SABADO 23 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Recibe homenaje en el contexto del Festival de Cine de San Sebastián
Mi mejor filme estoy por rodarlo, pues todavía lo anhelo y pienso: Bertolucci
Ť Con la proyección de Novecento, comenzó la retrospectiva del realizador italiano
Ť La espléndida relación que mantiene con los actor se debe a una seducción recíproca
Angel Vargas, enviado, San Sebastián, 22 de septiembre Ť Si alguna sensación queda en Bernardo Bertolucci cuando finaliza una película es la del fallecimiento, según confiesa el realizador. Pero no es algo que no logre superar, aclara en son de broma, ''y el siguiente rodaje lo realiza mi
rencarnación''.
Sin volver a la escena del crimen
El reconocido director italiano, nacido en Parma en los albores de los años cuarenta, llegó ayer a esta ciudad, ubicada al norte de España, en la frontera con Francia, para recibir el homenaje que la 48 versión del Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián le tributa con la
proyección de un ciclo retrospectivo y cuya función de gala aconteció esta noche en la pantalla gigante del velódromo de Anoeta, con Novecento (1976).
Accesible y de buen humor, Bertolucci niega tener predilección especial por
alguna de sus películas, mucho menos, dice, puede hablar de sentir un orgullo particular. Aclara, sin embargo, que su mejor cinta es la que no ha realizado y que todavía anhela y piensa.
La segunda mejor, agrega, siempre es la más reciente, privilegio que en este caso recae en la que lleva por título Asediado (1998).
El cineasta considera que la relación con sus filmes resulta ser ''muy extraña'' ya que, apunta, después de estrenarlos no vuelve a verlos más, salvo en casos muy excepcionales y casi siempre con motivo de circunstancias ajenas a él, como ocurrió en el reciente festival de Cannes (Francia) donde, cuenta, fungió como asesor de la Semana de la Crítica y tuvo que ver de nuevo su largometraje Antes de la revolución (1963).
''La experiencia fue extraña, por la distancia que hay en tiempo. La decidí
ver como un espectador normal, común, pero no lo logré, porque, de repente,
de la cinta comenzaron a surgir algunas escenas que parecía como si las hubiera rodado hace un mes, pero otras eran totalmente nuevas'', apunta.
''Me alejo de lo que ya he hecho porque soy como un criminal: no quiero volver a la escena del crimen realizado.''
La obsesión de no repetirse
Bernardo Bertolucci es un realizador revolucionario y que siempre está en movimiento, como lo corroboran sus cintas que se inscriben en la línea del cine ideológico, como La comare del secca, las ya mencionadas Antes de la revolución y Novecento, y las de corte erótico o espectacular, entre ellas El último tango en París (1972), La luna (1979), El último emperador (1987), ganadora de nueve premios Oscar), El cielo protector (1990) y El pequeño Buda (1993).
''Una de mis obsesiones es no repetirme. Aunque sé que mis ojos son mis ojos
y que siempre aparecerá algo igual en mis películas, como si fuera mi huella dactilar. A mí me agradan las experiencias distintas'', subraya y agrega que en este momento su curiosidad apunta a no desaprovechar ''esa especie de mutación de piel que vive el cine'' desde hace tres o cuatro años y que muy pocos han podido advertir.
Un tanto reticente, señala que en la actualidad son dos los proyectos fílmicos que rondan por su mente.
''Si los digo a la prensa -bromea- ya no estarán sólo en mi cabeza y no quiero eso''. El primero se remonta dos o tres años atrás y se trata de una historia trágica en torno de un compositor italiano del cinquecento; y el segundo es la actual participación como productor en un título que realiza su esposa.
Bertolucci explica que su relación con los actores que han trabajado para él ha sido siempre espléndida, sin incurrir nunca en algún problema serio. Ello lo atribuye a que entre ambas partes ha existido siempre un facto de seducción recíproca. Se jacta, incluso, que si de algo puede sentirse orgulloso es ''del buen ojo'', la intuición que ha tenido para descubrir a actores que hoy son grandes estrellas, como Robert De Niro y Gerard Depardieu.
Comenta con cierta nostalgia que su pretensión de rodar el tercer capítulo de Novecento esta en un impasse, al no existir en la actualidad la pasión política que había en el mundo y en su persona cuando se rodaron la primera y la segunda partes.
Por último. el cineasta se dice apenado por el tributo que se le rinde en San Sebastián y con modestia concluye:
''Me hace sentir como algo jurásico.''