ORIGEN DEL RELATO SOBRE
LA CREACION DEL COSMOS

 
 
 

EL PRINCIPIO DE LOS REINO Y LAS HAZAÑAS
DE LOS GOBERNANTES







Hace mucho tiempo, cuando surgió el Estado en Mesoamérica, nació el relato que narraba la creación del cosmos, los seres humanos, las plantas cultivadas, el sol y la fundación del reino. Esta sucesión de portentos culminaba con la recordación de las hazañas cometidas por el grupo étnico, relatadas en forma de anales o de crónica. Los episodios centrales de este relato eran la aparición de la tierra fértil, el nacimiento de los seres humanos de una cueva en el interior de la tierra, la fundación del reino y la crónica de las hazañas protagonizadas por los gobernantes.

En otro libro me esforcé en probar que el relato inicial sobre la creación del cosmos y el principio de los reinos nació con el establecimiento del Estado. Según esta hipótesis, la fundación del reino dotó al grupo de un territorio y de identidad común, e impulsó la creación de la escritura y de los sistemas de computación del tiempo que permitieron registrar el pasado y compartir una memoria colectiva. El canon histórico que surgió entonces unió los orígenes del reino con la memoria del grupo étnico y para transmitir ese pasado puso en juego diversos artefactos memoriosos: el códice, el mito, los cantos, el calendario y los ritos que periódicamente recordaban esos acontecimientos fundadores.

En este ensayo me propongo mostrar que los relatos posteriores dedicados a narrar la historia de los antiguos pueblos de Mesoamérica descienden de ese canon fundamental, cuya versión clásica se construyó entre los años 250 y 650 d.C.
 

Los orígenes del canon histórico

El reciente desciframiento de la escritura maya dio a conocer el texto más antiguo de la época clásica que narra la creación del cosmos, la fundación del reino y el origen divino de los gobernantes, a quienes se hace descender de los dioses creadores. Este texto grandioso, grabado en el centro ceremonial de Palenque en los templos de la Cruz, la Cruz Foliada y el templo del Sol el año 692, relata la creación de la actual era del mundo por el Primer Padre y la Primera Madre, la pareja de dioses creadores. En otros testimonios mayas de la época clásica el Primer Padre es equivalente al dios del maíz, Hun Nal Ye.

El texto cosmogónico de Palenque dice que luego que los dioses crearon el cielo, la tierra, el inframundo y los cuatro rincones del cosmos, fundaron el reino terrestre. Más adelante registra los nombres de los sucesivos gobernantes, investidos de un halo divino porque descienden de los dioses protectores de Palenque. En esta narración los acontecimientos sobrenaturales como los humanos están fechados en días, meses y años precisos y se ubican en un territorio delimitado: el reino de Palenque.

Tiempo y lugar, los dos principios ordenadores del relato histórico, están plenamente desarrollados en los textos mayas de la época clásica. Seguramente estos conceptos nacieron antes, con los primeros estados olmecas que surgieron en el sur de Veracruz y los reinos zapotecos que se establecieron en los valles centrales de Oaxaca, durante el llamado periodo formativo (1150-500 a.C.). En los monumentos olmecas de La Venta, la ciudad más antigua de Mesoamérica, se puede leer, grabado en imágenes o envuelto en símbolos, el primer relato sobre la creación del cosmos y el principio de los reinos. En contraste con las pequeñas aldeas anteriores, La Venta fue planeada como una gran ciudad en cuya parte central se levantaron edificios y plazas de un tamaño nunca visto antes. Era la capital del primer Estado mesoamericano gobernado por un linaje que se transmitía el poder de manera hereditaria. Esta nueva organización política tenía un territorio propio y símbolos que divulgaron el momento glorioso de la fundación del reino, la antigüedad del linaje real y las conquistas sobre los pueblos vecinos. La gran pirámide que se levantaba en la plaza central (Fig. 1) y las estelas y monumentos que la rodeaban celebraban ese momento fundador y lo presentaban como el origen del pueblo olmeca. Desde entonces las banderas y emblemas del Estado, así como la figura del gobernante, su cetro, la diadema real y el trono se convirtieron en representaciones del reino. Asimismo, la designación del heredero y la entronización del gobernante vinieron a ser ritos obligatorios del calendario político y acontecimientos imprescindibles de la crónica del reino.

