MARTES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Ugo Pipitone Ť
Francesco Rutelli
Reflexionando alrededor de la actual situación italiana, tal vez puedan derivarse no digo enseñanzas pero sí percepciones, actitudes. Como siempre, en parte ajenas y en parte propias. El problema es ése: a menos que la izquierda no encuentre un candidato capaz de construir un frente amplio --desde los católicos de izquierda hasta los comunistas-- el país está condenado a ser gobernado por Berlusconi. Para entendernos, como si Hearst hubiera sido presidente de Estados Unidos, o Murdoch de Australia. No requiere una fantasía desbordante ver lo que significaría para Italia un acontecimiento de este tipo: poner a gobernar un país complejo a un empresario ideologizado que coaliga alrededor de sí --con espíritu de cruzada anticomunista-- todas las derechas, de ayer y de hoy.
El mundo ya está lleno de fariseos que santifican su falta de ideas con el escándalo moral del comunismo. Cuando --derrotada la vergüenza del comunismo real-- uno de los verdaderos escándalos de la actualidad es otro: una derecha (aristocrática, autoritaria, tecnocrática, ultraliberal, etcétera) que habla de democracia, en realidad, temiéndola. Y, a menudo, sin saber de lo que habla. Imaginemos un país que conjuntara el poder político con el control de televisión, publicidad, libros, revistas y periódicos. No sería para Italia un regreso al fascismo, pero tampoco sería un agradable lugar donde vivir.
Para evitar esa nueva degradación de la democracia (en sentido clásico), el centro-izquierda italiano necesita sostener el único candidato con alguna esperanza de detener la marcha triunfal de Berlusconi: Francesco Rutelli, actual alcalde de Roma. Naturalmente, sin ilusiones desbordantes. De ganar, el centro izquierda tendrá que asumir dos tareas fundamentales.
Primera: evitar que el navegar las aguas del mundo signifique reducir aún más ese endeble tejido de solidaridad que persiste (con varios boquetes) en la sociedad italiana. Segunda: dar muestra de responsabilidad, de conciencia que a los tiempos revueltos del mundo no se responde con utopías --y peor si ya derrotadas-- sino creando ideas y oportunidades políticas para ampliar la solidaridad en un tiempo en que parecería haberse convertido en mala palabra. Pero, mantener abiertas las puertas para experimentar formas más avanzadas de convivencia, no será tarea sencilla.
Jalar la cuerda, en nombre de alguna ideología redentora, rompería la alianza progresista abriendo el camino a una derecha mesiánico-mediática que, santificada en su anticomunismo, oculta su desconcierto frente al mundo y su voluntad de conservar privilegios viejos y nuevos y profundizar --en nombre de una modernidad vista como selección "natural"-- los surcos que ya separan los fragmentos de sociedad italiana.
Un gobierno de Rutelli no cumplirá los sueños históricos de la cultura laica y progresista. Pero vivir en el tiempo significa aceptar que la realidad también tiene algo que ver con una vida que no cambia tan aprisa como uno quisiera. Estamos en el medio de una revolución tecnológica que altera formas de vida tradicionales y crea un nuevo mundo, cuando aún no sabíamos controlar las fracturas del viejo. El comunismo (que, a diferencia del fascismo, nació como una voluntad de solidaridad que se frustró) ha sido derrotado. Quedan dos opciones: ser vestales de un mundo mejor que no fue o recorrer los azarosos caminos hacia la experimentación de nuevas formas de bienestar y de democracia. El modo mejor para asegurarse la derrota es mantener el vínculo nostálgico con un pasado en vía de profunda transformación. El mundo de la clase obrera en el centro del escenario, de las seguridades nacionalistas, de las causas luminosas que no requerían el cansancio de consensos y compromisos, por suerte o por desgracia, no volverá.
Vivir en forma moderna el tiempo histórico significa empujar hacia adelante las fronteras de lo posible. Berlusconi, en cambio, no tiene nada que aprender. Todo, para él, está claro desde siempre en sus delirios anticomunistas. ƑEs posible imaginar una amenaza peor? Entregar el Estado a quienes lo consideran un enemigo es como, si se me permite el símil, rasurarse con machete. Y me estoy quedando corto.