LUNES 25 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť León Bendesky Ť
Dentro y fuera
El equipo de transición económica del presidente electo Vicente Fox tiene que hacerse cargo de todas las propuestas de cambios y adecuaciones a la política económica que ha estado haciendo públicamente. Además, deberá tener muy claras las consecuencias de los desajustes fiscales que hoy están encubiertos en unas cuentas públicas que no son transparentes, y aquéllas que generan las tensiones financieras provocadas por la manera en que se reprime la inflación. Aparte de estas cuestiones internas, el equipo de gobierno que tomará la administración el primero de diciembre debe considerar también, y de modo muy cuidadoso, lo que ocurre en los mercados mundiales, especialmente el efecto que puede tener en la economía de Estados Unidos, sobre todo en este año electoral.
Con respecto a los factores externos, los hechos de las últimas semanas son muy ilustrativos. Dos son sobresalientes; por un lado, la intervención del Banco Central Europeo (BCE) para apoyar al euro que había registrado una devaluación de más de 4 por ciento frente al dólar; y por otro, la elevación del precio del petróleo que alcanzó niveles superiores a 35 dólares por barril.
En el primer caso se trata de una decisión que indica los límites en los que se enmarca el dilema de la libre operación de los mercados y la intervención de las instituciones, en este caso el banco central del conjunto de los países de la Unión Europea. La devaluación del eruo amenazaba con incrementar la inflación y las tasas de interés y ése parece ser el borde en el que los actuales liberales están dispuestos a dejar de lado, aunque sea por un momento, el principio básico del libre juego de la oferta y la demanda. Es curioso que en esa situación el presidente del BCE señalara que los mercados se equivocaban y estaban castigando sin razón al aún joven euro, entonces decidió actuar como lo que en realidad son los bancos centrales: jugadores calificados en el mercado y usó sus reservas de divisas y junto con los gobiernos de Estados Unidos y Japón rescató su propia moneda. Esta pequeña historia deberá estar a la mano cuando sea necesario que la recuerde nuestro banco central.
Los desajustes monetarios tienen hoy una mayor relación con los movimientos de los capitales que con las corrientes de los bienes y servicios que se intercambian mundialmente. La larga expansión económica de Estados Unidos y las expectativas que está creando lo que se ha dado en llamar como la nueva economía favorecen al dólar y lo refuerzan frente a las otras monedas. Esta condición no se supera sólo con una intervención, aunque sea masiva, en el mercado. Pero ahora la situación se complica con el fuerte aumento del precio del petróleo. Los combustibles son una parte muy relevante de los costos para las empresas y para el conjunto de la economía y las expresiones del efecto adverso de los altos precios se han visto de modo notorio en las protestas de los transportistas europeos. En México, el precio del gas ya ha provocado el cierre de algunas operaciones de la empresa acerera Hylsa.
El efecto del precio del petróleo es hoy diametralmente opuesto al generado hace apenas un par de años cuando cayó a niveles menores a 10 dólares por barril, y éste puede ser otro elemento que provoque fuertes distorsiones en la economía mundial. Los efectos sobre la economía mexicana serían directos, en especial porque de modo creciente ésta es un apéndice de la de Estados Unidos y cualquier ajuste a la baja en el producto, la inversión y el consumo en ese país afectará las exportaciones y la estabilidad de los precios internos, que son las dos perlas de la política de crecimiento actual que se propone culminar un tránsito administrativo sin crisis.
Mientras aquí estamos a la espera, el gobierno del presidente Clinton se dispone a hacer uso de una pequeña parte de su reserva estratégica nacional, que fue creada en 1973 y que es ahora del orden de 570 millones de barriles de crudo, para tratar de estabilizar los precios. El invierno se acerca al hemisferio norte y hay estimaciones de que el costo de los combustibles pueda incrementar hasta 30 por ciento las cuentas en los hogares en ese país. Si, como puede ocurrir, llega el fin del ciclo expansivo en Estados Unidos, la reacción va a ser de protección a los intereses nacionales, para ello conviene que se revisen atentamente las plataformas políticas de demócratas y republicanos, con lo que los favores del libre comercio y la inversión directa serán mucho menos para nosotros.
Durante más de dos décadas ha sido evidente el efecto que tiene el petróleo en el desenvolvimiento de nuestra economía. Y tan sólo la experiencia de 1986 o la ya referida de 1998 y 2000 debería ser suficiente como para prevenir el próximo ajuste a la baja de los ingresos petroleros y del ineludible replanteamiento de la política energética, tanto de producción como de precios. Esto requiere de un rearmado de la economía nacional, esa es la exigencia para ir saliendo de la fragilidad permanente del proceso de generación y distribución de la riqueza en México.