Aún se discute si los olmecas fueron la primera cultura de Mesoamérica. Lo que sabemos sin sombra de duda es que los olmecas difundieron en Mesoamérica los emblemas iniciales del Estado y los símbolos del poder real. En el área olmeca aparecen por primera vez, amalgamados en fórmulas poderosas, los conceptos de Estado territorial, identidad étnica y poder político integrados a la figura del gobernante. En las estelas que entonces se multiplican, en los relieves en piedra, en las hachas ceremoniales y en la escultura y la cerámica, la imagen del soberano se eterniza en su triple papel de cabeza del reino, capitán de los ejércitos y supremo sacerdote que mantiene el contacto con los dioses y los ancestros fundadores (Figs. 2, 3 y 4). La arquitectura y los monumentos del centro ceremonial sacralizaron los emblemas del reino y la efigie del soberano, que se presenta como compendio de los rasgos étnicos del grupo. La presencia ubicua de los dioses en la ciudad y en las aldeas señala que el territorio es un lugar sagrado, bendecido por las fuerzas de la fertilidad.

Entre los símbolos que más se difundieron entonces destacan los relacionados con la planta del maíz y la fertilidad. Sabemos que entre los años 1150-500 a. C., el maíz se convierte en el cultivo principal de los pueblos olmecas de la región costera. Las representaciones del maíz se multiplican y se convierten en símbolo de fertilidad, renacimiento, abundancia, plenitud, riqueza y vitalidad cósmicas.
 

El origen del maíz en la civilización

Varios objetos tallados en piedras de jade representan el territorio mediante cuatro semillas de maíz colocadas en las cuatro esquinas del cosmos. La parte central de este espacio la ocupa la figura del dios del maíz o del soberano (Figs. 5 y 6). La planta del maíz representada en forma de cruz es también una imagen de las cuatro direcciones del cosmos y del espacio vertical: inframundo, superficie terrestre y región celeste (Fig. 7). La planta del maíz, la máxima expresión de la fertilidad y del sustento humano, se convirtió en el dios creador del panteón olmeca. Peter David Joralemon fue el primero en señalar la presencia de este dios en la iconografía olmeca, y más tarde Karl Taube describió con precisión sus características.

El dios del maíz olmeca es una representación estilizada de la mazorca del maíz, que en Mesoamérica simboliza los atributos germinales y vitales de la planta. La mayoría de las representaciones de este dios asumen una forma antropomórfica (Fig. 8), pero su cabeza concentra los rasgos que definen a la deidad. Como se advierte (Figs. 5 y 6), tiene ojos almendrados, boca con rasgos de jaguar y una banda frontal ornada por cuatro semillas de maíz. De una hendidura en la parte trasera de su cabeza brotan hojas de maíz o una mazorca. El verde es su color definitorio y las piedras brillantes de jade el material preferido para reproducir su imagen resplandeciente.

Los pobladores de los primeros reinos olmecas convirtieron la planta del maíz en el dios creador de su pueblo y lo consideraron la representación absoluta de la fertilidad. Lo más probable es que el mito maya que narraba la creación del mundo en Palenque tuviera sus orígenes en los olmecas, el primer pueblo que edificó un Estado sustentado en el cultivo del maíz. Para el pueblo olmeca el principio creador de la era actual del mundo fue el dios del maíz, la deidad que multiplicó la generación de seres humanos, definió los contornos del cosmos y fijó su centro vital, el lugar donde florecía la planta del maíz. La superficie terrestre era un campo de cultivo donde anualmente el brote de las plantas del maíz transformaba la piel rugosa y oscura de la tierra (simbolizada por un cocodrilo o una serpiente) en un manto verde refulgente, representado por las iridiscentes plumas verdes del quetzal. La imagen de la serpiente emplumada es entonces una representación de la tierra engalanada con las primeras hojas verdes del maíz. El primer mito cosmogónico de los pueblos mesoamericanos era un canto a la fertilidad y a la abundancia agrícolas, simbolizadas por la planta verde del maíz, el cereal genésico proveedor del alimento humano. (Fig. 9)

