MIERCOLES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Primer concierto de la Orquesta Nacional de España en Bellas Artes


Las partituras de Manuel de Falla, bajo la batuta de Fruhbeck de Burgos

Ť El amor brujo evocó las imágenes de Cristina Hoyos, Antonio Gades y Carlos Saura

Ť Se interpretó pieza de Rodolfo Halffter y la rúbrica fue el Bolero de Maurice Ravel

Pablo Espinosa Ť Una poética de la Tierra. Desde los primeros compases suena a De Falla. Y el acierto se expande -en el transcurso de una partitura que cuenta una historia- hasta las campanas del amanecer, justo donde una coda deja en el firmamento una espiral, resultado de un relato sonante y constante con un centenar de instrumentos guiados en el Camino de Santiago por una batuta serena, cayado de Moisés, bastón amarfilado.

Es la Orquesta Nacional de España la que enarbola ese centenar de instrumentos. Es Rafael Fruhbeck de Burgos quien empuña el bastón de mando, batuta de marfil. Es El amor brujo, suite orquestal de don Manuel de Falla, lo que suena.

Estamos, la noche del lunes 11 de septiembre, en Bellas Artes. Ha iniciado el primero de dos conciertos, ciertamente históricos, de la mejor orquesta y el más relevante director en el repertorio español. No habrá de ser superado, en el siguiente par de horas, pobladas de por sí de sortilegios, el nivel de lo sublime sellado por Fruhbeck con su versión intensa, sobria, sosegada y al mismo tiempo en el crispamiento máximo de hoguera.

Mientras suena la partitura de De Falla, y como suena en nivel de perfección, las imágenes asociadas son inevitables: Cristina Hoyos, Antonio Gades, Carlos Saura.

Prodigioso fraseo

Luego de un ayuno prolongado de buena música sinfónica, interpretada por una orquesta de primer nivel mundial, Bellas Artes está abarrotado de bote en bote, campechaneado el público entre los conocedores y esa franja sublime de villamelones que no resisten aplaudir cuando la obra no ha terminado todavía; como reconocieron la Danza ritual del fuego, por ejemplo, movieron sus extremidades como focas. Vil eyaculación precoz. Cuando en realidad lo que está logrando Fruhbeck de Burgos es un primor insólito: su fraseo es tan prodigioso, el control sobre los tempi tan escalofriante, que es como si un humano pudiera detener una cascada entera y hacerla caer lenta, inexorablemente, en cámara lentísima. El dominio absoluto en el arte del amor.

Siguió en el programa el encantador Concierto de Aranjuez, con un solista, José María Gallardo, que fue Aranjuez y parte. Como aplaudieron tanto los presentes, regaló una pieza que anunció así: ''Rosales", de Un Servidor, que no es autor anónimo (Un Servidor no es nombre propio) sino una manera elegante de decir ''De mi autoría, de mi ronco pecho, de mi cosecha", o bien ''De mi inspiración". La virtud mayor de este semivirtuoso (pues no es ciertamente un grande de la guitarra, no sólo porque es chaparrito sino porque no toca tan bien como le aplaudieron) es que hace nacer de su guitarra un sonido desnudo y fresco, dotado de limpidez y transparencia. Mientras sonaba el Concierto de Aranjuez las imágenes asociadas retrotraían jubilosamente a Miles Davis haciendo sketchs en trompeta mientras Chick Corea jugueteaba en un teclado y a ambos, a Davis y a Corea, los coreaba Bobby MacFerrin. Tres glosadores consumados de la obra de Rodrigo, esos sí virtuosos, musicazos.

Poética del trasterramiento

Luego del intermedio vino la otra porción más alta del programa: el Concierto para violín y orquesta opus 11 de Rodolfo Halffter, con sus dosis de encanto, gracia y complejidades técnicas. Una poética del trasterramiento.

El cierre fue de fábula: el prodigio del Bolero, esa partitura que reproduce el timing exactísimo del coito escrita por ese otro flaco de oro de nombre Mauricio y de apellido Ravel. Y como el público estaba más que eufórico, sonó de regalo un encore de maravilla, un intermezzo de Granados con el retorno del fraseo pasmoso, genuina respiración de clepsidras, que es la maestría de sabio que ha logrado Fruhbeck de Burgos. Y para que todos se fueran tarareando, la última pieza de regalo fue una boda: esa partitura celebérrima del gran zarzuelero Jerónimo Jiménez, La boda de Luis Alonso.

Pero lo sublime no se borra, y en el ambiente perfumado del palacio de marmomerengue se impregnó la magia del fraseo de Fruhbeck de Burgos, insuperable en De Falla. Toda una poética terrena. Un paraíso en la península, una lámpara con luz, un reloj con manecillas, una metafísica de lo cotidiano vuelta sonidos, españolísimos.