VIERNES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Posible confrontación del Kremlin con oligarcas


Tensa y engañosa tranquilidad en el ambiente político ruso

Ť Putin aún no se decide por algún grupo en particular

Juan Pablo Duch, corresponsal/I, Moscú, 7 de septiembre Ť Tras un cierre de verano bajo el signo de la tragedia y los desastres, la política en Rusia empieza a recobrar sus rasgos de normalidad y, en este país y por algún tiempo todavía, lo normal es que se desate una nueva ronda de confrontación entre el Kremlin y los distintos actores políticos que aspiran a acotar el poder del presidente Vladimir Putin.

Se vive aquí, estos primeros días de septiembre, una tensa y engañosa calma, rota esta madrugada por el estallido una granada en pleno centro de Moscú, que dejó un saldo de 15 jóvenes mujeres heridas y un hombre, todos de oficio inconfundible. El grave incidente, por lo mismo, no parece tener connotaciones políticas y se inscribe más bien en la lucha de clanes delictivos por el control de la prostitución en Moscú, un fenómeno que cobra dimensiones inauditas ante la pasividad de las autoridades civiles y policiales.

Detrás de la aparente tranquilidad en el quehacer político ruso, se prevé un otoño agitado. Todas las piezas ya están colocadas en los distintos tableros y sólo falta el principal jugador para que empiece la sesión simultánea de Putin contra los líderes regionales descontentos, los llamados oligarcas distanciados, los grupos de influencia incrustados en áreas estratégicas del gobierno, los separatistas chechenos que no se rinden, los generales que no se ponen de acuerdo sobre la reforma del instituto armado y los periodistas que no desean someterse a la censura, por mencionar sólo algunas de las batallas impostergables que tendrá que librar el mandatario ruso.

Son batallas muy diferentes, pero todas tienen para Putin, además del denominador común de la dificultad, el mismo sentido: consolidar su liderazgo o acabar maniatado por la magnitud de los problemas acumulados en Rusia.

Lo que le abrió las puertas del Kremlin, el tácito entendimiento de diferentes grupos de allegados y asesores que trabajaron el fenómeno mediático de Putin a partir de la decisión de Boris Yeltsin de nombrarlo su sucesor oficial, dejó ya de operar en su favor. Es más: se está convirtiendo en su principal dolor de cabeza.

El presidente tiene que optar por un solo grupo y todo parece indicar que no sabe aún cuál de todos. En algunas decisiones suyas es obvia la influencia del equipo vinculado a los servicios secretos; en otras, la sombra de la llamada Familia, el grupo compacto que se formó al amparo de Yeltsin, es notoria; tampoco están fuera del diseño de la política del Kremlin el grupo de protegidos de San Petersburgo y los funcionarios salidos del consorcio Alfa, aunque éstos empiezan a jugar su propio juego, alejándose poco a poco de sus antiguos patrones.

El actual entorno de Putin es un conglomerado que, en función de los intereses particulares, genera ideas muchas veces contradictorias. El discurso no deja de ser atractivo y, para muchos rusos hasta alentador, pero en el fondo hay demasiadas intenciones declaradas y poca sustancia.

Se llegó a un punto en que Putin no podrá avanzar de verdad en la articulación de su principal oferta, instaurar un Estado fuerte sin afectar poderosos intereses. Fracasar en el empeño aumentaría el riesgo de sustituir el loable propósito por un régimen autoritario, que algunos analistas consideran el verdadero fin de la reforma del sistema de poder impulsada por Putin, como forma de asegurar su permanencia al frente del Kremlin.

En este contexto, el agosto negro complicó los planes de Putin, en la medida en que su errático comportamiento dañó lo que hasta ese momento era su mayor capital político: su imagen, dado que cualquier exceso podía entonces ser presentado como el inevitable precio de una política de beneficio público en contra de una odiosa minoría que saqueó el país.

La mayoría de la gente, muy receptiva a esa reivindicación justiciera, creía ciegamente en su presidente hasta la tragedia del submarino nuclear Kursk, cuyo hundimiento en el fondo del Mar de Barents costó la vida a sus 118 tripulantes.