JUEVES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Olga Harmony Ť

La divina fauna

Me pregunto si lo que la estrafalaria ''encuesta" que lleva a cabo el equipo de transición del próximo gobierno acerca de las instituciones culturales llama Compañía Operadora del Centro Cultural y Turístico de Tijuana, SA de CV, es lo que el común de los mortales conocemos como Centro Cultural Tijuana. De ser así, la ''encuesta" sumaría a su falta de rigor técnico -señalada por quienes de esto saben- y su mal disfrazado afán privatizador una pifia más, porque el Cecut es un centro dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes -también ''desaparecible" para los encuestadores- que lleva a cabo una encomiable labor. En el renglón teatro, junto con el Centro de Artes Escénicas del Noroeste (CAEN), es una entidad que abre un polo cultural -mediante diplomados, montajes y excelentes ediciones- en esa ciudad fronteriza tan castigada por el delito y el falso oropel de la maquila. Desde luego que no debe desaparecer, como ninguna de las instituciones que presenta la manipuladora ''encuesta", aunque algunas requieran cambios y perfeccionamientos.

Me pregunto también si la embestida de las fuerzas más oscurantistas del clero y los grupúsculos que las acompañan no hace que pase desapercibida esta otra, también muy peligrosa, arremetida contra la cultura.

Gracias a los apoyos de Cecut y CAEN pudimos conocer al espléndido grupo tijuanense La divina fauna que dirige el talentoso Edward Coward. Hace un par de años se presentó en una Muestra Nacional y después en brevísima temporada en El Galeón, Guía nocturna, de la que me ocupé en su momento y que ahora alterna, en la cafetería y el teatro del Centro Cultural Helénico, con dos montajes de los que también es autor y director Coward. Ambas vuelven a conmovernos de diferentes maneras y en las dos se vuelve a constatar la cohesión y profesionalismo del grupo que inciden en el desempeño de los actores de los cuales sólo uno de los tres de Guía nocturna, Héctor Jiménez, repite en otro espectáculo.

En el reducido espacio de la cafetería el monólogo La historia de China resulta un espectáculo muy propio de café concert, pero también es algo más. La soledad de ese promiscuo homosexual que aspira, sin embargo, a encontrar el hombre de su vida, se reconstruye en el hilarante monólogo que deja un resabio de conmiseración y ternura. China habla con su psiquiatra -resorte cómico es que siempre le diga lo mismo-, con su gallina Wendy, se viste de una manera y de otra, baila, hace calistenia, se ocupa de menesteres domésticos con toda la gracia y la capacidad actoral de Héctor Jiménez, plena de matices y transiciones. Cuando al final nos habla de su madre, apenas, con voz que se va perdiendo junto con la luz, apreciamos que esa es la verdadera historia de la China y no la otra, siempre interrumpida por alguna gracejada.

Mucho más ambiciosa, e inspirada también, como Guía nocturna en las Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke -esta vez las 7 y 8- es Pedro y Lola, aunque en el texto no se haga referencia explícita al poeta alemán, como en su antecesora. A mi entender toma de la carta la idea rilkeana (que él sólo avizoraba en el futuro cuando la mujer llegara a ser una individualidad femenina muy clara) de que una unión sería completa y perdurable cuando ''dos soledades mutuamente se protejan, se limiten y se reverencien". Para un hombre contemporáneo de la edad de Edward esa mujer ya existe y por ello propone esta elegía al amor conyugal.

Pienso que de la carta 8 el autor elige la idea del tiempo inmutable por el que transitamos y la del respeto a lo sobrenatural; la séptima carta sustenta el tema y la octava su desarrollo, en esa construcción dramática que confunde muerte y vida, pasado, presente y futuro. Por supuesto, no es imprescindible conocer las cartas de Rilke para disfrutar este espectáculo que se sostiene por sí mismo, gracias a Coward pero también a los dos jóvenes actores, Maricela Peñalosa como Lola y Juan Manuel Raygoza como Pedro, a los que por fortuna nunca se hace imitar a los ancianos que narran su historia de 63 años de matrimonio.

Con el escenario del Helénico convertido en un pequeño teatro de cámara, la escenografía atribuida al grupo rememora, con sus dorados y rojos un espacio ceremonial; un gran marco dorado sin fotografía apoya el tono de nostálgica ternura. En este espacio y entre la sillería del público, los actores se desplazan -incluso Pedro baila un mambo desatado- para volver al par de sillas frontales, desde donde se dirigen -con lenguaje coloquial muy bien captado- a ese público convocado para una ceremonia secreta. Pausas, silencios, la expresión de los rostros se combinan con momentos muy graciosos en esta excelente escenificación que convalida los valores de La divina fauna e incluso de los apoyos que tiene y que no se deben perder.

Ť Los restos mortales del maestro fueron incinerados


Rumbo al mar, Juan Ibáñez camina por las calles de su natal Cuévano

Ť Propició el parteaguas para que la ópera mexicana adquiriera su brillo actual

Ť Es un hombre de teatro integral, un artífice de la escena y la imagen, señala Sergio Vela

Pablo Espinosa Ť Los restos mortales del maestro Juan Ibáñez fueron cremados ayer. Sus cenizas serán lanzadas al mar.