Bajo la protección de este dios benévolo se construyeron las primeras metáforas del cosmos, la capital del reino y el poder dinástico. Al territorio ocupado se le atribuyó la calidad de eje cósmico que conectaba el inframundo, la tierra y el cielo, y en cuyo centro confluían los cuatro rumbos del universo. Los monumentos que nos legaron los olmecas muestran que este pueblo fue uno de los primeros en generar los mitos que explicaban el origen del mundo y la génesis de la humanidad. Trazaron asimismo el primer mapa simbólico del cosmos, con sus distintos niveles, rumbos, colores y significados. Al mismo tiempo que fundaron las primeras poblaciones sedentarias, regidas por gobiernos hereditarios, dieron a esos logros un sentido de trascendencia al relacionarlos con un ceremonial religioso que de manera periódica celebraba esas hazañas e invocaba la protección de los antepasados.

En los numerosos objetos donde los olmecas representaron al soberano, éste aparece dotado de poderes sobrehumanos, maneja las distintas fuerzas cósmicas y cumple la delicada función de mantener la armonía del mundo y velar por el bienestar de la comunidad. En diversas imágenes su cuerpo simboliza las distintas partes del cosmos.

Entre los ritos más significativos del calendario político destacaba el dedicado a celebrar el ascenso al poder del soberano. La escultura del llamado Joven Gobernante y la estela de La Mojarra (Fig. 10 y 11) están consagradas a conmemorar ese acto político. Ambas presentan la figura del gobernante en el momento en que éste asciende al poder y es investido con los símbolos de la realeza. La escultura del Joven Gobernante, tallada en jade, tiene en la parte superior un casco y la cara está cubierta por una máscara de ave que representa al dios sol olmeca. En el pecho sobresalen los símbolos de la autoridad: la mano izquierda sostiene un cetro donde se advierte la figura de un dragón sobrenatural. En la mano derecha ostenta un cuchillo ceremonial, el símbolo del sacrificio de la sangre.

Su cintura, las caderas y las piernas están cubiertas por una complicada iconografía que se ha comenzado a esclarecer. Su lado izquierdo congrega los símbolos de la fertilidad agrícola, el sol, la tierra y la vida, mientras que en el derecho se acumulan los del sacrificio de la sangre, la oscuridad, el agua y la muerte. Su figura es una representación del poder supremo que se había concentrado en los gobernantes olmecas: bendecido por los dioses, el joven rey ocupa el centro del universo, el lugar donde confluyen las fuerzas que nutren el cosmos. Está retratado en el preciso momento en que asume el máximo rango político del Estado y abre un portal que lo mantiene en comunicación privilegiada con los dioses. La estela 1 de La Mojarra representa la misma escena: celebra el ascenso al poder del personaje llamado "Señor de la Montaña de la Cosecha". Los olmecas fueron los primeros en sacralizar la efigie y la memoria de sus gobernantes, como lo muestra con fuerza la impresionante colección de las monumentales "cabezas olmecas" que los representan. La perpetuación de la figura del soberano y la exaltación de sus obras será una práctica común en las culturas posteriores.

Los olmecas son un ejemplo de la aparición de sociedades obsesionadas por fundar instituciones estables. Sus dirigentes lograron crear organizaciones políticas fuertes y dotaron a los pobladores de creencias compartidas sobre sí mismos, el cosmos y el mundo exterior. Los símbolos que idearon para significar al reino, los gobernantes y los dioses fueron tan atractivos que otros pueblos los adoptaron como propios, y sus obras de arte adquirieron tal prestigio que años más tarde, cuando ya sus creadores habían desaparecido, seguían siendo atesoradas con celo por los dirigentes de otros estados.
 

