JUEVES 21 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Orlando Delgado Ť

Reunión FMI-BM: lecciones de economía

La tradicional reunión conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), convocada por vez primera en un país que fuera socialista, ha reunido no solamente a los ministros de finanzas de los países miembros, sino también a cientos de manifestantes opositores organizados.

Desde la cumbre de la Organización Mundial del Comercio, realizada en Seattle el año pasado, la presencia de opositores en estos eventos se ha convertido en una constante; la novedad en esta reunión consiste en que los manifestantes se proponen llevar a cabo protestas pacíficas con una consigna central: la condonación de la deuda de los países del Tercer Mundo.

El punto fundamental de acuerdo de los opositores es la consideración de que estos organismos internacionales han actuado al margen de cualquier instancia democrática, sin escuchar verdaderamente a los países en desarrollo, a los que se supone tratan de ayudar, y que los "remedios" y las políticas que han propuesto, frecuentemente han empeorado las cosas en la actividad económica convirtiendo cada caída en recesiones y éstas, a su vez, en depresiones. Las evidencias de estos resultados se encuentran en cualquier país en desarrollo, en cada una de las intervenciones del FMI; pero la mayor reside en el hecho de que la pobreza de la humanidad ha aumentado, pese a los procesos de globalización y al avance en la implantación de programa de liberalización de los mercados de bienes, financieros y de capital.

Los miles de manifestantes que circulan por Praga han encontrado un nuevo apoyo, el de un hombre de dentro de las estructuras intelectuales y de decisión de estos organismos: Joseph Stiglitz, economista reconocido en el mundo por sus aportes en la construcción del Consenso de Washington, sus críticas posteriores y su importante jerarquía en el BM. Fue además economista en jefe y vicepresidente de ese organismo, al que renunció con una crítica profunda a su desempeño en la lucha contra la pobreza.

En un ensayo titulado: Lo que aprendí de la crisis económica mundial: la visión de un hombre informado -y que puede leerse en The New Republic Inline (www.tnr.com/041700/stiglitz041700.html)-, Stiglitz hace un recuento del manejo de la crisis asiática de 1997-98 y de la rusa de 1998. En sus análisis muestra la increíble arrogancia e ineficiencia de los economistas del FMI y del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Los países del Este Asiático tuvieron 30 años milagrosos durante los cuales creció el ingreso nacional, mejoró la salud pública y disminuyó la pobreza; pero cedieron a las presiones internacionales, particularmente del Departamento del Tesoro estadunidense, aceptando la liberalización de sus mercados financieros y de capitales, lo que provocó importantes flujos de capitales de corto plazo -que buscan los mayores rendimientos en un solo día, en una semana o en un mes, diferentes a los flujos de inversión de largo plazo que construyen fábricas-, que alimentaron una expansión insostenible de los bienes raíces.

Cuando la crisis estalló en Tailandia en 1997, el FMI impuso las mismas soluciones que había impulsado en América Latina en los años ochenta: austeridad fiscal y estrictas políticas monetarias como requisito para recibir ayuda; al extenderse las dificultades a otras naciones asiáticas, el FMI recomendó de nuevo lo mismo. El error fue monumental: estos países tenían superávit presupuestales, lo que mostraba -en opinión de Stiglitz- que el problema no era el de un gobierno imprudente, sino el de un sector privado imprudente; por ello, las medidas de austeridad condujeron a una recesión y luego a una completa depresión, en la que las tasas de interés causaron quiebras generalizadas.

La conclusión del ensayo es contundente: "Desde el fin de la guerra fría, la gente que confía en el evangelio del mercado ha adquirido un tremendo poder... Estos economistas, burócratas y funcionarios actúan en nombre de Estados Unidos y de los otros países industrializados... La política económica es hoy, probablemente, la parte más importante de la interacción de Estados Unidos con el resto del mundo y la cultura de la política económica internacional en la más poderosa democracia no es democrática.

"Esto es lo que gritarán los manifestantes afuera de la reunión del FMI. Es probable que las calles no sean el mejor lugar para discutir estos complejos problemas... Pero si la gente que maneja la economía mundial, en el FMI y en el Departamento de Estado, no empiezan a discutir y aceptan realmente las críticas, las cosas seguirán muy, muy mal. Lo he visto ocurrir".

Estos planteos resultan enormemente oportunos y útiles, en momentos en que se anuncian "recortes preventivos" y a unos días de que veamos las primeras propuestas del nuevo equipo gobernante. Aprendamos de los resultados de seguir la ortodoxia monetarista: la lección es clara.