VIERNES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2000
¤ Astillero ¤
¤ Julio Hernández López ¤
Uno de los grandes logros del gobierno zedillista ha sido el abatimiento total de la confianza de los ciudadanos en los dictámenes oficiales relativos a hechos de sangre en los que asome el factor político.
Nadie cree nada, y entre mejor armados estén los rompecabezas que la autoridad entrega a la opinión pública, entre más bien embonen las piezas de las indagaciones presentadas por el poder como platillo terminado, menos confianza ganan tales "conclusiones" formales.
Una larga fila de increíbles cruces
Ayer se produjo una nueva oleada nacional de incredulidad, como antes había sucedido con la oportunísima desaparición del ex diputado Manuel Muñoz Rocha, o con el atípico suicidio de Luis Miguel Moreno, aquel director de transporte del gobierno de Oscar Espinosa que tuvo suficiente fuerza para darse un segundo disparo mortal en el pecho, o con el rarísimo suicidio de un Mario Ruiz Massieu, cuyos restos mortales finalmente nadie confiable vio, o con el increíble suicidio del entonces oficial mayor de la PGR, Juan Manuel Izábal, quien se pegó un tiro en la cabeza y ni los lentes se le movieron de lugar.
La prueba... entre las manos
Hasta llegar, ayer, a este nuevo episodio de la gran duda nacional: Raúl Ramos Tercero, subsecretario de Comercio y Fomento Industrial, responsable del diseño y la operación del Renave, se quitó la vida... con un cutter, es decir, con un instrumento de esos que en el Metro venden a dos por diez pesos y que, con una filosísima superficie útil de unos dos centímetros, fue utilizado por el funcionario para cortarse la yugular y causarse una herida en la pierna izquierda. Ramos Tercero debió haber tenido una agonía prolongada y dolorosa, que le llevó incluso a rodar varios metros en el paraje de La Marquesa, donde habría escogido suicidarse pero, a pesar de todo, de las fuerzas desfallecientes, del dolor profundo, de la angustia, del rodar sin control, mantuvo siempre, en una de sus manos, la prueba definitiva del suicidio, el famoso cutter o exacto.
Prisas y tardanzas
Prueba contundente esa, junto con seis peculiares cartas póstumas, que la autoridad del estado de México consideró de manera presurosa como indiscutible fundamento para dictaminar, sin más, que el hecho de sangre era necesariamente un suicidio. Premura que no hubo, por cierto, ni para atender en Toluca los primeros llamados que denunciaban la existencia de un hombre muerto o muriéndose, y muchísimo menos para dar a conocer a los medios de comunicación tal fallecimiento, como si de un asunto de seguridad nacional se tratase, o de algún hecho en el que el Estado tuviera interés de estar bien preparado para al fin anunciarlo. El presunto o real suicidio no se dio a conocer ya entrada la noche del miércoles, a pesar de que las autoridades ya sabían de tal hecho (según eso, la procuraduría mexiquense habría empezado a conocer del asunto minutos antes de las 22 horas), ni en la madrugada, sino hasta la mañana siguiente.
Las cartas
En esta ocasión la duda surge, entre otras partes, de las mismísimas cartas que según los dictámenes oficiales escribió Ramos Tercero con su propia mano (imposible hasta ahora saber si por voluntad personal o por intimidante dictado ajeno). Son seis cartas, escritas con redacción y ánimos correctos y serenos a horas o minutos de quitarse la vida de tan dolorosa manera. Son cartas, por lo demás, que reiteran tesis políticas claras, entreveradas con recados netamente familiares y desahogos de reflexiones personales. Dos tienen destinos de índole laboral: su jefe, Herminio Blanco, y la contralora interna de Secofi, en este caso para exculpar a subordinados de posibles responsabilidades. Otras dos van dirigidas a familiares: sus padres y su esposa. Y otras dos para el ámbito periodístico y político: al director de Reforma y al senador panista Javier Corral.