Teotihucán

Pero sin duda fue Teotihuacán, el Estado que dominó el área central de Mesoamérica por más de seis siglos, el reino que canonizó los símbolos del poder. Hasta hace poco, aun cuando la imagen de Teotihuacán era una de las más divulgadas en el territorio de Mesoamérica, su historia permanecía ignorada o yacía enredada en los hilos nebulosos de la leyenda. Los arqueólogos afirman que desde el comienzo de la era actual hasta el siglo VII Teotihuacán fue la ciudad más poderosa de Mesoamérica. Pero repentinamente, hacia 650 la urbe espléndida cayó arrasada por un furor destructivo y su centro ceremonial fue incendiado. La catástrofe que abatió a la metrópoli se ensañó con la efigie de sus gobernantes y consumió también los libros y los testimonios donde se había registrado su historia. Sin embargo, la huella que dejó este reino espléndido fue tan honda que sobrevivió a sus años de infortunio. Después de la hecatombe que deshizo las organizaciones políticas, cuando comenzaron a ponerse los cimientos de los estados del posclásico (900-1200), la imagen de Teotihuacán renació en la memoria de los pueblos de Mesoamérica con el brillo del reino ideal. En lugar de perderse en el olvido, la antigua Tollán se convirtió en un arquetipo que los estados posteriores anhelaron imitar.

Se trata de una imagen que supera las dimensiones del reino histórico. Sabemos que desde su fundación Teotihuacán fue proyectada como una ciudad grandiosa. Sus arquitectos quisieron hacer de la ciudad terrestre un duplicado de la armonía que creían percibir en el cosmos ( Fig. 12). Su trazo, medido milimétricamente, seguía el movimiento del sol, el astro que en estas sociedades regulaba el flujo del tiempo y le imprimía orden y vitalidad a las fundaciones humanas.

Teotihuacán fue la primera urbe del Altiplano Central que reprodujo, como un espejo, los requisitos de la ciudad ideal propagados por el mito cosmogónico, el modelo universal de las creaciones mesoamericanas. Era un axis mundi donde confluían las fuerzas que mantenían el orden cósmico, un santuario donde se escenificaban las ceremonias religiosas que sacralizaban el mundo terrestre y al que acudían en peregrinación los pobladores de las provincias más remotas. Y sobre todas las cosas era la urbe donde se había concentrado el poder político, la riqueza y la civilización.

Hacia el año 400 de la era actual Teotihuacán era la metrópoli de mayor magnitud en el continente: abarcaba una extensión de 20 kilómetros cuadrados y reunía una población de más de 100,000 habitantes, compuesta por grupos étnicos que provenían de diversas partes de Mesoamérica. Sin embargo, apenas hace una década ignorábamos su nombre antiguo, la lengua de sus pobladores y su peso real en el mundo mesoamericano. Sorpresivamente, hace pocos años, unos investigadores descubrieron que en la época clásica sus contemporáneos zapotecos y mayas la reconocían bajo el nombre de Tollán, el lugar de los tules (símbolo de multitud), la ciudad de los hombres sabios (Ah Puh).Otros estudiosos afirman que los habitantes de esta primera Tollán hablaban una lengua náuatl antigua, antecesora del lenguaje de los pobladores de la Tula de Hidalgo y México-Tenochtitlán. Asimismo, las indagaciones sobre las diversas regiones de Mesoamérica muestran que Teotihuacán fue en la época clásica una metrópoli imperial, una urbe cuyos símbolos de poder fascinaron a los dirigentes de otros Estados, quienes se apresuraron a imitarlos y reproducirlos en sus propios reinos. Según recientes investigaciones, los gobernantes de los reinos mayas de Tikal y Copán afirmaban con orgullo que los fundadores de sus dinastías provenían del linaje real de la Tollán legendaria y habían recibido sus investiduras de los soberanos de esa ciudad.

Pero aun cuando los conocimientos sobre la Tollán histórica son cada día más numerosos y deslumbrantes, esa imagen es inferior a la que construyeron sus descendientes después de la caída de la gran ciudad. Seguramente con la idea de contrarrestar la catástrofe que había barrido los fundamentos del Estado mesoamericano más poderoso, los descendientes de los antiguos linajes construyeron una visión grandiosa y nostálgica de la desaparecida Tollán. Según esta imagen, Tollán era la encarnación del reino maravilloso: la entraña donde había nacido la nueva humanidad, el edén de la fertilidad, la casa de los dioses y los templos esplendentes, el arquetipo del poderío militar, la cuna de las artes y las ciencias, el emblema del mundo civilizado, el hogar de los linajes nobles y la sede del gobierno sabio.

