DOMINGO 24 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Rolando Cordera Campos Ť
Don Adolfo
Con la globalización y sus primeros grandes efectos sobre la organización del mundo, ha venido también una suerte de universalización de valores e ideales que todos dicen compartir. Democracia, estado de derecho, igualdad, derechos humanos, forman parte del discurso de todas las formaciones políticas y no hay político que no busque apropiarse de ellos. Las diferencias ideológicas y de concepción de la sociedad y la política parecen haber cedido su lugar a una convergencia global donde la historia concluye y todos los gatos se vuelven pardos.
De eso y más, bien y con claridad, habló el miércoles pasado don Adolfo Sánchez Vázquez, en ocasión de haber sido nombrado maestro distinguido de la ciudad de México. De esta falaz convergencia, nos advierte el filósofo de la estética y de la praxis, se deriva la torcida interpretación, tan de moda en nuestros círculos académicos y políticos, de que la izquierda no sólo no encuentra el rumbo en los tumbos brutales del mundo, sino que de plano ha perdido sentido y señas de identidad. Sale la izquierda por los empujones de la realidad con que se cierran el milenio y el siglo de los extremos, y en su lugar se instala la comodidad del pensamiento único que no distingue salvo cuando los intereses de la propiedad y el privilegio se ponen en duda o se cuestiona su legitimidad histórica o social. Entonces, lo único se vuelve diferente y llama en su defensa a la libertad como valor absoluto, ante el cual los reclamos por la injusticia y el abuso privantes deben inclinarse.
La izquierda es hoy más necesaria que nunca, por lo menos desde que adquirió carta de naturalización después de la Revolución Francesa y al calor de la gran y terrible transformación que trajo consigo la revolución industrial. Como entonces, la izquierda se distingue por su compromiso con los principios de la libertad, pero también como entonces tiene que advertir y reiterar que esa libertad no puede ser realidad, moderna y universal, sin igualdad y fraternidad, sin que el mundo admita verse adjetivado por los criterios modernos de la solidaridad, que sólo pueden ser vigentes en un Estado social y democrático, de derecho.
El siglo que se va fue testigo de las más espeluznantes pesadillas políticas y sociales, justificadas por las ideologías y la lucha polar entre ellas. El frío se apoderó de almas y conciencias, que aplicaban el cálculo y la razón sin piedad, amparados en una u otra utopía mal entendida y pervertida. El Gulag es el gran símbolo del horror a que puede llevar la aplicación demencial de la razón, pero la destrucción ecológica y humana de Vietnam, o el metódico genocidio de Hitler, los generales argentinos y Pinochet, ocupan también un lugar de honor en esta galería del terror que nos lega el siglo XX. De todo eso y más tiene que hacerse cargo la izquierda, porque la derecha, como bien lo dice don Adolfo, siempre voltea la vista hacia otros lados, o aplica el hipócrita recurso de la memoria o la evaluación selectiva e intencionada.
Una alternativa social que parece hoy poco viable, advierte el filósofo marxista, es sin embargo lo que el mundo de hoy y de mañana requiere vitalmente, si es que ha de erigir los puentes que lo saquen de esta vorágine de depredación natural y social que también, junto con sus maravillas, ha propiciado la globalización y su inmensa mutación cultural, económica y científica. Y es esta alternativa la que toca a la izquierda imaginar, construir, sin caer más en el reduccionismo utópico y en lo que también fue, o pretendió ser, un pensamiento único basado en la absurda invención de una ciencia "especial" que, por cierto, Sánchez Vázquez estuvo entre los primeros en criticar radicalmente, sin admitir que eso tuviese que llevarlo a renunciar a ideales y compromisos fundamentales, aquí sí con la cultura y la razón.
Esta nueva excursión del profesor universitario de cada día y luchador de siempre por el socialismo, en los terrenos minados de la diferenciación entre izquierda y derecha, me recuerda lo que alguna vez escribió Giorgio Napolitano, al calor de la caída del comunismo soviético. El dirigente comunista que tan importante ha sido en la actualización de la izquierda italiana decía que en efecto el capitalismo había vencido sin remedio al comunismo, pero que ahora se quedaba solo con los problemas enormes en el orden social y natural, que habían sido la justificación mayor de la causa comunista. Esos panoramas siguen aquí, con el mundo transformado y en el México que estrena democracia y pone a un lado, como si le estorbara, la realidad inicua de injusticia y pobreza de masas.
Hacerse cargo de la realidad para no engañarse, nos enseña el poeta que llegó en el Sinaia para volverse filósofo en México, es obligado para darle a la política que se quiere transformadora un sentido racional a la vez que una pertinencia social efectiva.
Qué grandes son las palabras de Luis Villoro, dichas el miércoles en el Salón de Cabildos de la Ciudad de México: "... 61 años han pasado desde la llegada del Sinaia. Junto a tus camaradas, tú nos traías lo mejor de España. No llegaste a arrebatarnos nada, llegaste a darnos todo lo que tenías; a la vez, dejaste crecer en ti la savia mexicana".