DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť Guillermo Almeyra Ť

Hipocresía, esclavitud, neoliberalismo

En la Convención de las Na-ciones Unidas del 2 de diciembre de 1949 (poco después de la votación de los derechos humanos) sobre la represión a la trata de seres humanos y a su explotación, se establece que la prostitución es incompatible con el valor y la dignidad de la persona humana y se pide a los Estados que sancionen a traficantes y proxenetas, aunque sus víctimas les den su consenso. La demanda de servicios sexuales, que invisibiliza la violencia y convierte la prostitución en comercio, sin embargo no es mencionada.

Suecia, en nombre de la igualdad entre hombres y mujeres, en enero de 1999 aprobó en cambio una ley que considera víctimas no punibles a las prostitutas, persigue a los proxenetas, pero también considera delito la demanda de servicios sexuales. Pero es una excepción, ya que basta pasar por Holanda y ver las vitrinas donde se exhiben como carne para el placer ajeno las prostitutas para ver que hay Estados proxenetas, y no sólo en el llamado Tercer Mundo. Incluso hay ONG que pretenden creer que la prostitución es un trabajo como cualquier otro y se esfuerzan sólo en combatir la violencia que podría forzar a alguna mujer o niño a realizarlo. Ellas sostienen hipócritamente la libertad de disponer del propio cuerpo y la autodeterminación de las mujeres (que es negada, evidentemente, por la miseria material o moral, por la desvalorización de ellas inducida por el mercado y por la demanda que las considera objeto de uso para todo tipo de posesión sexual).

Surgen así las propuestas, como en Italia, de abolir la ley Merlini y reintroducir los burdeles como comercio normal y, para favorecer esta involución de más de un siglo, se justifica la esclavitud (la prostitución) considerando a la prostituta o al prostituto "trabajadores del sexo". En 1995, en la Conferencia de Pekín, por ejemplo, se habló contra la prostitución "forzada" (como si toda ella no fuera forzada, de una u otra forma, incluso la voluntaria) y, por consiguiente, se eliminó la noción de explotación y la responsabilidad ética desde el lado de la demanda. Además, en 1998 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) pidió que el "sector del sexo" fuese reconocido en Asia suroriental como una actividad económica legítima que debía ser contabilizada en el producto nacional bruto. La misma OIT, en junio de 1999, aprobó una convención sobre las formas intolerables de trabajo infantil en la cual incluyó la prostitución, que de este modo por primera vez fue reconocida por la ONU como un trabajo.

La trata -compra y venta- de mujeres, forzadas a ser objeto de esta operación es considerada violencia, pero la prostitución tiende a desaparecer de la noción de esclavitud, de explotación, en medio de la marea en favor del libre comercio (que en este caso considera un bien, una mercancía, como en tiempos de la esclavitud, a la persona objeto de uso sexual monetarizado).

Una cosa es, evidentemente, el derecho de cualquier persona de decidir sobre su propio cuerpo por su propio goce y otra es el alquiler o la compra de ese cuerpo, de modo forzado y brutal o inducido de modo igualmente forzado por la demanda que degrada a la persona transformada en objeto.

En diciembre de este año se deberá realizar en Palermo, Sicilia, una nueva Convención de la ONU sobre Cri-minalidad Trasnacional Organizada, en la cual se discutirán protocolos sobre el tráfico de migrantes y el tráfico de mujeres y niños. Argentina propuso un texto que integra la convención de 1949, la Convención sobre los De-rechos del Niño y las medidas contra la trata de personas, "incluso consentida", pero los países anglosajones y otros que tienen una potente industria del sexo se encargaron de limar todas esas recomendaciones. Por eso hay base para una preocupación legítima sobre cómo se normará al respecto. Es evidente que el problema afecta no sólo la cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres, pues estamos ante la creación de diversas categorías de mujeres -las que van al mercado sexual internacional y las que se salvan- y diversas categorías de varones -los niños vendidos como objeto sexual, los prostitutos adultos, los demás hombres-, y que el sexo, como nunca en la historia, sería una mercancía más.

No se trata, por lo tanto, sólo de la pornografía por Internet, del aumento de la pedofilia, del turismo sexual, del aumento de la prostitución infantil, o sea, de la comercialización de seres humanos por todos los medios y de todos los modos posibles para construir sobre esa base industrias del sexo enfermo que lavan su dinero. Se trata, ni más ni menos, del retorno de la esclavitud en el siglo XXI, en nombre del libre comercio.

[email protected]