Esta imagen grandiosa convirtió a Tollán en la suma de las más altas virtudes humanas. En contraste con el mito cosmogónico de los olmecas, que celebraba la fertilidad y la abundancia agrícolas, el mito teotihuacano exalta los logros de la civilización y les atribuye su origen al Estado, la institución que multiplica y otorga permanencia a los bienes civilizados. Según los cantos conservados como herencia preciosa por los estados que sucedieron a Tollán, el mundo actual vio la luz en esa ciudad de la siguiente manera.

Cuenta una tradición conservada por los mexicas que cuando no había cosa humana ni natural en el universo, los dioses se reunieron en Tollán-Teotihuacán y decidieron crear el cosmos. Luego de deliberar acordaron que dos de ellos deberían sacrificarse en el horno divino para que comenzara la vida en el mundo. Tecuciztécatl y Nanahuatzin fueron los elegidos e inmediatamente comenzaron a hacer ofrendas propiciatorias. Pero mientras Tecuciztécatl vestía ropas elegantes y hacía ofrendas ostentosas, Nanahuatzin, pobre y llagado del cuerpo, brindaba manojos de cañas verdes, púas de maguey y sus propias costras en lugar de copal. Por último, cuando ambos se aproximaron al horno ardiente donde habrían de sacrificarse, Tecuciztécatl cuatro veces intentó arrojarse al fuego y cuatro veces desistió. En cambio, Nanahuatzin, cuando fue llamado, lo hizo al primer intento, consumiéndose en las llamas. De este modo Nanahuatzin se convirtió en el Sol radiante de la nueva era del mundo, y Tecuciztécatl, quien se quemó más tarde, se transformó en Luna.

Los monumentos y la arquitectura de Teotihuacán narran también cómo surgió la superficie terrestre y se organizó el territorio. El famoso Templo de la Serpiente Emplumada simboliza el nacimiento de la Primera Montaña Verdadera, el surgimiento de la tierra del mar primordial. A semejanza de la pirámide central de La Venta, en Teotihuacán la montaña-pirámide brota de un gran patio hundido que en el verano se inundaba y simulaba el océano de las aguas primordiales. El talud de este monumento grandioso (la parte baja de la pirámide que linda con la tierra), está recorrido por serpientes emplumadas que parecen nadar en un medio marino representado por conchas y caracoles (Fig. 13). En esta imagen la Serpiente Emplumada es una representación de la superficie terrestre en formación: la sierpe o cocodrilo que según otros relatos cosmogónicos flotaba en el mar primordial. Así, desde el primer día de la creación, la tierra es ubicada en el medio del cosmos y adquiere las características que la distinguirán como asiento de la habitación humana: tierra primordial, tierra fértil, ombligo cósmico, lugar donde nace y se reproduce la vida...

Otros autores identificaron el motivo que aparece en los tableros al lado de la Serpiente Emplumada como un tocado que simboliza el tiempo (Fig.13). Este tocado es propio del primer día del calendario, cipactli (lagarto o cocodrilo), que "es el monstruo original, femenino y acuático, que según los mitos nahuas fue dividido en dos partes para formar con ellas el cielo y la tierra". En este simbolismo cipactli es la tierra misma y también es el primero de los veinte días del mes. De modo que si unimos estas interpretaciones tendríamos que el Templo de la Serpiente Emplumada es un monumento dedicado a celebrar la aparición de la tierra fértil, el comienzo del tiempo, el inicio del calendario, el primer día de la creación y el principio de la era del Quinto Sol.

