DOMINGO 24 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Doble traición

Sin perderse en demasiadas complicaciones, el argumento de Doble traición (Reintree games, 2000) está plagado de giros narrativos inverosímiles y diálogos muy poco afortunados. Lo que de principio a fin se presenta como una película de acción, o como el thriller más emocionante de un maestro del género, John Frankenheimer (El candidato de Manchuria, 1962; Ronin, 1998), termina siendo, por su acumulación de incoherencias y el desánimo de sus actores, toda una comedia involuntaria. A un paso de la autoparodia, con personajes casi caricaturescos, y un relato que incluye un largo flash back a lo Tarantino, la cinta semeja un catálogo de las revisiones que Hollywood ha impuesto últimamente al género del cine negro.

En sus mejores momentos --las escenas de persecución--, remite al oficio muy sólido de su realizador veterano; luego, en materia de actuación, ese oficio se muestra menos seguro; y al llegar al guión mismo, las elucubraciones del joven Ehren Kruger parecen destinadas a otro director, a otra cinta, e incluso a una nacionalidad distinta --pensadas, por ejemplo, para un policiaco italiano de los setenta, alguna suerte de thriller-spaghetti con humor involuntario a la vuelta de cada secuencia de acción.

Un convicto, Rudy Duncan (Ben Affleck, Mente indomable), está a punto de cumplir su condena de cinco años por robo de autos. Al salir del penal decide asumir la identidad de un compañero muerto para quedarse con su novia, Ashley (Charlize Theron), quien sólo sostuvo romance epistolar con el reo sin conocerlo jamás físicamente. A partir de esta confusión, Kruger desarrolla mil peripecias de suspenso, que incluyen el asalto a un casino, todo bajo el tema hitchcockiano del hombre equivocado.

Hay de todo en la galería humana de Doble traición: un villano muy divertido (Gary Sinise) al que su pequeña banda de ladrones principiantes llama cariñosamente "Monstruo"; la joven Ashley que se transforma, de modo muy inconvincente, en mujer fatal; y el propio Rudy, quien concentra en sus desplantes de galán codiciado y en sus astucias de profesional del robo menor, una extraña combinación de candor y de malicia. Las oportunidades para un buen ejercicio actoral están prácticamente ausentes en la sucesión muy accidentada de percances, persecuciones y actos fallidos a los que se libra la banda de maleantes novatos. No hay un manejo dramático fino que favorezca actuaciones más elaboradas, personajes más sólidos, o un mínimo de densidad psicológica.

En 1991, Kathryn Bigelow presentó con mejor tino en Punto de quiebra (Point break) a una banda de asaltantes disfrazados todos de Ronald Reagan (en Doble traición todos son Santa Claus), y a Keanu Reeves en papel de galán temerario y seductor. El resultado no estuvo a la altura de lo que la realizadora puede ofrecer (Near dark, Días extraños), y con todo es superior a lo que ahora presenta Frankenheimer.

El título original, Juegos navideños, sitúa a la nueva cinta de este director en su contexto natural de entretenimiento muy comercial de temporada. Sus escenas finales, cargadas de un sentimentalismo social a lo Frank Capra (šQué bello es vivir!, 1937), desentonan por completo con las atmósferas negras que se busca recrear en varias secuencias. Hay así un desequilibrio constante en la cinta, desde actuaciones muy forzadas que no permiten jamás delinear bien a un personaje, hasta un tono dramático continuamente desactivado por las torpezas del guión o por la comicidad (no deliberada) de las situaciones.

El tema de la confusión de identidades sugería un desarrollo dramático más complejo y no el fatigoso juego de saber qué papel asume quién, y en qué momento, sólo para descubrir que el punto de llegada de dicho juego tiene tan poca importancia como el punto de partida. Lo que queda por disfrutar en la cinta es el ritmo y la tensión que Frankenheimer sabe manejar todavía con buen pulso, y también la presencia de Ben Affleck, con esos momentos de naturalidad en los que el actor hace sencillamente lo que se le antoja. El resto es una trama inconsistente, por momentos abiertamente disparatada, con una inspiración justiciera a lo Robin Hood, muy de último momento, y que la cinta en verdad no necesita.