Dos tesis centrales
En esencia, el presunto o real suicida estableció dos tesis: 1. La defensa a ultranza de la integridad personal y del Renave. El, que en alguna parte refiere que su vida fue "leche y miel" hasta antes del escándalo Renave, no querría transitar el difícil camino de defenderse de acusaciones, pues nunca fue un criminal ni un facineroso. Por otro lado, si errores hubiere en el malhadado registro, serían derivados de la falta de fuerzas, capacidades y prudencia para hacer bien las cosas, nunca de conjuras o planeaciones delictivas. La culpa de las desviaciones del Renave, establece, está en todo caso en la Secofi misma, no en otros factores. No se comete ninguna irreverencia al decir que, a las puertas de la muerte, Ramos Tercero se dedicó a hacer una apología propia (que de alguna manera podría parecer natural o explicable) y, sobre todo, del Renave, cuya operación y pulcritud siguió defendiendo y al que nunca tocó con referencias de mal gusto como el tema Cavallo, los genocidios, las torturas, la guerra sucia. El Renave está en problemas, sí, pero por excesos de carga de trabajo de los funcionarios encargados de atenderlo, por problemas de normatividad, de logística, de indefiniciones. Nada más.
2. Sin embargo, y esa es la segunda tesis, "en el clima de histeria que se ha generado, no tengo duda alguna que mis errores y omisiones serán presentados a la opinión pública como crímenes intolerables y como motivos adicionales de persecución". Es decir, Ramos Tercero buscó culpar a los medios de comunicación de su propia presunta decisión suicida, y de crear condiciones adversas al funcionamiento del Renave. Esa intención política fue reforzada con dos acciones tácticas: el envío de una carta al director de Reforma, el diario que dio a conocer el escándalo de Cavallo, y otra al ahora senador panista Javier Corral, promotor en San Lázaro de reglamentaciones al ejercicio de los medios a las que injusta y tendenciosamente se les llama "ley mordaza". A uno le pregunta ante quién son responsables los medios cuando se equivocan. A otro le desea éxito en sus proyectos legislativos que, no lo escribió, pero así es, tienen como prioridad la citada reglamentación a medios.
Es destacada la insistencia de Ramos Tercero en colocar a los medios como responsables de su desgracia personal y la del Renave. No se necesitan muchas palabras para rebatir esas conclusiones póstumas: los medios, y en este caso especialmente Reforma, han indagado y difundido asuntos de interés público, y en ello no hay ni puede haber pecado o culpa alguna. Resulta muy extraño hacer tales interpretaciones sin tomar en cuenta la realidad indagada: el historial criminal de Cavallo, la entrega de la base de datos del parque automotor nacional a un grupo delictivo internacional.
Para terminar sólo quedan preguntas: ƑSuicidio o asesinato? ƑA quiénes, a qué intereses, a qué personajes beneficia este hecho de sangre? ƑA qué personajes, a qué intereses se perjudica?
Por hoy, no queda sino decir, como en los noticiarios electrónicos: volveremos con más información.
Astillas: El gremio periodístico está de plácemes por la llegada de un notable prospecto (mismo que bien podría ser considerado como La revelación del año), Panchillo Labastida, tecleador sinaloense avecindado en el Distrito Federal, que colaborará cada viernes, a partir de hoy, en los diarios de la Organización Editorial Mexicana (la OEM, propiedad actual de Mario Vázquez Raña, sobre la que siempre ha pesado la percepción de que Luis Echeverría mantiene interés y mando). El Panchillo Labastida se ha devanado el seso para encontrar un originalísimo nombre para su colaboración: Templete (armadura esta, normalmente de madera, usada para mítines políticos, de tal manera que es posible decir que el susodicho esposo de doña Tere sigue en campaña. También se puede entender el nombre de esa columna como una minusvaluada competencia al Templo Mayor de Reforma). Suerte al nuevo periodista con sus primeros ejercicios de mecanografía: qwert, poiuy; qwert, poiuy... Por esta semana ha sido todo: hasta el próximo lunes.
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