MARTES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť José Blanco Ť
El horror
Durante el siglo XX México ha vivido una profunda contradicción: al tiempo que ha morado en una (distorsionada e incompleta) sociedad mercantil, ha vivido también en el horror social, ideológico e idiosincrásico al mercado (en parte real, en parte simulado). Es un perfecto absurdo, pero así es nuestra formación social. Tal cosa ha ido disolviéndose, pero probablemente aún estará entre nosotros por un tiempo prolongado. A millones de mexicanos les "explicaron" desde que nacieron que el mercado es el averno con todos sus espantosos pecados, pero toda su vida habrán de pasarla semilisiados bajo las reglas del mercado.
Los mexicanos no deben ser aptos para vivir bajo esas reglas, so pena de ser señalados con el índice de fuego de la reprobación social. Hasta podemos entenderlo en los extranjeros que viven entre nosotros, pero nosotros mismos debemos ser impolutos sobre tal respecto. Así nos lo enseñó la ideología de la Revolución Mexicana y no podemos, bajo ningún concepto, traicionar religión tan nuestra. A lo largo de la mayor parte del siglo, las masas creyeron en el Estado de la Revolución Mexicana, y creyeron también, así no los explicó nuestro credo nacional, que el Estado nos defendería de los más reprobables seres existentes: los industriales, los comerciantes, los banqueros; los empresarios. Se trata de uno de los mitos más costosos que haya cargado nunca una sociedad.
La contradicción de decir que no debemos hacer lo que en los hechos hacemos, aflora a cada paso; por supuesto, ello nos hace poco aptos para la vida que enfrentamos cada día. La semana pasada en estas páginas Jaime Martínez Veloz explicó: "debemos pensar en un sistema de educación alternativo que no esté diseñado desde la visión de la norma productiva y de mercado"; dos párrafos adelante, escribe: "de los talleres podrían egresar profesionales y técnicos al mercado de televisión, radio, cine, teatro, impresos, galerías...". Si no tenemos en cuenta plenamente la norma de cada mercado, según en este caso la profesión a elegir, peor aún, si nos enseñan que el mercado es "malo", cargaremos --como lo hemos hecho-- con un fardo inútil para desenvolvernos con libertad y eficiencia ahí adonde todos vamos a trabajar, en el mercado.
El mito del infierno del mercado lo creó en México el Estado corporativo. El mercado exige libertad y el Estado corporativo, control. Entre el Estado corporativo y la operación descentralizada del mercado y de libertad de acción, existe una antinomia insuperable. Fue precisamente la propia necesidad de operación descentralizada de la economía y la sociedad, la que fue rompiendo en múltiples puntos los controles corporativos desde los años setenta. Después contribuyó a esas rupturas la convicción de los nuevos liberales.
Con mucho, la mayor parte de la crítica al "neoliberalismo" nace hoy en México no de la weltanschauung marxista y su postulado de superación del fetichismo de la mercancía y de la cosificación de las relaciones sociales determinada por el mercado, sino del aún amplio mundo de los restos sociales del Estado corporativo de la Revolución Mexicana. La base material de operación corporativa de ese Estado puede darse por extinta, pero los credos que creó a lo largo del siglo XX siguen en la cabeza de un gran número de mexicanos: en el PRI, en el PRD, en las instituciones de educación pública, en los sindicatos, en los ámbitos de los cacicazgos menudos y medianos pueblerinos, en el mundo campesino, en diversos espacios de los medios de comunicación, en las clases medias bajas. Nuestra "crítica" del mercado es apenas dizque teórica, porque el desarrollo del mercado es aquí aún una asignatura pendiente. No hablamos en México de una experiencia histórica (aún no vivida); hablamos en realidad, con nostalgia, del Estado corporativo.
Como escribiera Marx en El Capital, el mercado, el intercambio, es expresión de la división social del trabajo. Nadie puede producir lo que requiere, y debe obtenerlo por el intercambio. Con el desarrollo las relaciones de mercado se profundizan porque la división social y técnica del trabajo lleva a una constante especialización empujada por el avance científico y tecnológico. Ser eficaz en el mercado significa ser apto y productivo en el marco de las relaciones tecnológicas, económicas y sociales realmente existentes determinadas históricamente.
La amplia gama de las izquierdas cree que oponerse al desarrollo del mercado --castrando así las potencialidades individuales de millones--, es estar a favor de la justicia social. ƑCómo es que la justicia social llegará a millones por fuera del mercado? Pues por la vía del Estado; es decir, como antes.
No a la operación descentralizada de la sociedad, sí a que la clase política tome las decisiones; para así conservar el poder, como le hicieron los revolucionarios del siglo XX.