Falleció a las 8 de la mañana del martes (La Jornada, 13 de septiembre). Convalecía de un tratamiento de quimioterapia. Vivió con intensidad una vida ejemplar.

Con Carlos Fuentes escribió el guión de una impronta, el filme Los caifanes. Fuentes había descrito la cuna donde nació Ibáñez, hace 62 años, como un lugar ''de noble piedra y cerco campirano".

Otro espíritu lúdico, Jorge Ibargüengoitia, bautizó a su vez así a la ciudad de Guanajuato: Cuévano. Juan, ahora, va caminando por las calles de Cuévano, recorre los subibajas cubistas de ese tráfago. Camino al mar.

Pero la buena fama de Juan Ibáñez no se limita a Los caifanes o a esa otra puesta en escena consagratoria: Divinas palabras. El cine, el teatro, las artes plásticas, el arte taurino, el baile, el buen gusto, la inteligencia extrema, el ser maestro de quien tuviera la humildad suficiente como para aprender de uno de los hombres más importantes de la cultura mexicana de la segunda mitad de este siglo.

Entre sus contribuciones póstumas destaca la articulación, el parteaguas clarísimo que propició para que la ópera mexicana lograra el brillo de hoy en día. Con un par suyo, el director de Orquesta Eduardo Mata, creó una puesta en escena definitiva de la ópera Don Giovanni, de Mozart, en 1984. Además de otras puestas en escena operísticas de gran calibre, formó tanto a otros artistas como a un buen público, amante del teatro, melómano, crítico sobre todo.

 

El arte, todo, es un juego

 

En una de las varias entrevistas que concedió a La Jornada en esta última etapa de su trayectoria, cuando dirigió la ópera La Cenicienta, de Rossini, explicó, de lleno (La Jornada, 5 de julio de 1992): ''Para mí el arte, todo, es un juego. Y la ópera es el juego que junta todos los juegos. Yo estoy sumamente enamorado de esta actividad y debo reconocer que estoy en ella gracias a que me invitó en un buen momento -en una especie de virginidad, de iniciación- Eduardo Mata, cuando era director artístico de la Compañía Nacional de Opera. Juego mágico intentó, entonces, ser una obra de teatro, que yo escribí, pero al mismo tiempo un taller de ópera. Y funcionó: permitió a los cantantes jóvenes estar en activo de manera constante. Muchos de ellos son ahora primeras figuras en el mundo: Ramón Vargas, Fernando de la Mora, Armando Mora, María Luisa Tamez, entre otros".

Fue ese día cuando acuñó el término operópatas: ''Son los enfermos de ópera porque ven con las orejas". Dejó entonces en el escenario de Bellas Artes arqueología y su lugar lo tomó el teatro, el juego de todos los juegos. El esplendor del arte de la escenificación operística.

''El sueño. El misterio del cerebro. Creo que en este siglo gracias a los surrealistas se pudo entender algo que buscaban muchos artistas en el pasado: la belleza de lo no explicable por la razón, que constituiría el más grande acto de magia. Porque el inconsciente, lo desconocido, el misterio de lo que no es expresado por la conciencia puede ser expresado por el arte", decía Juan.

Respecto de Rossini: ''Fue un genio que amalgamó esa complejísima abstracción de la música en función de un complicadísimo concepto dramático. Toma las cosas en un aparente infantilismo, igual que Miró, igual que Mozart. Para mí, Rossini es el Moliére de la ópera. Y Moliére nace de la Commedia dell'Arte, que es básicamente italiana. Lo que evito es la arqueología, por eso se irritan ciertos aficionados a la ópera que esperan que yo recapture lo que ya han visto en otras puestas en escena de Rossini, o de otro autor. Creo que lo peor del siglo XX es heredar un mal siglo XIX, y hay mucho de eso en la ópera: ya se hizo de tal manera y así debe ser siempre, y sólo hay que repetirla, por lo que el director se vuelve un arqueólogo. Y yo no puedo ser arqueólogo, si me convierto en tal no juego, y si no juego entonces para qué me dedico a esto. La razón por la que estoy en esto es porque me divierto mucho".Artífice de la escena y de la imagen

El duelo es hondo. Sergio Vela, director del Festival Internacional Cervantino y director de escena que ha logrado éxitos similares a los de su maestro, concentró el sentimiento y el pensamiento de muchos quienes nos honramos con la amistad entrañable y las enseñanzas impagables de Juan Ibáñez:

''Juan es (lo digo en presente) un hombre de teatro integral, un artífice de la escena y de la imagen, de las artes visuales y de la dramaturgia. Pocos artistas comprenden la amplitud de las artes y el conocimiento como Juan Ibáñez: teatro, cabaret, teatro de variedad, carpa, ópera. Toda su vida se nutrió de la filosofía y de la literatura clásica para elaborar a su vez nuevas propuestas artísticas. Pierdo a uno de mis mejores amigos y si bien no fui su alumno, sí soy su discípulo. Lo que de él aprendí de escena es impagable".

Juan Ibáñez bajó al mar.