LUNES 25 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Hermann Bellinghausen Ť
Siete noches
Al fin lo alcanzó la mañana que, en una de esas determinaciones que se toman en un momento muy... preliminar, digamos, había elegido para partir. Cuando llega la hora del cumplimiento, no queda más remedio que avalanzarse, ciego, independientemente de dónde o cómo se esté. Mecánica muy masculina, por cierto. Como si fuera fácil librarse de lo que aquí llamaremos el contexto posterior (cualquiera que éste termine siendo).
Bajó las escaleras de madera en su mejor sigilo, poniéndose la casaca y enrollándose al cuello la pesada bufanda. El equipaje, listo desde anoche, esperaba al pie del portal. En un alarde de esfuerzo, Jack evitaba pensar, o sea distinguir los sentimientos. Nadie podría decir que atravesó el Atlántico, evitó los demonios en La Habana, traspasó entre glaciares la Tierra del Fuego, en Valparaíso se escondió de sus enemigos, y salvó apenitas el pellejo en Salina Cruz, nada más para llegar a California y no salir una semana del altillo de la Posada Anderson. Como si América fuera un cuarto de hotel.
Una voz lo llamó de arriba, dulcemente. No, no quería voltear, temía verla. La voz repitió su nombre con un timbre de tristeza. El segundo "Jack" le oprimió donde duelen esas cosas, se detuvo en el rellano, giró y lentamente alzó los ojos. Bañada por la luz de una vela que sostenía en la mano, y la luz joven de la madrugada, Laura resplandecía como una aparición, adormilada y desnuda bajo la bata apenas caída sobre los hombros.
--Jack --dijo Laura por tercera vez, y él sintió un mareo en la voluntad.
En lucha consigo, lento, hipnotizado más que indeciso, otra vez transportado, no, no, alcanzó el vano y se hundió en la neblina del abrazo, perdió su boca y los ojos en la cabellera olor a manzanilla. No resistió mirar por la ventana el extraordinario paisaje de la bahía, cubierto de cientos de goletas, barcos y botes abandonados, uno tras otro hasta cubrir sus mástiles el horizonte del agua. Un bosque de torretas y cordajes inmóviles.
Jack había llegado Jacques, en uno de los últimos navíos que no partirían ya, y quedó tan lejos de tierra que debió recorrer una ciudad fantasma de barcos, cargando sus equipaje de cubierta en cubierta antes de poder afirmar con propiedad que había desembarcado en la promesa del oeste extremo donde los ríos, bajo el vuelo musculoso de los salmones, guardaban oro.
La "fiebre" alcanzaba por entonces su clímax. El espejismo de la riqueza, el delirio de la acumulación, la escuela del hombre, la conquista de un mundo, la posibilidad (ilusión muy del siglo romántico) de volver a empezar en los Bosques Rojos o, por qué no, en el Yukón.
ƑQué esperaba él, en brazos de Laura ligera como la seda que lo envolvía en el recuerdo de las siete noches pasadas? Laura no le reprochaba su intento de dejarla sin decir adiós. No pronunciaba la palabra quédate, ni la palabra no-te-vayas. Se las decía Jack a Jack. En la voluntad de las voces internas se rendía su contrario.
--Allá no hay oro, Jack, yo lo sé. Es sólo polvo en el fondo del agua.
Jack pensó "el oro es ella", pero no era eso lo que quería escuchar. Una linda posadera no podía interponerse en su camino. Muchacho, ignorante de todo y en otro continente, se sentía un hombre completo. En realidad, su experiencia de lo que es una mujer seguía casi en cero. De Bretaña salió preparado para hazaña y fortuna, no esto.
Laura lo atrajo al vuelo de las sábanas tibias que no hacía mucho había dejado como un ladrón. El decía no, no, no, y ella le apagaba los "no" con besos y le conducía las manos a sus partes, humedeciéndolas.
La filosofía de Jack sólo incluía una idea: el hombre debe partir. En tal eco había determinado emprender la travesía. Pero su cabeza flotaba lejos de él, envuelta por las cortinas del alba, y su cuerpo se desmenuzaba en la única y fugaz sustancia. Qué sabía él de pasión y deseo. La fuerza de lo desconocido escapaba a su control. ƑExistía tesoro mayor que el pubis pelirrojo en su palma como animalillo que busca calor y tiembla?
La mañana, que desafiaba en naranja, azul violeta y rosa tenue la filosofía de Jack, esparció sobre la cama las primeras señales del octavo día.