VIERNES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


Ť Leonardo García Tsao Ť

Toronto cumple 25 años

Ayer se inició el Festival de Toronto en su aniversario de plata. En 25 años de crecimiento constante, éste se ha consolidado como el más importante de Norteamérica, ya sea por la diversidad e interés de su programación o por su papel de plataforma de lanzamiento comercial para muchas producciones tanto locales como extranjeras. Es decir, ha sabido conjugar las dos instancias fundamentales del cine: el arte y el comercio. Pocos festivales pueden presumir de un equilibrio tan exacto.

El contar con uno de los públicos cuyo entusiasmo raya en el fanatismo, le ha permitido a Toronto exhibir centenares de películas sin temor a que alguna de sus funciones estén vacías. Eso simplemente no ocurre. Igual llama la atención el estreno hollywoodense que una oscura película de Kazajstán, en cualquier horario. Así, el festival selecciona lo sobresaliente de lo estrenado en los tres grandes --Berlín, Cannes y Venecia--y añade material que se ha descubierto por ahí. De México, por ejemplo, se exhibirán Amores perros, de Alejandro González Iñárritu y Así es la vida, de Arturo Ripstein, ambas dadas a conocer en Cannes; pero además se estrenará Por la libre, segundo largometraje de Juan Carlos de Llaca. (La selección nacional se complementa con el cortometraje Diminutos del calvario, la colección de diez cineminutos).

Aunque la programación se divide en varias secciones -las funciones de gala, Contemporary World Cinema, Discovery, Masters, Midnight Madness, Planet Africa, Real to Reel, entre otras--todas se combinan en su exhibición en un juego democrático por el cual ningún cineasta se puede sentir disminuido. De hecho, la única sección competitiva es la dedicada a lo nuevo de la producción local, titulada Perspective Canada que no es precisamente la más atractiva. Por desgracia, a excepción del trabajo de autores como Atom Egoyan o David Cronenberg, es una cinematografía que no ha podido salir en general de una índole algo anodina y falta de personalidad.

En esta ocasión se exhibirán 20 largometrajes y 29 cortos, una muy saludable producción doméstica que ya quisiera algún año la Muestra de Guadalajara, digamos. Pueden resultar interesantes Maelström, de Denis Villeneuve, Possible Worlds, de Robert Lepage (cuyo trabajo teatral ha sido hasta ahora bastante más relevante que el cinematográfico) y Suspicious River, de Lynne Stopkewich, una directora que llamó la atención con el tema necrófilo de Kissed, su ópera prima. Como es tradicional, la función inaugural fue con otra cinta canadiense, Stardom, del francófono Denys Arcand, que fue precisamente la cinta de clausura en el pasado festival de Cannes. Si bien esa mirada satírica sobre los procesos actuales de la fama sufre una estructura narrativa muy endeble, la superestructura de la actriz Jessica Paré no tiene falla.

Entre las actividades especiales de aniversario, se han anunciado un tributo al director británico Stephen Frears, una serie de adaptaciones de Samuel Beckett realizadas por diversos cineastas -Egoyan, Karel Reisz, David Mamet, Neil Jordan y Anthony Minghella, entre otros--y la proyección de varios cortos a manera de preludio en algunas funciones, dirigidos por los nombres más prestigiados del cine canadiense: Egoyan y Cronenberg, claro, pero también otros como Don McKellar, Jeremy Podeswa y Patricia Rozema.

Ante la gran demanda de boletos -la mayoría de las localidades están agotadas días antes del inicio del festival--desde 1998 se dio el gran paso de haber reservado todo un conjunto de amplias salas para las funciones de prensa e industria. De esa manera, se han superado las frustraciones de antaño, cuando uno se veía obligado a mendigar un boleto de cortesía, hacer colas gigantes o incluso tratar de colarse a la mexicana para conseguir entrar a la película deseada. Ahora basta con instalarse en ese múltiplex para empacharse de cine.