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México, D.F. domingo 24 de septiembre de 2000
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Editorial

UNA PUGNA ABSURDA Y NOCIVA

SOL Desde hace tiempo hay una pugna sorda, llena de pullas, alusiones veladas, zancadillas y golpes bajo cuerda entre Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno electo del Distrito Federal, y la actual ocupante de ese alto cargo, Rosario Robles Berlanga. Por supuesto, las diferencias de formación, trayectoria y personalidad que existen entre ambos no dejan de tener su peso, pues el tabasqueño proviene de una amplia experiencia en el trabajo rural de base, mientras que la segunda, a pesar de su dedicación al campo y de su maestría en desarrollo rural, ha sido antes que nada una dirigente sindical y política urbana y proviene de un medio de izquierda radicalizado que sólo comenzó a institucionalizarse con el PRD.

Lo cierto es que la pugna entre integrantes de un mismo partido que, además, deben asegurar la continuidad de la principal administración conseguida por el mismo -nada menos que la capital de la República-, no sólo es nociva para ambos y la organización donde militan, sino para el país, ya que sería lamentable que el próximo gobierno se encontrase sin oposición real que lo estimulase o lo controlase, según fuese el caso.

Algunos analistas atribuyen estos roces a un abierto futurismo electoral con miras a las elecciones presidenciales del 2006, pues López Obrador y Rosario Robles serían precandidatos in pectore a la Presidencia por la oposición de centroizquierda. Es de esperar, sin embargo, que esta no sea más que una malévola suposición, ya que la motivación no sería sólo muy mezquina sino que, en caso de ser cierta, revelaría muy escasas luces políticas de parte de quien quisiera encaramarse destruyendo la organización en que se apoya y desmoralizando a su propio electorado sin tener como justificación ninguna diferencia programática.

Lo cierto es que el futuro jefe de gobierno a partir de diciembre contará en su haber con la tarea realizada por su predecesora y por su propio partido, algunos de cuyos mejores y más honestos cuadros participan en la administración actual que, antes que nada, ha marcado un corte ético con respecto de las anteriores, ya que por su dependencia económica y financiera del gobierno nacional ha tenido muy escaso margen de maniobra.

No hay que olvidar que, a diferencia de otras regiones donde el PRD tenía gubernaturas demasiado "aliadas", en el DF la esperanza fue López Obrador y no Vicente Fox. Ello se debe en gran medida a que, además de ser un candidato genuino de su partido, las bases de su triunfo electoral provienen de lo conquistado por el actual gobierno y no tanto de su propia base de apoyo y del sector perredista que le rodea. El electorado del DF votó, a la vez, por la continuidad y por el cambio: por la primera, para seguir la obra de moralización y reordenamiento, profundizándola ulteriormente; por el segundo, al esperar, en efecto, que la administración no sólo fuese honesta y buscase la eficacia, sino que también abriese el camino a una amplia participación popular que acabase con las lacras clientelares heredadas del pasado priísta pero también, en parte, presentes en algunas tendencias del PRD capitalino. Tiene razón, por consiguiente, la jefa de gobierno cuando dice que la administración actual ha realizado avances que no deben ser anulados. Quizá resulte popular, en lo inmediato, deslindarse a la vieja usanza priísta de todo lo que han hecho los predecesores del propio partido en los últimos años y sugerir un borrón y cuenta nueva. Pero, a mediano plazo, eso lesionaría la credibilidad política del próximo gobierno; crearía un funesto precedente de una guerra de guerrillas sin principios y de todos contra todos, que debilitaría aún más al partido de ambos contendientes actuales, y llevaría a un despilfarro de esfuerzos y de capacidades, en lugar de asegurar la continuidad de un proyecto en elaboración. Es hora de un llamado a la razón y al realismo político para evitar los conflictos espurios y secundarios dañinos para el país.


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