Ť Regresó la levedad del glamur nocturno Ť
Jaime Whaley Ť Como si nunca hubiera cerrado ?como ocurrió hace 27 años, en 1973?, el Tío Sam, nostálgico cabaré ubicado en lo que antes fue Niño Perdido y que hoy se conoce como Eje Central Lázaro Cárdenas, reabrió sus puertas con la variedad de aquella época, es decir (como el chiste soviético), aquí actúan mujeres con 20 y 30 años de experiencia.
Grace Renat, Malú Reyes y Mara Marú, en ese orden, integran la parte medular del elenco legendario, que ?explica la segunda? intenta revivir las noches de cabaré, ''ya que la gente está cansada de la prostitución y la pornografía que hoy inundan los espectáculos nocturnos''.
Para cumplir con esos propósitos, seguramente nobles para los noctámbulos de antaño, se ha montado un show en el que el trío de beldades hace lo que ha hecho desde hace algunos ayeres: cada una canta y baila por su lado, en actos separados. Lo hacen con poca ropa, prendas íntimas, se diría, de las que nunca llegan a despojarse en su totalidad, pero que dejan ver lo indispensable de sus aún bien cuidadas anatomías, para decepción de algunos lúbricos y exigentes parroquianos que apuestan por un poco más.
El Tío, cuyo nombre le asignó la vox populi a la hoy rebanada glorieta en donde se ubica, luce como en sus mejores días, según José Salazar, uno de los capitanes de meseros. Está profusamente iluminado, su pista rectangular está recién pulida y barnizada y, al igual que antaño, el largo ventanal que da para la calle está cubierto de prismas reflejantes que le dan al espacio un sentido de mayor amplitud.
En sus tiempos, el cabaré cobijó los bailes de la ombliguista Tongolele y ahí también hizo historia El bigote que canta, apodo del cubano Bienvenido Granda, por citar únicamente dos, pero la lista desde luego que es larga y hay constancia de que en el Tío El Flaco Agustín y su compadre Pedro, escoltados por Malgesto, concluyeron ahí, más de una vez, sus juergas de antología.
Los viejos de la comarca ?y ésta engloba a las colonias Doctores y Obrera? recuerdan también que en la planta baja del edificio estaba la cantina La Rondalla, en donde solía abrevar el bohemio Tata Nacho, precisamente el autor de la canción del mismo nombre, aunque se ignora si fue en una de sus estancias cuando lo tocó la inspiración para su popular opus.
La competencia de los table-dance
Ahora, como ya quedó apuntado, se pretende revivir el glamur que revistió el ambiente nocturno de la ciudad hace más de dos décadas, cuando era de los mejores ''si no del mundo, si de Latinoamérica'', afirma Malú Reyes, quien además se queja en acto temerario, pues el nuevo sitio es operado por la empresa que maneja la mayoría de los table-dance de esta capital, de la competencia que representan para las vedettes las chicas de las danzas desnudas en la mesa; espectáculo que de hecho ha terminado con otros más light, por distinguirlos de alguna manera.
Para continuar hurgando en el arcón de los recuerdos, los dos shows que se ofrecen cuentan también con la presencia de Ana D'Pardo, bailarina argentina que llegó a México en 1966 con un ballet sudamericano que se presentó en el hoy inexistente Terraza Cassino y que para esta ocasión dejó su semirretiro de 10 años en Quintana Roo; Cristina Campos, colombiana orgullosa de que ya tiene papeles para trabajar en México, y Esther Mansel, cantante que en noche de debut, noche de errores, como se dice en el medio, se puso unas mallas
agujereadas.
Un mago ucraniano, Lunahsov, apantalla a sobrios y no tanto con una asombrosa desaparición en una pirámide ardiendo.
La variedad, según el gerente Luis Osornio, estará en cartelera tres meses, de martes a sábado desde las ocho de la noche. Los precios no son tan elevados: una copa de ron 55 pesos; la botella 400 y la champaña nada más 3 mil 500.