DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Angeles González Gamio Ť
Maravillosa sorpresa
Fui a conocer el Archivo Histórico y el Museo de las Vizcaínas, como se conoce popularmente al colegio de San Ignacio de Loyola. En otras ocasiones hemos hablado de su historia y arquitectura. Siempre recordando la generosidad de los vascos que lo crearon, a mediados del siglo XVIII: Francisco de Echeveste, Manuel de Aldaco y Ambrosio de Meave, cuyos apellidos, merecidamente, nombran las calles que rodean el imponente inmueble, muestra de la más bella arquitectura barroca. No deja de sorprender la visión de los fundadores, al haber luchado para que la institución fuera laica y autónoma, algo impensable en esa época. Esto la salvó de desaparecer cuando se quitaron los bienes a la Iglesia, tras la aplicación de las leyes de Exclaustración. Y no sólo eso, sino que al ser prácticamente el único colegio de niñas que permaneció, le fueron entregados archivos y obras de arte de otras escuelas de religiosas.
Todo este rico acervo ha sido conservado a través de los siglos, al igual que ha continuado prestando sus servicios como institución educativa. En algunas épocas con magníficos resultados y en otras a la baja, pero ininterrumpidamente. Ahora está en uno de sus mejores momentos, con un patronato de vascos, dignos herederos de los fundadores, quienes se han preocupado de restaurar el soberbio edificio, sin duda uno de los más hermosos de la ciudad, y de elevar el nivel educativo, función primordial para la que fue creado. Para lograrlo tuvieron el acierto de poner al frente de la dirección a la doctora Magdalena Rius de Pola, física universitaria, quien aceptó el reto durante un sabático de la UNAM y, enamorada del proyecto, aceptó permanecer, buscando recuperar el espíritu que tuvo en sus orígenes la institución.
Es interesante conocer que durante la independencia, las niñas se dividían en simpatizantes de los realistas y de los independentistas, lo que causó más de un pleito; las primeras enarbolaban la imagen de la virgen de los Remedios y las segundas a la Guadalupana. Posiblemente algo haya tenido que ver en esta politización femenina, el que uno de los personajes fundamentales del movimiento independentista, Josefa Ortiz de Domínguez, haya sido alumna del colegio.
La memoria de la institución se encuentra muy bien resguardada en el Archivo Histórico, que dirige una destacada historiadora: Rita Valero de García Lascurain. Además de los fondos propios, custodia, entre otros, los del que fuese conocido como Colegio de Niñas, que ocupaba el hermoso inmueble que ahora disfruta el Club de Banqueros; los del Recogimiento de Belém, los de la Congregación del Divino Salvador del Mundo y Buena Muerte, la Archicofradía del Santísimo Sacramento y Caridad y la Cofradía de Nuestra Señora de Aranzazú, a la que pertenecieron los vascos fundadores y que mantenía la bella capilla dedicada a esa virgen, que se encontraba en el convento de San Francisco.
Otro de los tesoros del archivo es la sección de música, que alberga partituras valiosísimas, que van del siglo XVI al XX. Entre las innovaciones educativas que ha instrumentado la actual administración, se encuentra el volver a fomentar el estudio de la música. Los alumnos toman sus clases ni más ni menos que en el coro de la suntuosa capilla barroca, y šcon las partituras virreinales! Los mejor dotados y dedicados pasan de la escoleta a la capilla, esto es, que se integran al coro de las Vizcaínas, que día a día gana más prestigio por la calidad de las voces y el repertorio.
Otra novedad son las habitaciones de la rectora y el museo; las primeras, lo trasladan, en lo que tarda un suspiro, al siglo XVIII. En la reciente remodelación, debajo de una alfombra polvorienta surgió un cálido piso de duelas, šoriginal! Se rehabilitaron cuadros, muebles, tapetes y adornos, reviviendo el ambiente que deben haber tenido cuando las habitaban siglos atrás, las antecesoras de la actual directora. La otra deliciosa sorpresa se recibe al pasar a la antigua capellanía, ubicada en el área poniente; solía ser una construcción separada, para que los capellanes no tuvieran ningún acercamiento físico con las mujeres del colegio. Aquí se encuentra el museo, que muestra cuadros de varios de los mejores pintores virreinales, como Juan Correa, Cristóbal de Villalpando y José de Ibarra; el "cuarto del tesoro" luce en bien resguardada vitrina: custodias, copones, candelabros y demás objetos de culto, labrados en plata, que heredaron de los colegios de religiosas que mencionamos.
Del propio colegio hay una colección soberbia de bordados, que eran una de las actividades que realizaban las pupilas y que tenían fama por su finura y belleza; cuidadosamente enmarcados, aparecen por todo el recinto y culminan en un enorme mueble-vitrina que enseña una amplia variedad. El remate es el salón que contiene los antiguos enseres de la enfermería. Sé que suena difícil de imaginar, pero tiene dos sillas de ruedas, de madera, muy distintas entre sí, que son una preciosidad.
Falta mucho por contar, pero se terminó el espacio, así es que no queda más que ir al Círculo Vasco, en la calle 16 de Septiembre 51, y saborear alguna de sus especialidades de mar. ƑQué tal un pampanito a la talla? o quizá un robalo a la sal, o los célebres camarones a la vasca. De postre, buñuelos de viento y un café express.