Otros testimonios nauas provenientes de la tradición de Teotihuacán informan que luego que fue ordenada la tierra el dios Quetzalcóatl recibió la encomienda de crear a los seres humanos. Varios relatos cuentan cómo Quetzalcóatl descendió al inframundo en busca de los huesos de la antigua humanidad para crear con ellos los seres que poblarían la era del Quinto Sol. Uno de estos textos narra, de forma semejante al relato ki'che' del Popol Vuh, el combate tremendo entre Quetzalcóatl, la deidad celeste, y Mictlantecutli, el señor del inframundo. El primero se esfuerza por apoderarse de la simiente humana que yace en la húmeda región del inframundo, mientras el segundo se empeña en retenerla en ese lugar. El momento dramático de esta disputa ocurre cuando Mictlantecutli parece ceder al ruego de Quetzalcóatl, de modo que éste se apodera de los huesos e inicia su salida del Mictlán. Pero el señor de la región tenebrosa discurre una trampa: abre un hoyo en el camino y Quetzalcóatl cae en él, lo que provoca que los huesos se desparramen y se rompan. Otros textos dicen que debido a este tropiezo los seres del Quinto Sol ya no fueron tan grandes como los anteriores, que eran seres con tamaño de gigantes.

Cuando más tarde Quetzalcóatl logró recuperarse, juntó los huesos dispersos y huyó con ellos a Tamoanchan, donde se habían reunido los otros dioses creadores. Entonces Quetzalcóatl entregó los huesos a la diosa Quilaztli, quien los molió en un lebrillo y les infundió vitalidad al mezclarlos con la masa regeneradora del maíz. Luego Quetzalcóatl derramó sangre de su sexo sobre esa sustancia divina y lo mismo hicieron los demás dioses. De este modo, uniendo el sacrificio de los dioses creadores con la masa nutricia del maíz, nacieron los primeros seres humanos, los pobladores del Quinto Sol.

Casi todos los mitos de creación relativos a Teotihuacán dan a entender que los seres humanos nacieron de una cueva en el interior de la tierra, probablemente de la cueva que se encuentra debajo de la pirámide del Sol. Así, un rasgo definitorio del mito cosmogónico de Tollán-Teotihuacán es que declara que la aparición del sol, el nacimiento de la tierra fértil y la creación de los seres humanos son acontecimientos que tuvieron lugar en la propia tierra, en la maravillosa Tollán.
 

Tollán: La Capital del Reino

Después de narrar estos episodios inaugurales, el mito debió concentrarse en la fundación de Tollán, el reino que inició la edad del Quinto Sol. Los mitos de creación posteriores, que sin duda se inspiraron en el mito cosmogónico de Tollán, luego de narrar la aparición del Sol y de una nueva humanidad se concentran en la exaltación de Tollán. Así, los mitos mexicas de la creación del mundo consideran a Teotihuacán como el reino inaugural del Quinto Sol y presentan una imagen magnificada de esa ciudad maravillosa, quintaesencia de las creaciones humanas. Los cantos nauas dedicados a celebrar la aparición del primer reino del Altiplano Central son los más hiperbólicos de la literatura mesoamericana. En estos relatos el reino de Tollán es la imagen de la civilización y la riqueza material. Los toltecas, como se llama a los pobladores de Tollán, son los inventores del registro del tiempo, la astronomía, la escritura y las artes adivinatorias, los expertos en el conocimiento de las plantas, la religión y los libros pintados. Los habitantes de Tollán son los renombrados artífices de la escultura, arquitectura, orfebrería, pintura, lapidaria, plumería, tejido, música... En estos relatos tolteca es sinónimo de artista. Tolteca quiere decir orfebre consumado en las más altas expresiones de la vida civilizada. Y Tollán, la urbe opulenta, ornada por monumentos y edificios magníficos, como el llamado Templo de Quetzalcóatl, se transformó en sinónimo de metrópoli, en arquetipo de la capital del reino.

Esta descripción exaltada de Tollán y los toltecas se unió con otra imagen que describía al reino como un lugar privilegiado por la riqueza material y la abundancia agrícola. Un texto dice que Tollán tenía "todas las riquezas del mundo, de oro, plata y piedras verdes que se llaman chalchihuites, y otras cosas preciosas." Tollán era un vergel pródigo, donde el algodón germinaba en copos multicolores y el maíz era abundantísimo, y las calabazas muy gordas [...]
y las mazorcas de maíz eran tan largas que se
llevaban abrazadas [...] y los dichos [...toltecas]
estaban muy ricos y no les faltaba cosa ninguna,
ni había hambre.

