MARTES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Javier Molina Ť
Altamira, Rodrigo y Frederick,
in memoriam
El 19 de septiembre de 1985 los trabajadores de La Jornada recordamos perfectamente un hecho más que singular: Tres personas cercanas a nosotros fallecieron por el sismo que se produjo a las 7:19 horas. Los tres habitaban en el mismo edificio de la calle Bruselas, en la colonia Juárez. Nuestros amigos Manuel Altamira y Rodrigo González y el mimo europeo Frederick. Altamira, el narrador nato que utilizaba magistralmente el recurso del suspenso; Rodrigo, el cantor de las historias urbanas, brillante precursor del rock en nuestro idioma, amigo verdadero, verdaderamente libre, alegre, saludable, crítico, irreverente; una guitarra memorable, y Frederick, el mimo que también llevaba alegría a su público de la ciudad.
La madrugada de aquel 19 un grupo de compañeros y compañeras departíamos en un bar noctámbulo, situado a una cuadra del periódico (El Oasis), esperando nuestra edición de aniversario. Fue la última vez que vimos a Altamira. Al día siguiente Fabrizio, también amigo del juglar urbano, me dijo algo así como: no lo tomes ahorita tan en serio, pero está confirmado que se cayó el edificio donde vive Rodrigo. Un momento después ya estaba escribiendo el artículo titulado Rodrigo, recuerdo tu alegría. Cosas del destino: él había cantado en la presentación de mi libro Muestrario. El ejemplar que le obsequié fue encontrado ileso entre los escombros, con otras de sus pertenencias.
Tres compañeros del mundo de la literatura, de la música, del arte, fallecieron en un momento en que desarrollaban plenamente su creatividad. Los tres de una honestidad incorruptible. De una libertad que es un ejemplo a seguir.