JUEVES 21 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Luis VareseŤ Ť
Tres mártires, un solo culpable
Un año atrás Timor Oriental, Timor Lorosae o del Sol Naciente, como se llama, votó por independizarse de Indonesia. Para ello tuvo que pagar con la vida de 250 mil hombres y mujeres y contar con el apoyo de la comunidad internacional y de la Organización de Naciones Unidas. Precio inimaginable por un poquito de demo- cracia y otro poquito de independencia. Así nos cuestan las dignidades en los paí- ses pobres.
(Ciertamente, escribo a título estrictamente personal y mi opinión no compromete más que a mí mismo.)
El pequeño país de Timor, católico, ex colonia portuguesa, de 800 mil habitantes, en el año 1975 fue invadido por Indonesia y fueron asesinados 250 mil de sus habitantes.
(Naciones Unidas nunca reconoció esta invasión ni a Timor Oriental como parte del territorio indonesio.)
Era el tiempo de la guerra fría y bajo esa excusa, todo era válido. Un cuarto de millón de personas muertas, uno de cada tres. En cada familia, más de un muerto. Y la matanza se inició con los maestros, para imponer el indonesio como lengua y matar la cultura.
Un pequeño grupo de timorenses del sector oriental llamó a Indonesia y entonces dieron comienzo a una milicia sin poder real, sólo con el respaldo del ejército invasor. De esto ha pasado un cuarto de siglo.
Los asesinos y los asesinados
Estas milicias, con esos orígenes, asesinaron a tres colegas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): Pero Simundza, Samson Aregahegn y Carlos Cáceres Collazos. En un acto criminal estas fuerzas oscuras de la violencia mataron a tres inermes trabajadores humanitarios, cuyo delito era proteger la vida de los refugiados nacidos en Timor Oriental. En Timor Lorosae.
El 4 de julio de 1999, estas mismas milicias en el pueblo de Liquica, en Timor Oriental, asaltaron un convoy humanitario. Dio la casualidad que en ese tiempo yo era el único funcionario del ACNUR allí y formaba parte del convoy. Las milicias salieron de los cuarteles. Salvamos la vida porque simplemente no tenían órdenes de matar a los ciudadanos extranjeros.
Seis trabajadores humanitarios de organizaciones no gubernamentales locales fueron brutalmente golpeados. Uno de ellos perdió la movilidad en la mitad del cuerpo. Uno murió y otro desapareció. Y todo esto ocurrió hace poco más de un año.
El 6 de septiembre del 2000, un año después, tres funcionarios del ACNUR fueron masacrados a golpe de palo y machete y quemados, tal vez muertos, tal vez vivos. Un funcionario etiope, uno croata y uno estadunidense. Tal vez gracias a la nacionalidad de este último exista la posibilidad de aplicar sanciones contra los culpables. Tal vez.
Hay un solo culpable visible de estos crímenes (digo crímenes y no lamentable incidente): los sectores recalcitrantes del ejército de Indonesia y sectores de su gobierno. Los culpables invisibles son los halcones de los poderosos y sus ejércitos que siguen oponiéndose y se opondrán siempre a la lucha por la democracia y, por ende en algunos casos, a la labor humanitaria.
El ejército de Indonesia, sus sectores más conservadores, manejó, maneja y seguirá manejando a las milicias antitimorenses. No tenga nadie la menor duda, no. Están entrenados, financiados, apertrechados y conviven en algunos cuarteles con sectores del ejército y la policía indonesia.
Y estas personas tal vez al margen de su gobierno decidieron, mientras se efectuaba la reunión de la Cumbre del Milenio, matar a tres funcionarios internacionales desafiando cualquier sanción. Sanción que hasta hoy no llega y que hubiera sido una importantísima contribución a la democratización de Indonesia, de Timor y a la protección de refugiados y trabajadores humanitarios de todo el mundo.
El golpe a Naciones Unidas es un golpe contra la democracia. Es un golpe contra uno de los pocos espacios democráticos de la humanidad como conjunto. Con todos sus defectos y deficiencias, la ONU sigue siendo el espacio del debate y de la acción democrática capaz de convocar las mejores ideas e intenciones. Es lo poco que nos va quedando, a los países pobres, de espacio de audición, para debatir y opinar, aunque existan sus terribles elementos de paradójico veto.
Había que atacar el símbolo visible escondiéndose tras las milicias. El símbolo visible que era la oficina del ACNUR en Indonesia (Timor Occidental). Había que atacar la labor humanitaria que era una muestra política real de la protección internacional y los tres oficiales del ACNUR que la representaban fueron eliminados.
La labor humanitaria, en realidad la defensa de los derechos humanos, es indeseada por los conservadores de cualquier parte del mundo. Los refugiados en Indonesia, bajo la protección del gobierno indonesio en Timor Occidental, fueron literalmente secuestrados de Timor Oriental y servían como espacio de negociación. El ACNUR, a solicitud del gobierno de Indonesia, aceptó abrir sus oficinas en Timor Occidental y apoyar la repatriación indudablemente voluntaria de los refugiados y esta repatriación atentaba contra oscuros intereses.
La labor humanitaria, que solicitó el gobierno, se volvía por tanto subversiva para los que se oponen al gobierno y los hombres inermes del ACNUR se volvieron símbolos del humanitarismo. Había que exterminarlos y dar un ejemplo. Y qué mejor instrumento que esa milicia alcoholizada y drogada, dirigida por personajes siniestros de los servicios de inteligencia y de esos sectores del ejército indonesio.
En todas partes los trabajadores humanitarios en zonas de conflicto son blanco fácil y últimamente apetecido. Y digo fácil porque si no hay sanciones ni protesta, el brillante escudo de la generosidad y la transparencia de las ideas sólo sirve para señalar el blanco y dirigir los disparos. Adelante disparen, ya que al fin nadie saldrá sancionado.
(Hoy que estoy enviando este artículo, se informa del asesinato de otro funcionario del ACNUR en Guinea Conakry y la desaparición de una funcionaria... hay dos mártires más, aún anónimos... šQué esperamos!)
Ť Este artículo refleja la posición estrictamente personal del autor y no compromete a la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.