Luego de trazar la imagen del reino perfecto el mito pasa a delinear el arquetipo del linaje real. Dos textos nauas refieren que Tollán fue fundada por Ce Ácatl Topiltzin (nuestro señor Uno Caña) Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada). La Historia de los mexicanos por sus pinturas dice claramente "y en el treceno sexto [año después del] diluvio comenzó Ce Ácatl a guerrear y fue el primer señor de Tula". Por su parte, la Leyenda de los Soles asienta: "El nombre de este Sol es Naollin [Cuatro movimiento] fue el mismo Sol de Topiltzin de Tollán, de Quetzalcóhuatl". Estos y otros textos describen a Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl como un conquistador que gracias a sus hazañas guerreras funda el reino de Tollán. Otras fuentes encomian sus virtudes de gobernante sabio. Se refieren a él como originador de los conocimientos especializados (escritura, cómputo del tiempo, astronomía), patrón de las artes refinadas (arquitectura, pintura, escultura, plumería, música...), supremo ejecutor de los oficios religiosos y le atribuyen el más alto prestigio reconocido a un gobernante: la calidad de fundador de la dinastía que le infundió vitalidad duradera al reino.

En la tradición teotihuacana Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl es el fundador de Tollán y de la dinastía que por muchos años gobernó esa ciudad bajo el emblema de la Serpiente Emplumada, el símbolo de la casa real grabado en el Templo de la Serpiente Emplumada desde el siglo II de la era actual. Este emblema alcanzó tal prestigio que desde esos años hasta la caída de Tenochtitlán el emblema real más difundido y apreciado en Mesoamérica fue el de la Serpiente Emplumada, como se puede ver en Xochicalco, El Tajín, Tula, Chichén Itzá, Cholula, Uxmal, Mayapán y otras capitales (Fig. 14). El personaje real o mitificado que en un tiempo remoto gobernó la primera Tollán le infundió al ejercicio del poder tal trascendencia que en el futuro su nombre y su emblema, la Serpiente Emplumada, adquirieron el significado de fundación dinástica, linaje real, gobierno sabio y prototipo del dirigente político.
 

Características del canon histórico en la época clásica

Se advierte entonces que en Tollán-Teotihuacán cobran forma las características que definirán la historia de la creación del mundo y el principio de la vida civilizada de la época clásica (250-900 d. C.). Los componentes básicos de este canon son: I) Creación del Quinto Sol, el acto que le impone un orden al cosmos y da origen a la Tierra fértil; II) Creación de los seres humanos y del maíz; III) Fundación del reino y crónica de las hazañas realizadas por sus dirigentes.

Todo indica que en la antigua Mesoamérica el relato más celebrado era el que narraba el ordenamiento portentoso del cosmos, la creación de la tierra, los seres humanos y el establecimiento de los reinos. Según mi interpretación, fue Tollán-Teotihuacán el primer reino que canonizó este relato, lo inscribió en un códice que le dio uniformidad y poder de transmisión, y lo convirtió en el rito ancestral que se escenificaba al comenzar las ceremonias del año nuevo, cada vez que se cumplía un ciclo de 52 años y se festejaba la fiesta de Fuego Nuevo, y cada vez que se investía a un nuevo gobernante o se rememoraban los acontecimientos fundadores del reino. El relato del origen del reino y el principio de la vida civilizada fue el himno más repetido en las antiguas capitales de Mesoamérica.

Antes de que existiera un relato integrado de la creación del cosmos y el principio de los reinos hubo muchas versiones de sus varios episodios, cantadas o representadas de manera aislada. Los ritos que festejaban el nacimiento del sol, los dedicados a celebrar la renovación de las plantas en la primavera o aquellos que recordaban a los ancestros eran cultos antiguos, anteriores en muchos años al relato de la creación del cosmos. Y seguramente eran ritos celebrados en forma aislada, según la ocasión y el lugar que les correspondía. Lo que distingue al mito cosmogónico de los cultos anteriores es la integración de los distintos episodios de la creación del mundo en un solo relato que le imprimía unidad tanto al contenido como a la forma. Pienso que el relato de la creación del cosmos fue escrito cuando se fundaron los primeros reinos porque antes de ese acontecimiento no hay registro de esa narración en ninguna de sus versiones. Sugiero que el códice que nació con el reino fue el texto que unió los distintos episodios de la creación en un relato lineal, ordenado por los acontecimientos que culminaban con el origen de la superficie terrestre, los seres humanos, las plantas cultivadas, el sol y la fundación de los reinos.

