DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Néstor de Buen Ť
La otra seguridad
La palabra "seguridad" se ha puesto de moda. Lamentablemente, de moda negativa, a lo que contribuye, no poco, la desconfianza absoluta en algunos cuerpos policiacos, más propensos a darse mutuamente de golpes que a resolver algún encuentro, no obstante sus mayorías y sus armas, con delincuentes decididos.
Los candidatos, hoy ya electos, a la Presidencia de la República y al Gobierno del Distrito Federal, se pasan la vida contestando preguntas, por regla general más que insidiosas, acerca de la falta de seguridad. A mi amigo Alejandro Gertz ya lo he oído varias veces manejando con sabiduría ese tema tan difícil.
Pero hay otra seguridad que no se cita. Y les confieso que esa es la que me preocupa más. En los tiempos remotos de su nacimiento entre nosotros, entre 1960 y 1973, cuando la segunda Ley del Seguro Social reconoció que la seguridad social era ya una exigencia absoluta que había superado la etapa del seguro social, no obstante no ser contributiva, se convirtió en un objetivo absoluto de la política gubernamental.
šBellos tiempos de vigencia del Estado de bienestar! Cuando la justicia social no era sólo un concepto sino un avance paulatino en nuestro inmenso territorio, de necesidades inmensas. Además, la ley de 1973, en la que hay que recordar la mano maestra de Carlos Gálvez Betancourt, entonces director del IMSS, no sólo consagraba la seguridad social, sino también la solidaridad social. La otra solidaridad, por supuesto, ajena a motivaciones políticas y nunca instrumento publicitario sino expresada en servicios reales para los más pobres.
El IMSS, eficaz, no obstante sus carencias y el crecimiento explosivo de la población, funcionó razonablemente mientras el desempleo no se enseñoreó de nuestra economía y el Estado dejó de contribuir económicamente en la medida indispensable: lo hizo cada vez con menos intensidad, colocando al instituto en situación precaria. Los fondos de pensiones se destinaron al gasto diario.
El sistema, concebido como de capitalización, lo que quiere decir que se pagarían las pensiones con el producto de las inversiones, se convirtió en sistema de reparto, que es el paso previo a la quiebra cuando las pensiones se pagan con las cuotas cobradas el mismo día. O poco más o menos.
El sistema se fundaba en la solidaridad. Con la contribución de todos, se atendía a las necesidades de todos. Y a pesar de sus carencias, disminuyó notablemente la mortalidad infantil, puso fin a una serie de enfermedades endémicas y los médicos del IMSS alcanzaron la fama, más que justificada, de ser los mejores de México. Nacieron las guarderías y las prestaciones sociales se extendieron en lo posible.
El mundo, sin embargo, empujado por las corrientes neoliberales, empezó a despreciar la seguridad social, a la que atribuía todos los males de las empresas. Y en la misma medida de los ataques persistentes contra los derechos de los trabajadores se fue planteando la cancelación de la seguridad social.
El primer aviso fue, con el SAR, la desviación de los fondos de pensiones, siguiendo el modelo pinochetista. Individualismo contra solidaridad. Hoy el IMSS se ha convertido en un simple cobrador de cuotas, que transfiere a las Afore, invierten las Siefore y recibe el Estado, insaciable consumidor de ahorros obreros, con los que se compra, en 97 por ciento, por lo menos, valores del mismo Estado. La nueva historia de las cuentas personales no convence a nadie.
El segundo aviso, menos divulgado, fue un decreto de mediados del pasado diciembre, que se hará efectivo este fin de año, que convierte a las empresas prestadoras de servicios médicos en compañías de seguros. Y eso significa que serán las subrogatarias de los servicios médicos del IMSS mediante contratos con los patrones. Con lo que el IMSS habrá perdido el control del dinero y de los servicios médicos. Ya las guarderías por colaboración privada ocupan un espacio muy grande.
Los trabajadores de empresas con recursos recibirán servicios de primera. Quizá les cobren algunas cosas que hoy no les cobran, porque así son los seguros privados. Los trabajadores de salario mínimo o poco más se quedarán con la mínima estructura médica del IMSS, una vez que se venda la mayoría de los hospitales y centros médicos. Y si no, al tiempo.
Las familias perderán esa seguridad mínima pero generosa, incómoda si se quiere, como toda medicina social, que les daba el IMSS. Y las pensiones, con la enorme carga de cuotas de las Afore, caerán de manera irremediable. Y quién sabe si se tengan que pagar, ya ha ocurrido, con papeles de deuda pública.
Mi viejo edificio, hoy renovado, de Reforma 476, no tardará en tener en su puerta un anuncio: se vende. Ya lo comprará alguna compañía de seguros.