MARTES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Bernardo Barranco V. Ť

Sandri pasó de noche por México

El repentino nombramiento de Leonardo Sandri como número dos de la Secretaría de Estado del Vaticano ha provocado desconcierto en la clase política y conmoción en la alta jerarquía católica mexicana. El hecho tiene varias aristas que conviene analizar. Primero, indudablemente es un ascenso por la larga trayectoria que Sandri ha desarrollado en el Vaticano. Su nombramiento lo sitúa en un terreno que él conoce bien robusteciendo, aparentemente, la posición del secretario de Estado, Angelo Sodano, quien envía a su brazo derecho, Giovanni Batista Re, como prefecto para la Congregación de los Estados y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, en sustitución del cardenal Lucas Moreira Neves. Ahora bien, Leonardo Sandri en su paso como asesor para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado tuvo como jefe inmediato precisamente a Batista Re, por lo que cabe una segunda hipótesis apuntando a que Sandri, más que reforzar a Sodano, robustecería al propio Giovanni Batista Re, quien por su nuevo cargo automáticamente sería cardenal en el próximo consistorio y, por lo tanto, papable.

No debemos olvidar que desde hace más de diez años Batista Re ha conformado el círculo de poder itinerante y viajero del papa Juan Pablo II. Junto con el jesuita Tucci, organiza las giras del pontífice y goza de simpatías y de apoyos de numerosos episcopados. Por otra parte, ante la división y enredos de los cardenales italianos, Batista Re podría emerger papablili frente al desgastado secretario de Estado, Angelo Sodano, cuestionado abiertamente como burócrata y opaco wojtyliano por las conferencias episcopales de Alemania, Norteamérica e Italia. Por tanto, el movimiento de Leonardo Sandri tiene que leerse como el relativo debilitamiento latinoamericano en la silla pontifical y el robustecimiento del ala dura del wojtyliismo burocrático en dos vertientes: la cara dura de Sodano y la amable y reconciliadora de Giovanni Batista Re.

Leonardo Sandri regresa a su reducto original, del que no debió salir, que son los pasillos y laberintos vaticanos, y cierra un paréntesis diplomático en Venezuela y México abierto en 1997. El paso de Sandri por México fue breve, discreto y gris, pero no fue menos intenso en acontecimientos. Llegó justo para la toma de posesión de Felipe Arizmendi como obispo de San Cristóbal de las Casas; encabezó junto con jerarcas mexicanos y del Vaticano el polémico Congreso Eucarístico Nacional que tomó las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México; presenció la canonización de los 27 mexicanos en Roma, la mayoría de ellos con un pasado cristero; observó la polémica sobre el aborto y, sobre todo, vivió de cerca el histórico proceso electoral que llevó a la alternancia política y presidencial.

Leonardo Sandri quiso marcar distancia con sus dos antecesores, Prigione y Mullor, y sus primeros meses estuvieron caracterizados por un obsesivo cuidado diplomático, al grado que él mismo se borró del escenario social. Por no arriesgarse, por no pagar novatadas o mal entendidos ,como Mullor en sus inicios, Sandri pasó desapercibido. Parece ser, dicen algunos allegados, que México no le sentó bien. Acosado por las legiones, sus cuatro meses de aterrizaje fueron sin pena ni gloria. Sin embargo, tuvo declaraciones iniciales poco felices, como cuando le preguntaron en San Cristóbal cómo veía a Chiapas y con cierta frivolidad respondió que no había notado nada raro y que encontraba tranquilidad y paz. Aguda observación si se toma en cuenta que de Chiapas sólo conoció el trayecto del aeropuerto de Tuxtla a la catedral de San Cristóbal. Sin duda, el mayor yerro que tuvo fue haber concedido una audiencia privada a Francisco Labastida y haber pospuesto la de Vicente Fox. Más que un problema de agenda fue de cálculo político, probablemente compró las tesis de un conocido sector de obispos que daban ganador al abanderado priísta. El oficio diplomático de Sandri falló y comprometió su posición con el próximo gobierno de alternancia. Pese a lo anterior, para nada comprometió su promoción hacia Roma. Por el contrario, Roma no se llevaría a Sandri por alejarlo de México o por sus errores; para nada. Sandri, por méritos propios, asciende a una posición de privilegio en el entramado complejo de los laberintos vaticanos.

La espectacular promoción de Sandri le cayó como anillo al dedo, porque de seguir en México su situación ante el futuro gobierno foxista se antojaba delicada y comprometida, máxime que durante el primer encuentro oficial que tuvo el presidente electo con la Comisión de la Conferencia del Episcopado Mexicano, a ésta la determinó como el interlocutor privilegiado. En cierta medida, esta postura inicial de Vicente Fox y su equipo de transición revitaliza la influencia de grandes personajes eclesiásticos como el cardenal Norberto Rivera y Onésimo Cepeda, quienes se habían inclinado por el candidato priísta, pero también quedaba flotando la figura del nuncio, quien no escondió su malestar por el implícito relegamiento. Pese a todo, Leonardo Sandri hombre de confianza del Papa y personaje de altos vuelos, retoma su perfil y su vocación original, de las que quizá nunca debió salir. Sandri será actor y testigo de una de las transiciones que mayor expectación causarán en los inicios del siglo XXI: la sucesión pontifical.