DOMINGO 24 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Bárbara Jacobs Ť

Loro en crisis

No tengo el tiempo que se lleva aprender a ahorrar tiempo, de ahí que procure contra viento y marea no desperdiciar el tiempo que tengo. En este sentido, me detuve en medio de la tarde a recoger como pudiera el quehacer diario, rutinario o no, de mis vecinos, conocidos/desconocidos. El más molesto, sin duda, el que silba desde el oeste de mi centro de atención la marcha del ejército del país. Es un vecino curioso. Hace que el conductor de su auto en turno lo deje una o dos calles antes de llegar a su casa, y, mientras el conductor lleva el auto a buen término, él camina a su encuentro silbando la marcha del ejército.

En un principio creí que pretendía enseñársela a su loro; pero cierto día, al ver al loro agarrado de una rama de mi limonero, y preguntar al vecino si el loro le pertenecía, lo negó, de manera que llegué a la conclusión de que dicho vecino silbaba la marcha aquella porque le gustaba o porque era lo único que a su vez había aprendido -que algún superior, igual que a un loro, le había enseñado, a base de repetírsela, para que, incapaz de otra cosa, la aprendiera por imitación- en sus días en el ejército. El corte de pelo que lleva es, sería, otro remanente de aquel pasado marcial. ƑFue soldado?

En una ocasión, asomada desde la azotea, sin ser vista, conté no sé cuántos mingitorios que los cargadores de un camión de mudanzas descargaban en su propiedad. ƑPara el hogar de un soltero? Sea lo que fuere, si silbara cualquier otra tonada; si silbara una variedad de tonadas en su regreso a casa, este vecino, con loro o sin él, no me resultaría tan molesto, aun a pesar de su exageradamente abultado vientre, el tinte rubio del pelo, como me resulta al silbar la marcha del ejército. ƑEs la marca del ejército; o es una tonada que los soldados del país aprenden para enseñar a sus loros? Entonces, Ƒtodos los soldados tienen loros, o únicamente aquellos que, al dejar el ejército, cambian el disfraz de soldado por el de terrateniente, como nuestro vecino en cuestión? Y, Ƒpor qué el loro del vecino no aprende la marcha que su dueño se empeña en enseñarle?

Este último dato me consta. Cuando el loro estuvo parapetado en mi limonero, guardó silencio. A la mañana siguiente de haber negado que el loro le perteneciera, el vecino llamó a mi puerta y me pidió pasar al jardín a buscar a su loro. En lugar de preguntarle cuál loro; o de hacerlo caer en su mentira recordándole que él había negado que el loro en mi limonero le perteneciera, le permití recorrer el jardín en busca de su loro; quería ser testigo del momento en que el loro reconociera a su dueño cuando éste se identificara silbándole la marcha del ejército. Satisfice mi curiosidad, pero a un alto costo. Pues, aunque el loro giró la cabeza en un movimiento inmediato y en una actitud alerta al oír las primeras notas de la malhadada marcha, guardó silencio. Sordo, no es; pensé; pero sí mudo. ƑO esta conclusión admite correcciones?

El episodio ensombreció la molestia que me causa oír al vecino soldado silbar la marcha a su regreso a casa. Si el destino de un loro es sombrío de por sí al nacer para ir a dar a manos de un soldado que le enseñará a silbar su marcha, más sombrío era el de éste que, al ser mudo, no podía demostrar a su dueño que había aprendido nota por nota la tonada, pero que desconocía la razón que le impedía emitir el resultado de su aprendizaje.

Tal vez en su crisis, el loro huía, prefería que su dueño no lo encontrara, a que lo encontrara en falta, incapaz de contestar con un silbido el silbido de la marcha con que su dueño le avisaba que estaba por llegar a casa. Hice mal, por tanto, en permitir que el vecino entrara a mi jardín a buscar a su loro agarrado de una frágil rama de mi limonero; el loro encontró el refugio de mi limonero, y yo se lo negué. ƑEn qué me convertía esta especie de traición? Como simple ser humano, Ƒno había yo aprendido a acoger a una víctima del terror? ƑY no lo son, víctimas, todos los seres vivos que a fuerza conviven con todo soldado del ejército en cuestión?

"Qué exageración", se me reprochará. "Hay excepciones", se me recordará. Sea. En posición de alerta en medio de la tarde pido a la vida que el loro del vecino intente una nueva fuga y que, al verlo yo dirigirse hacia mi limonero, me dé una segunda oportunidad. Quizás el loro no es mudo, después de todo; sino un ser consciente de que nació para algo mejor que someterse a un soldado que le enseñe su marcha. ƑO haré de espía? ƑPropiciaré que el loro me cuente lo que vio y lo que oyó en su condición de esclavo de un soldado? Como quiera que sea, oír esa marcha me parece cada vez más ominoso.