DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 

Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť

La democracia, Ƒamenaza a los partidos realmente existentes?

a semana que termina, los partidos se han comprometido a abrir en breve plazo la mesa de discusión sobre una reforma política integral. Ante esta iniciativa uno se ve obligado a expresar un cauto pesimismo. En ninguna parte del mundo una reforma de gran magnitud se ha podido negociar en una asamblea deliberante de la magnitud del excesivamente obeso Congreso mexicano. En México la tendencia al protagonismo, la mezquindad de los intereses partidarios, y sobre todo las innumerables pugnas entre los partidos y los subpartidos que los integran, harán muy difícil ofrecer, al menos, un conjunto de acuerdos fundamentales. Esto es particularmente preocupante porque la oportunidad para completar la transición después de la derrota del PRI es efímera. Si los partidos no se ponen de acuerdo en el Congreso, la tentación del nuevo poder de mantener la vieja estructura autoritaria para hacer más fácil su trabajo se va a imponer.

Recordemos que los partidos funcionan en México como un oligopolio, son las únicas vías legales para alcanzar el poder. Están prohibidas las candidaturas independientes y es extremadamente difícil la construcción de coaliciones o alianzas. La ley electoral tiende a fortalecer y no a debilitar el oligopolio. Existe el peligro de una partidocracia que sustituya a la presidencia imperial y reproduzca algunas de sus peores características.

La derrota electoral del PRI no significa el arraigo de los valores democráticos. Los partidos realmente existentes no funcionan hoy como mecanismos de mediación y de cohesión social. No tienen tradición para convertirse en canales de la población en los poderes formales o informales. La mayoría de los diputados y senadores tienen escaso o nulo contacto con la base electoral.

Pero nos guste o no, son estos partidos los que tendrán el papel central en la etapa final de la transformación del sistema político en México. Esto incluye por supuesto al PRI, cuya legalidad y poder efectivo no pueden ser desconocidos, como tampoco la persistencia de actores y prácticas de mediación, el corporativismo, el clientelismo, los caciques y líderes. El viejo sistema está en pie y debe desmontarse. Pero el núcleo más duro está dentro de nosotros mismos, introyectado profundamente en nuestras mentes, identificado como el modo natural de hacer la política "a la mexicana". Es decir egoísta, dolosa, cortoplacista, mentirosa.

El PRI y los demás partidos han formado parte, a querer o no, del mismo sistema presidencialista. Se integraron a él y tuvieron que aprender sus reglas fundamentales para funcionar y sobrevivir. En los partidos opositores las camarillas y las burocracias operan porque fueron estimuladas por el propio sistema en su etapa decadente. Recibieron excesivas cuotas de posiciones parlamentarias que no se ganaban con el voto directo y con el contacto con los electores sino a través de los principios de la "votación proporcional". Los militantes que querían llegar a senadores o diputados aprendieron a ganarse el favor de los "grandes electores" y en las cúpulas de los partidos. Básicamente igual que en el PRI, para no hablar de los recursos fiscales o el tráfico de influencias, Ƒllegará la rendición de cuentas y el paradigma de transparencia a los partidos?

ƑPodrán los partidos realmente existentes subsistir en un sistema nuevo, verdaderamente democrático, en una sociedad abierta muy politizada, cada vez más exigente? La prueba de fuego está justamente en la creación de un acuerdo para la reforma integral de las instituciones. Esta reforma de gran complejidad sustituiría las estructuras jurídicas de la presidencia imperial. No se tratará de un simple cambio en la "superestructura" sino de un nuevo pacto nacional.

Este acuerdo produciría una imagen positiva y poderosa hacia la población. Facilitaría una nueva forma de estabilidad política y económica y daría certidumbre jurídica para todos. Asentaría las bases de un nuevo sistema de gobierno, que funcionaría bien a favor del bienestar de la población, independientemente de quién ganara el poder a través de las elecciones.

No existe ninguna razón, ni jurídica, ni técnica ni ética, para impedir este proceso de renovación institucional. Sin embargo, la importancia obvia de la tarea no garantiza que pueda completarse. En la 57 Legislatura (la primera que no fue controlada por el PRI) no pudieron generarse cambios importantes en las instituciones por el bloqueo del PRI y la incapacidad de la oposición para mantenerse unida en un solo frente.

Es cierto, las cosas han cambiado de modo radical. El PRI no debería tener interés en sabotear los cambios. Los antiguos partidos de oposición deberían intentar las reformas que fueron su bandera en los últimos 20 años. Pero no hay ningún motivo para creer que se hubiera conjurado la tendencia a la fragmentación y que no exista peligro de que los intereses pequeñitos de grupos, corrientes, sectas partidarias, personalidades de la clase política actual se impongan al interés mayor de la nación.

Seamos realistas, y ellos también, si no pueden realizar la tarea, no podrán subsistir mucho tiempo. šEl mercado político se abrió! Nuevas fuerzas van a surgir en el horizonte político y los viejos aparatos podrían ser arrastrados por ellas. No pasarán muchas semanas sin que sepamos si los partidos realmente existentes afrontarán a la democracia como oportunidad o como amenaza.

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