Luego de esos actos fundadores el tema que se impone en los relatos es la historia del origen y desarrollo del reino. Las estelas, los monumentos, las pinturas y los textos jeroglíficos de los distintos reinos de la época clásica se concentran en narrar la historia protagonizada por los miembros del linaje gobernante. El mito cosmogónico grabado en los templos de Palenque es el ejemplo más antiguo de este género de relatos. Como se recordará, este texto comienza con la creación y división del cosmos, festeja más adelante el surgimiento de la tierra y concluye con la fundación del reino y la enumeración de los gobernantes cuyas hazañas le dieron prestigio al Estado de Palenque. Lo que subraya este texto es la continuidad entre los orígenes de la creación y la historia de los reinos surgidos de esa génesis fundamental. En este sentido la historia terrestre es un desprendimiento, un resultado de la creación divina.

La narración histórica sobre los reinos que aparece en la última parte de los mitos cosmogónicos se convirtió en el tema central de los relatos que adoptaron la forma de anales. Así como en Palenque la sucesión de las creaciones y de los gobernantes está registrada en forma de anales, los relatos históricos de la época clásica siguen este modelo. El relato de las acciones del soberano en un tiempo y un lugar precisos es el ordenamiento clave de los registros históricos mayas y zapotecos de la época clásica. Entre los mayas, la pintura, la escultura, los abundantes textos jeroglíficos y los monumentos consagrados a registrar hechos históricos se concentran en la figura y los actos del soberano. La historia maya de la época clásica está completamente absorbida por la personalidad del ahaw, el gobernante supremo. Los orígenes del reino, su expansión y conquistas, sus guerras y alianzas, la fundación de ciudades, la erección de los templos dedicados a los dioses, los monumentos que conmemoran el paso del tiempo y los ritos que celebran la siembra, la llegada de las lluvias o el levantamiento de la cosecha, todos esos acontecimientos están representados por la figura o el nombre del gobernante. El diseño mismo de la ciudad, que intentaba reproducir la disposición del cosmos, era un gran aparato escenográfico del poder, un despliegue de símbolos destinados a legitimar y exaltar al gobernante.

Se trata, literalmente, de una historia del poder concentrada en el soberano. En estos relatos no hay lugar para los campesinos, los artesanos o los soldados que con sus manos construyeron la riqueza y el poder del reino. Al suprimir a los actores colectivos y privilegiar la persona del gobernante estos registros delatan la compulsión de legitimar la desigualdad instaurada por la creación del reino hereditario. La desaparición de los actores sociales y la atribución al soberano de los principales acontecimientos históricos es una imagen invertida de la realidad. Advertimos entonces que la principal función ideológica del mito que narraba la creación del cosmos y el principio de los reinos era propagar la idea de que los gobernantes descendían de los dioses y habían nacido para ejercer el poder, mientras que los campesinos y trabajadores tenían como función sustentar a los primeros.

Esta concepción del origen del cosmos, los seres humanos y la historia de los reinos es la misma que describen los monumentos y los registros históricos del reino de Montealbán. La historia que narran los edificios de Montealbán, sus estelas, pinturas, tumbas y cerámica están también centrada en los gobernantes. Se trata de un canon que en el caso de los mayas sólo comenzó a cambiar cuando aumentó el número y la fuerza de los linajes nobles, un fenómeno que se acentuaría entre el siglo VI y IX. Entonces, al lado de la figura del supremo gobernante se reproduce la de personajes y linajes que gobiernan ciudades subordinadas al reino, y también comienzan a ser frecuentes las representaciones de otros miembros de la familia real (capitanes de la guerra, administradores, sacerdotes, escribas). Es decir, el ahaw pierde el poder absoluto y ahora parece compartirlo con miembros de la familia real y con individuos que representan a otros linajes nobles. Con todo, el relato histórico sigue siendo, en lo esencial, un registro de las acciones de los gobernantes, un elogio de sus virtudes y una recordación de sus ancestros.