DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť EL ECO Y LA SOMBRA

Yahir y el Hermoso

Yahir se mete al mar y no se lo recomiendan. No le recomiendan que se meta al mar porque por ahí anda el Hermoso. El Hermoso es un delfín que llegó a Topolobampo para quedarse. Se dice que una mujer lo descubrió, se hizo su amiga y en cierto modo lo domesticó. En cierto modo, porque hace poco otra mujer, luego de que el pueblo y suponemos los turistas se habían encariñado con el animal, luego de que el animal le había hallado el modo a la gente y viceversa, otra mujer, dicen, lo molestó. La aventó lejos; no le pasó nada. Sí, pero el susto, el susto para todos. Desde entonces el Hermoso, cuando lo llaman (lo llaman chapaleando el agua, dando con la palma de la mano sobre la superficie del agua como cuando se arrea un bruto), si está enojado sale con un palo atravesado, mordiéndolo. Cuando Yahir se metió al mar --allí va ahora Yahir, metiéndose, llamando al Hermoso, cantando, inventando tonadas mientras el agua asciende por su cuerpo--, no se crean, asegura, que iba muy seguro, iba temblando de miedo, pero yo sabía que el Hermoso sabía que para él estaba cantando, que lo estaba llamando con la música que iba inventando mientras al mar me metía, que el Hermoso sabía que yo no le haría mal y que yo sabía también que él mal no me haría. Va Yahir con el miedo delante y la alegría detrás, empujándolo, con suavidad, con esa misma suavidad con la que él golpea en el agua con la mano, como ritmando lo que entona la voz, que se le va sola, como sin rumbo, con un rumbo: el Hermoso. Sale por allá el Hermoso con su palo atravesado. La gente, que imaginamos primero poca, a la expectativa. El hermano de Yahir insiste "no, salte, es peligroso". Sale por allá el Hermoso, todavía con el palo, pero ya menos allá. Yahir sigue cantando. Sale más acá, ya sin el palo, el delfinazo. Todo esto lo platica Yahir emocionado, tal vez en una cantina de Puebla, tal vez en una cantina llamada El Nivel, cercana al zócalo o plaza principal, tal vez a unos amigos rodeados, no muchos, de cervezas, o más bien las cervezas rodeadas, pero no acosadas, por ellos. Está en dos lados Yahir, o en más, pero sobre todo en dos, el mar de Topolobampo y esta conversación que de pronto se ha vuelto monólogo. Yahir no es alto. Acaso todos aquí sean más altos que él. Eso le pone dramatismo a la escena que cuenta. Yahir, "un ovillo de seda" al decir de alguien que lo oyó, es fuerte. Como la seda, fina, imperceptiblemente fuerte. Y ahí va de la playa a la hondura del mar cante y cante, aguardando se acerque el Hermoso, que poco a poco se acerca, le pasa más cerca, le pasa rozando, se deja o se hace acariciar, se deja o se hace montar. Y ahí va Yahir montado en el Hermoso, que lo sumerge, espantado en su exterior serenidad, que de alguna manera es interior, como se lo merece este momento que mucho ha de regalo divino. Y poco a poco más la gente, la gente antes distante, expectante, aproxímase, adéntrase en el agua, solicita acariciar al Hermoso, que plácido lo acepta. Dice Yahir que todo esto lo ha hecho el canto, que cierto está de que fue el canto, canto cantado para un delfín, el que ha hecho esto, que está seguro de que el delfín, el Hermoso, sabía que se estaba cantando para, y que salió a mirar, primero, y luego a disfrutar, y luego, pero eso no lo dice Yahir, a agradecer --no tanto el canto sino la existencia del canto.

Ť Ricardo Yáñez Ť