DOMINGO 24 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť VENTANAS
Ť Eduardo Galeano Ť
El bombardeo
Desde México, Aleksander escuchaba por teléfono los truenos de la guerra en Yugoslavia. Cuando los teléfonos de Belgrado funcionaban, a veces sí, a veces no, él recibía la voz de Slava Lalicki, su madre, que apenas se hacía oír entre el estrépito de las bombas y el alarido de las sirenas.
Llovían los misiles sobre Belgrado, y cada estallido estallaba muchas veces en la cabeza de Slava. Ella no lo decía, ni por teléfono ni sin teléfono, pero cada noche ella acudía varias veces a su propio fusilamiento, veía los fogonazos y recibía la descarga que la volteaba una vez y otra vez y otra: era ella quien caía mientras caía, a pedazos, la ciudad que amaba.
Noche tras noche, durante setenta y ocho noches, trepidaron los tambores de la muerte en la cabeza de esa mujer.
Cuando la guerra terminó, Belgrado estaba en ruinas, y ella también:
--No puedo dormir --decía--. Es el silencio. Este silencio insoportable.