DOMINGO 24 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Néstor de Buen Ť
Lluisa y Tisner
No es un error. Lluisa es el nombre catalán de Luisa Mercadet de Artis, y Tisner la combinación diabólica del final de dos apellidos: Artis y Gener.
šTisner y Luisa! ƑCuántos recuerdos gratísimos de nuestra convivencia con ellos allá por Jardines de San Mateo? Aún era la "Tierra del Oeste" a donde los De Buen Unna llegamos con la ilusión de haber comprado una casa con jardín en abonos más que difíciles. El día de la mudanza nuestros vecinos de la casa de enfrente, allá en Olivos, se pusieron manos a la obra para ayudar en todo. Tanto Luisa como Avel-hí Artis Gener fueron desde ese momento amigos entrañables, parte de nosotros mismos, como lo fueron y lo son sus hijos Mireya, Graciela, Gloria, Raymundo y Mónica.
Lo curioso es que Tisner y yo nos reconocimos en seguida. Había habido una vida común, en las primeras etapas del exilio en Toulouse. A las dos familias nos acogió una maison des pompiers acomodada para recibir refugiados españoles. Y a la hora de desayunar, comer y cenar, nos encontrábamos en el mismo comedor que, quiero recordar, estaba en otro lugar.
Tisner, muy joven pero veterano de la guerra, trataba de ganarse la vida haciendo dibujos, para lo que siempre fue genial. Vivía con sus padres y sus hermanos. Alguna vez organizó, allí en Toulouse, en una feria, un puesto para hacer caricaturas. Y no sé si allí mismo aparecieron las de nuestro padre y de Pacita, Odón, Jorge y yo, que por supuesto le compramos y Tisner nos vendió con cierta pena. Después los De Buen viajamos a París y perdimos todo contacto.
Yo sabía de Tisner, ya en México, y de sus hazañas como escenógrafo en los primerísimos tiempos de la televisión, en el Canal 4. Y ejercía de catalán con un entusiasmo increíble, aunque dudo que algún refugiado se haya adaptado mejor que él a México. Sus absurdos viajes por carretera en motocicleta, a Tuxpan o a cualquier otro lado, nada más porque tenía ganas de hacerlo y quizá pintar un cuadro, eran notables. Alguna vez, nos contaba en la tertulia, circulaba en medio de los chaparrones más indecentes. Y absolutamente empapado, recurría al asilo en alguna casa. Y lo mejor es que se lo concedían.
Luisa fue como una especie de hada madrina. Nona y ella fueron amigas entrañables. En rigor teníamos una gran casa común, con calle en medio, y no faltaba sábado o domingo en que Tisner y Luisa se fueran con nosotros, o nosotros con ellos, a compartir lo que hubiera. No olvidamos el famoso traje de baño colorado de Tisner, que así andaba por el mundo, derramando una hermosa panza, con huaraches y contando chistes. Y las que armaba cuando quería embromar a alguien. Alguna vez, sin previo aviso a sus invitados, puso un plástico transparente y muy estirado en el excusado, y ya se pueden ustedes imaginar las consecuencias.
Le dio por escribir, en catalán y en castellano, y lo hizo como nadie. Pintaba con mano maestra. Dibujaba con gracia inigualable. En tanto que Luisa, soportando estrecheces -los bohemios no garantizan demasiado-, daba clases de francés en el IFAL y ayudaba (o Tisner la ayudaba a ella, me temo) a mantener un nivel apreciable en la familia.
Un día decidieron volver a Barcelona. No a España: a Barcelona. Dejaron todo, salvo a Raymundo y a Mónica, que se fueron con ellos. Viajaron en barco, decía Tisner que para ver poco a poco a Barcelona al llegar al puerto, a su casa y a su vida. Para los De Buen Unna, Jardines de San Mateo ya no fue lo mismo. Aunque la relación con Mireya, Graciela y Gloria haya sido constante. No podía ser de otro modo, siendo las hijas de la misma estirpe de los padres.
Encontrarnos en Barcelona fue uno de esos acontecimientos inolvidables. Nuestros hijos aún recuerdan que al llegar, por la noche, nos invitaron en un bar a un bocadillo de pan con aceite de oliva y jamón, que no puede ser más típico. Y hablamos de todo y tomamos buen vino catalán y paseamos juntos y fuimos a la Plaza del Rey a conocer la Barcelona que durante la guerra no pude visitar íntegramente. Allí recibieron los Reyes Católicos a ese chico genovés que no le dio nombre -šque injusticia!- al continente que descubrió. Ese barrio, en el puerto, durante la guerra fue objeto de los más crueles bombardeos.
Tisner, casi ciego al final de su vida, lo que no puede ser peor para un artista plástico, mantuvo su buen humor, su gracia esencial hasta el último momento, hace unos cuantos meses. Luisa no soportó la ausencia de Tisner. La noticia de que había fallecido apareció por aquí la semana pasada.
Y yo diría que Lluisa y Tisner han sido, sin la menor duda, nuestros personajes inolvidables.