SABADO 23 DE SEPTIEMBRE DE 2000
La producción de ladrillos, medio de vida de familias mexiquenses
La tierra, oficio y destino
María de los Angeles Velasco, corresponsal, San Martín Cuautlalpan, Chalco, estado de México Ť Durante varias semanas al año Juan se levanta a las cuatro y media de la mañana. A esa hora, acompañado de su mujer y sus dos hijos, de 8 y 10 años, se arma de palas y cubetas y durante siete días se dedica a la producción artesanal de 25 mil piezas de ladrillo. Hace tres décadas que él aprendió el oficio de su padre, y ahora hace lo propio con sus hijos.
Juan y su familia son dueños de una de las decenas de hornos de ladrillos que existen en la zona oriente del estado de México. En ellos laboran y habitan unas 300 familias, cuya vida transcurre en condiciones insalubres y carentes de los servicios fundamentales. Los hornos se localizan en los poblados de San Martín Cuautlalpan y San Gregorio Cuautzingo, y en otras comunidades del municipio de Ixtapaluca.
A fuerza de escarbar y escarbar la tierra, Juan ha cavado un gran hoyo de nueve metros de diámetro, en cuyo fondo se encuentra el horno y, a un lado, su precaria vivienda de 16 metros cuadrados, construida de ladrillo y techo de lámina.
Al filo de las seis de la mañana los cuatro tabiqueros inician la mezcla de estiércol, barro y arena. Con la masa resultante van llenando recipientes rectangulares que les permiten moldear 12 piezas de ladrillo en cada una. Su trabajo es contra el tiempo, porque si la pieza se expone de más al sol, se agrieta y queda inutilizada. En caso de lluvia, la tarea fue inútil... y vuelta a empezar hasta que se despejen los nublados.
Conforme el barro de las piezas cuaja, los ladrillos son llevados al horno, hasta agrupar en él 25 mil piezas, donde son cocidos por tres días consecutivos. Durante los días en que se realiza el proceso, menores y padres laboran ocho horas, descalzos y con paliacates que les cubren la cabeza. Juan dice que necesita invertir 800 pesos para producir un millar de ladrillos, mismos que él vende en mil 500 pesos. Una vez concluida la producción, Juan comienza la comercialización. Cuando lo logra, se reinicia el ciclo, excepto en época de lluvias y en diciembre, por disposición de las autoridades ambientales.
Juvenal es un hombre de 28 años que trabaja en el horno de un tío en San Gregorio Cuautzingo, y como paga recibe 300 pesos por cada millar que logra comercializar. Pero la situación es difícil ante una competencia alta, porque sólo en ese poblado hay 25 hornos familiares, mientras en el vecino San Martín existen otros 150. El y su tío también laboran en un gran hoyo de ocho metros de diámetro, y se queja de que cuando hay lluvias no se puede hacer nada. Refiere que en una ocasión las aguas llegaron a seis metros de altura e inundaron la casa y el horno.
Telésforo es dueño de un horno en San Martín Cuautlalpan, y refiere que desde hace varios años dejaron de quemar llantas o basura, luego de un acuerdo a que llegaron con la Secretaría de Ecología estatal. Ahora, en su horno quema madera y aserrín. Telésforo recuerda que hace tres años se anunció la puesta en marcha de un programa de combustión por gas. Pero indica que además de elevar el costo de producción el sistema no lograba que se cociera totalmente el tabique, por lo que el proyecto quedó cancelado. Las autoridades proponen ahora un sistema de cocción eléctrica y con bombo y platillo anunciaron, en febrero pasado, la entrega de los primeros equipos. Pero se enfrenta un problema: los terrenos ejidales en que se encuentran los hornos no tienen servicio de energía eléctrica .