MIERCOLES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ť José Steinsleger Ť
Milonga para Juan Gelman
goethe, primer legislador del arte moderno, aseguraba que el tema de los poetas no es lo poético sino lo real: "Hay que tener fantasía para ver la verdad en lo real... Sólo es verdaderamente poeta el que se muestra capaz de adueñarse del mundo y expresarlo".
El poeta no ha de quedarse en éxtasis embotellado sino conversar y enfrentar al mundo de los seres humanos. En sus Tratados en La Habana, el poeta José Lezama Lima dice: "el gozo del ciempiés es la encrucijada". Pero el poeta Juan Gelman tiene su propia versión de la encrucijada:
"--Señor ciempiés: quiero hacerle una pregunta.
--Sí, como no. ƑQué quieres arañita?
--Bueno, yo quisiera saber cómo camina usted... Ƒprimero 50 patas a la derecha y luego 50 a la izquierda? ƑDos y dos? ƑCinco y cinco?
"El ciempiés se quedó pensando y no caminó nunca más".
Siendo la poesía algo tan concreto y real ("poeta" es el "hacedor", "el que realiza" y "vate" el que adivina), y siendo la más objetiva de todas las disciplinas del conocimiento, es curioso que la mayoría de la gente la subestime o le tema, la niegue o le parezca algo inservible que quizá, amerite el festejo.
ƑPor qué será que la más viviente de las actividades humanas, la más auténtica, la única hazaña creadora del hombre, suele ser vista como aleluya de la nada?
La responsabilidad recae sobre los mismos poetas. Porque o bien a causa de no atender lo que apuntamos de Goethe o porque abundan los poetas que no ven y no dicen sino aquello que los dueños de la fortuna y del poder necesitan que se vea y que se diga, gran parte de los poetas modernos son gente de términos medios o escriben "como si estuvieran enfermos, como si el mundo entero fuese un hospital" (Nietzsche, Zaratustra).
Esa apasionada y bella invitación a la muerte ideal. Esa poesía propia de regimientos de caballería en los que los jinetes están mucho más mecanizados que sus caballos. ƑPoetas virtuosos que piensan hondo? Hay muchos. Más raros son los poetas con virtudes que piensan profundo. La hondura no es profundidad. La tristeza no es melancolía. El tango no es milonga.
A prudente distancia de los apóstoles de la estufa y de la falsa modernidad que no se muestra a la altura de su tiempo, la poesía de Gelman nunca temió afrontar las consecuencias del pensamiento verdadero, el que se rebela ante las imposiciones carcelarias, las leyes clandestinas o el juego de un Jean Cocteau: Comprenderá de pronto que mis versos/ fueron los servidores del orden.
Hijo de Raúl González Tuñón y de César Vallejo, Gelman reconoce su deuda con San Juan de la Cruz. Sin embargo, sus temas pertenecen al viejo y modernísimo árbol de Keats, Shelley, Whitman, Dylan Thomas, poetas del porvenir necesario que liberaron a Prometeo y anunciaron el hombre nuevo: La máscara repulsiva ha caído, el hombre queda/ sin fronteras, sin reyes, libre, nada más que el hombre (Shelley).
Por su carga de glamour hay quienes creen que la cultura argentina moderna fue inventada por Victoria Ocampo cuando en medio de la pampa le explicaba a Rabindranath Tagore la técnica de cebar el mate. Cosas de argentinos. Pero muchos más saben que nació con los cielitos y vidalitas del uruguayo Bartolomé Hidalgo (1788-1822), filamentos de que Gelman retoma para redescubrirnos lo que siempre fue libre, como los caballos de los indios pampas, que no precisaban de freno.
Toda poesía auténtica guarda un cometido de honor: traducir la emoción que nos despierta la fisonomía alegre o serena de las cosas. En el polo opuesto de la tristeza, la poesía melancólica de Juan Gelman nos habla del parentesco de sangre y espíritu de todos nosotros y de la sagrada confianza en sí mismo. Una poesía que tras doblegar a los hijos de la noche encontró su liberación definitiva, haciéndonos ver que siempre había luchado por su propio, claro crecimiento.