DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Critican secretarios de Estado el grito de Fox
Reitera el Ejército lealtad en el último desfile ante Zedillo
Ť Algunos centraron el mensaje en las acusaciones de narco a militares
Rosa Elvira Vargas y Enrique Méndez Ť Al fondo, en el poniente de la Plaza de la Constitución, las fuerzas castrenses resumieron en tres palabras su filosofía: institucionalidad, profesionalismo y lealtad, se leía en una gran pantalla que cubría la fachada del edificio de oficinas de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. De esos balcones, en otras ceremonias encabezadas por el Presidente, la entonces mayoría perredista colgaba mantas en las que lanzaba reproches y críticas a la gestión de Ernesto Zedillo.
Ayer, para muchos, esos tres conceptos alcanzaban especial significado. Lo tenían, se comentaba en Palacio Nacional, sobre todo para el Ejército, que en semanas recientes ha sido sacudido por el encarcelamiento de algunos de sus miembros de mayor rango, generales diplomados de Estado Mayor.
A la Secretaría de la Defensa Nacional, como es usual, le correspondió el mayor contingente: 22 mil 721 elementos, de los 26 mil 197 que en total participaron en el desfile, según el parte final que rindió el general Ricardo Clemente Vega García, comandante de la Primera Región Militar y responsable de la parada.
Como sucede en esta fecha, el cielo gris amenazaba lluvia. El sol se mostró sólo a ratos, con algo de timidez. Ese ambiente agradable ayudó no sólo a que se cansaran menos quienes desfilaron, sino que hizo menos pesada la espera a la gente que acudió a ver el paso de las fuerzas armadas por las calles del centro y la avenida Reforma, y hasta resultó un alivio para quienes la noche del grito" quizá llevaron su mexicana alegría al límite.
Claro que hubo un secretario de Estado al que -todos los comentarios apuntaban en ese sentido- ni la fresca mañana le ayudó. O, como en el argot militar, "estuvo faltando''.
En la Columna de la Independencia, donde se realizó la ceremonia, el gabinete en pleno -menos uno- llegó a hora temprana, y sin las reticencias de otros años, mostró plena disposición para hablar con la prensa, en "corto'' y en entrevistas. Relajados, los funcionarios platicaban de la recepción de la noche anterior en Palacio Nacional, salían al paso a cualquier interrogante, bromeaban entre sí y con los reporteros.
Y ya en confianza, algunos que lo vieron por televisión no disimulaban su desagrado por la forma en que el presidente electo, Vicente Fox, realizó su propio grito en San Francisco del Rincón, Guanajuato. Con la forma en que se vistió -de chamarra y sin corbata- y al enarbolar la bandera y hacer tañir una campana sin ser todavía jefe de Estado, decían, el panista "banalizó" tan importante fecha en el calendario cívico del país.
El presidente Zedillo encabezó la ceremonia sin modificar un ápice el protocolo, con una expresión seria y formal, que sólo alteró para sonreír cuando entregó los premios a los ganadores de los certámenes sobre los símbolos patrios, y saludó a los escolares que, en diversas categorías, ganaron los primeros lugares por su interpretación del Himno Nacional.
Más tarde, a las 11:05, el Hummer salió de Palacio Nacional para que el mandatario pasara revista, por última vez en su sexenio, a las tropas que participarían en la parada militar con la que se conmemora el inicio de la gesta de Independencia. Iba flanqueado por los secretarios de la Defensa, general Enrique Cervantes Aguirre, y de Marina, almirante José Ramón Lorenzo Franco, quienes buscaban en todo momento mantenerse erguidos y sin sujetarse del tubo que, en cambio, sí usaba como asidero el presidente Zedillo.
En ese último, el sexto recorrido de Ernesto Zedillo por la plancha del Zócalo, las tropas, los cadetes militares y navales, los oficiales, obedecían al corneta de orden, dando el giro correspondiente y, de ese modo, nunca dar la espalda al comandante supremo de las fuerzas armadas.
Terminado el pase de revista, la Plaza de la Constitución vivió dos momentos casi simultáneos: la salida en orden y a paso veloz de las compañías que tomaron posición para iniciar el desfile y el arribo en tropel de la muchedumbre que, contenida en las aceras, tomó "posición'' para tener lugar de privilegio frente a los balcones del Palacio Nacional, pero siempre hasta un punto en que la Policía Militar y Guardias Presidenciales ya no les permitían avanzar.
Los llamados "Agrupamientos Históricos'' abrieron la parada. Una extraña y hasta extravagante sucesión de Caballeros Aguila y Caballeros Tigre buscó ilustrar no se sabe si la evolución de los ejércitos que ha tenido el país, o sólo el cambio de moda en los uniformes militares, pues detrás de los "guerreros aztecas'' siguieron lo mismo "lanceros'', "zacapoaxtlas'', "cuerudos'' y ''chinacos'', entre otros.
Continuaron los diversos agrupamientos militares, donde de nuevo tuvieron participación destacada los grupos de fuerzas especiales. Resaltó además la presencia de varias compañías conformadas por mujeres de los cuerpos de infantería: tropas femeninas. Siguieron los planteles militares, y en esta ocasión, la presencia castrense tuvo como novedad el mostrar, con profusión, todo aquel material, equipo, vehículos y maquinaria que la Secretaría de la Defensa ha adquirido exclusivamente para el auxilio a la población civil en casos de desastre y para la llamada labor social.
Como otros años, invitados especiales
Se acercaba el fin del desfile que, como otros años, Zedillo presenció desde el balcón central, mientras que en el resto -los que no correspondían al Salón de Recepciones-, sobresalían por su número y procedencia jefes militares extranjeros, a quienes la Secretaría de la Defensa, como en otros años, invitó para ésta, su más importante demostración de disciplina y equipo humano y material, y con los que, seguramente, más tarde departieron los titulares de Defensa y Marina.
Los elementos de la Armada, 3 mil 276, y los 200 charros -único contingente civil del desfile- cerraron la exacta hora con veinte minutos de ésta, la ocasión postrera en que las fuerzas armadas patentizaron a Zedillo, de manera explícita y abierta, en el Día de la Independencia, que su filosofía es la institucionalidad, el profesionalismo y la lealtad.
Transcurridos esos 80 minutos, el Zócalo volvió a su condición de plaza pública: reaparecieron los puestos de comida, los artistas callejeros y los vendedores. Se reanudaba la fiesta.