MIERCOLES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť Luis Linares Zapata Ť
Decadencia veracruzana
La recién inaugurada normalidad democrática ha sufrido su primer golpe en las elecciones de Veracruz. Han sido éstas, a pesar de la corrección hecha al rango de abstención reportada en principio, un ejemplo claro y adicional del estancamiento que la sociedad veracruzana acusa desde hace ya varias décadas. La renombrada clase política de ese estado, que incluye no sólo los nombres de priístas, ya conocidos y famosos, ahora también abarca muchos personajes de los demás partidos. Todos ellos no han cumplido con las aspiraciones democráticas ni con las necesidades de progreso de la región. Pero tampoco lo han hecho sus líderes sociales, los deportivos, sus educadores y, menos aún, sus empresarios. Hasta sus nacionalmente famosos carnavales o festivales de música y folclor desfallecen o pasan al olvido.
En conjunto, esas elites y sus organismos de apoyo no han podido construir una base estructural sólida para iniciar o sostener el desarrollo de una fábrica estatal que mejore las condiciones generales de vida. Nada se diga de reducir las notables desigualdades o los inaceptables niveles de pobreza en que se debaten grandes segmentos de su población. Veracruz bien puede señalarse como el estado que cuenta, para su descrédito, con peores índices de marginalidad y mayores contingentes en pobreza extrema. Logros por demás reprobables, si se consideran las enormes inversiones federales que se han canalizado al estado en el transcurso de los años y la plataforma de la cual partió durante los alegres años cuarenta.
Veracruz contaba, desde hace décadas, con una bien establecida red educativa que se extendía hasta el nivel universitario y gozaba de merecido prestigio. Pero a pesar de ello, tales instituciones educativas no lograron avanzar más allá de sus alargadas y verdes fronteras para volverse nacionales, como han hecho otras de más reciente fundación.
Ni siquiera han podido contribuir, con talento, método e imaginación, a un proceso de maduración social interno que actúe como fuerza adicional de balance que presione por un desarrollo equilibrado y autosostenido. Han quedado cortas, por lo demás, frente a las exigencias de su plantilla industrial y de servicios.
El PIB veracruzano ha cedido lugar frente a otras entidades de la República que antes lo seguían (Nuevo León, por ejemplo). La cadena de ciudades, una docena de ellas, que emergieron en los primeros lustros del desarrollo estabilizador con todas las condiciones requeridas para alcanzar autonomía y mejorar su equipamiento urbano, no pudieron construir un hábitat aceptable, moderno y productivo. Veracruz sigue exportando capitales y no cuenta con una sola institución financiera basada en su territorio a través de la cual ejercite y perfeccione su capacidad de gestión. La infraestructura, sobre todo carretera, quedó en el más completo abandono, a pesar del intenso tráfico que el puerto jarocho genera hacia el altiplano o norte de Tamaulipas en adición al que la zona petrolera produce.
La organicidad social veracruzana no ha podido reaccionar o rechazar la intervención del gobierno estatal en su proceso electivo. A la antigua usanza, los apoyos ilegítimos y hasta ilegales en estos días pasados fueron cosa común, según los reportes recibidos por estudiosos y observadores. Los mismos partidos que compitieron por la alcaldía jalapeña tuvieron que ser multados por sus numerosas faltas. Es ya conocida, y hasta denunciada sin que pase a mayores, la actitud de rapiña y uso indebido de bienes que hicieron los funcionarios de Convergencia Democrática, anteriores ganadores de la presidencia municipal (1997). Aun así, este partido logró conservar la capital después de reñida pelea y no precisamente por los debidos cauces y las buenas armas. Estos militantes partidarios, de acuerdo a la crítica fundada de medios y analistas (ver La Jornada del domingo pasado), se desempeñaron con los más relajados estándares del priísmo de antaño que, en ese estado en particular, fueron o son harto conocidos por su patrimonial derroche y mezcla de los negocios públicos con los intereses privados.
El PRI no puede sentirse orgulloso de haber detenido la ruta de pérdidas que lo marcan desde hace tiempo. Todo apunta hacia victorias pírricas y que en nada contribuirán a cambiar el derrotero hacia el estancamiento, la mediocridad o el franco retroceso en que se debate Veracruz. Pero hoy en día quienes más han contribuido a dibujar tan dramático panorama son los perredistas. Perdieron las grandes ciudades del sur (Coatzacoalcos, Minatitlán) por su deficiente gestión política y, con ellas, malbarataron su influencia en toda esa basta y rica zona. Sus pleitos y escándalos internos, los pésimos reclutamientos, malos candidatos y torpes administradores municipales, han logrado extender su fama más allá de las fronteras locales.
En fin, lo que se esperaba fuera un ambiente de mejoría en la confianza ciudadana hacia sus instituciones políticas y, sobre todo, hacia los institutos electorales del estado, son señalados ahora como puntos de flaquezas y frustraciones. Fallaron estrepitosamente. No soportaron la presión del gobierno y cedieron a ellas. No contaron con la exigida capacidad de organización, derivada en parte sustantiva de su falta de recursos, y apenas pudieron entregar --con enorme y sospechosa tardanza-- resultados después de excederse tres días conforme a los tiempos marcados por la ley. Pero, según sus autoridades y aliados, todo va bien por esas tierras de bendición. Veremos lo que se cocina en el vecino Tabasco.