DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Carlos Bonfil Ť

Gente bonita

uienes recuerden la película El polvorín (o Barril de pólvora), de Goran Paskaljevic, comedia muy negra sobre el conflicto en Bosnia, tendrán una idea de las posibilidades humorísticas que encierran prácticas tan irracionales como la depuración étnica o personajes tan grotescos como el dictador Milosevic. Quienes, por otro lado, hayan disfrutado películas hollywoodenses como MASH, de Robert Altman (1969), o Trampa 22 (Catch 22), de Mike Nichols (1970), visiones también sarcásticas de la carnicería bélica, apreciarán todavía más el manejo que el director bosnio Jazmin Dizdar hace de la comedia en Gente bonita (Beautiful people), así como su estructura narrativa, totalmente altmaniana, con entrecruce continuo de personajes, situaciones y anécdotas. Añádase a esto la idea de situar casi toda la cinta en Londres, en calles, hospitales e interiores neovictorianos, y se tendrá una interesante combinación Kusturica/Mike Newell. La acción transcurre en 1993. La guerra civil en la ex Yugoslavia atraviesa por su peor momento. Paralelamente se vive en Inglaterra un clima de intolerancia racista (con los inmigrantes como explicación global del desempleo masivo), con bandas de cabezas rapadas y nacionalistas hinchas, y con el malestar y desasosiego de minorías étnicas a diario amenazadas con la expulsión y el hostigamiento.

El realizador Jazmin Dizdar ofrece viñetas humorísticas cuyo punto de partida es un realismo muy crudo, y el de llegada, un tono de cuento de hadas. Gente bonita es, desde su título, una cinta irónica, con personajes, en su mayoría, francamente detestables. Sucede simplemente que el azar y las circunstancias muy imprevistas operan en ellos cambios formidables. Un joven heroinómano llega de manera absurda hasta un avión de ayuda humanitaria y es arrojado al territorio bosnio en medio de comestibles y material de hospital. Su acelerado aprendizaje del horror bélico lo convierte en héroe de ocasión, capaz de evitarle a un soldado el dolor de una amputación sin anestesia con ayuda de su propia dosis de heroína. Anécdotas de este tipo, igualmente fantásticas, reúnen a enemigos "fascistas" en un hospital londinense; a un terrorista pirómano galés con una enfermera comprensiva; a una doctora de buena familia con un serbio desorientado y tierno, de quien se enamora para escándalo (y resignación) de su familia conservadora. El retrato más complejo y desmesurado es el de un soldado aquejado con el "síndrome bosnio", es decir, con la obsesión de cargar con el dolor ajeno, de no poder soportar el bienestar propio en tanto otras personas sufren en la guerra calamidades. Su obsesión es hacerse amputar una de sus piernas sanas para compartir así la tragedia de tantos otros discapacitados.

La comedia de Dizdar es eficaz y posee una agilidad narrativa sorprendente. Es particularmente atinado su retrato de la familia conservadora que condesciende, con estudiado ánimo liberal, a acoger en su seno a un refugiado "exótico". No todos los retratos resultan tan logrados. Los inmigrantes presentan casi todos un aspecto lastimero y una conducta invariablemente torpe --a la manera de parientes pobres e indeseables. El cliché es recurrente, y con él la cinta pierde algo de originalidad y frescura. No tiene sin embargo el espectador mucho tiempo para reparar demasiado en estas limitaciones; las anécdotas se encadenan con tanta ligereza y chispa, que finalmente el conjunto hace olvidar los detalles. El director captura de modo muy atractivo el ritmo urbano, el mosaico étnico y cultural que es Londres, y la manera en que la vida insular inglesa se convierte en reflejo distorsionado del territorio yugoslavo, a su modo también insular, en proceso de desaparición. El comentario social de Dizdar, el doble paisaje cultural que ofrece en rápidas pinceladas, siempre contundentes, hace de Gente bonita una cinta muy disfrutable. El tema del canibalismo social y de la intolerancia permitía un tratamiento mucho más ácido. El director opta por la alternativa de una parábola finalmente amable: la reconciliación social y una galería nueva de personajes redimidos. ƑQuién podría reprochárselo? Su buen oficio narrativo le permite alternar la brutalidad y la gracia, y extraer de ambas cosas los mejores (y más finos) efectos humorísticos. Gente bonita es una de las buenas sorpresas del séptimo festival cinematográfico de verano de la UNAM. Se exhibe esta semana en el Cinematógrafo del Chopo.