema: en la actualidad hay 6 mil millones de humanos, y se piensa que en el año 2100 la cifra será 9 mil 500 millones. Los demógrafos calculan que cada año nacen 78 millones de seres. Esto, a pesar de algunas plagas modernas y otras viejas, pero todas destructivas y, por supuesto, vinculadas con la sobrexplotación de la Tierra. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida, la violencia urbana y no urbana, los abortos clandestinos, la desnutrición y las guerras --dice la historia que desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial no ha habido un día sin batallas-- son parte del muestrario.
Otros fenómenos humanos difíciles de cuantificar, pero también aniquiladores, como los niños de la calle, el terrorismo, los refugiados, los emigrantes que fenecen en su intento "por cruzar" la frontera, los "desaparecidos", los condenados a muerte, o quienes perecen como consecuencia de desviaciones de la tecnología, son también parte de ese entramado. El enlistado anterior, ejercicio nunca completo, engorda los apéndices que construyen el nuevo diccionario del siglo XX. Las otras caras, las loables, las creativas --ciencia, tecnología, medicina, etcétera-- conllevan el inmenso problema de su pésima e injusta distribución, y nos regresan a la misma cuestión: Ƒalcanza la Tierra para todos?
El reciente bicentenario de la publicación (1798) del Ensayo sobre el principio de la población, del reverendo Thomas Malthus, en el cual predecía, como se sabe, que la población seguiría multiplicándose hasta que se agotasen los alimentos, sigue siendo un pensamiento que no puede pasar desapercibido. La preocupación de algunos demógrafos en relación a la salud de la Tierra se comprende, si a las ideas malthusianas se añaden la pobreza, el daño ecológico y algunas enfermedades que están "fuera de control". Esas advertencias deberían servir a los líderes religiosos: modificar el mensaje de la procreación sin control equivale a supervivencia. La "trampa ecológica" --las comillas denotan la invención de un término y su posible error-- subyace en el crecimiento desmesurado de nuestra especie. Los ecosistemas han sido dañados irreversiblemente por el ser humano.
El paleontólogo Niles Eldredge lo explica bien: "hemos convertido los bosques y praderas en granjas en prácticamente todo el mundo. Nuestras ciudades, suburbios y centros comerciales han pavimentado las comunidades naturales y la contaminación, y la explotación excesiva de la pesca, están destruyendo rápidamente nuestros ríos, lagos y océanos. Aunque confiemos ciegamente en por lo menos 40 mil especies para procurarnos comida, cobijo, ropa y combustible, con la decadencia de esos ecosistemas estamos perdiendo aproximadamente 30 mil especies de animales y plantas al año de entre unos 10 millones de especies en total".
La lógica terráquea advierte y nos alerta: todo por servir se acaba. Y no sólo eso: es evidente que los círculos viciosos tienen como contrapartida círculos virtuosos. La ecuación es simple: menos personas consumen menos alimentos y devastan menos la naturaleza. Los beneficiados, si se parase la destrucción de los ecosistemas, serían los que menos tienen. Entre los postulados de Malthus, la sordera humana, el ateísmo del sida, la sobrepoblación y las larguísimas brechas entre la verdad de la pobreza y los discursos religiosos, queda la Tierra.