JUEVES 7 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


* Olga Harmony *

Muerte accidental de un anarquista

En días pasados el Centro Cultural Helénico acogió el tercer Festival Internacional de Música y Escena, del que no escribí dada mi total ignorancia del arte musical, pero que me permitió repensar lo que constituye la relación artista y público. Por ejemplo, el grupo italiano Teatro Mínimo presentó un programa infantil, con música de Poulenc y Debussy ilustrada por marionetas; para desesperación de los niños y sus padres, La historia de Babar fue narrada en francés, porque la directora del grupo se negó a hacer una traducción. Tanta exquisitez más pareció una total falta de respeto para los aburridísimos infantes. En cambio, el grupo alemán Las bellezas de la noche, que después pasaría a El Hábito, intentó con buen éxito dirigirse en español al público mexicano, señal no sólo de respeto y cortesía, sino de eficacia teatral.

Sirva este retorcido preámbulo para hablar, una vez más, del programa La comedia Universal del ISSSTE, que acerca el buen arte teatral a espectadores no siempre aficionados a éste, y que culmina venturosamente con La muerte accidental de un anarquista, de Dario Fo, dirigida por Marta Verduzco. Es muy evidente que todo espectador agradece un teatro que lo involucre, muy profesionalmente hecho y estoy segura de que este sector del público opinaría de manera positiva de las instancias culturales en la preocupante encuesta que propone el próximo gobierno, en que todos podemos opinar con desparpajo hasta de lo que no conocemos. Pero volvamos al asunto.

La muerte accidental... fue muy celebrada por nuestro público en su estreno mexicano de 1983, bajo la dirección de José Luis Cruz y llevando en el papel protagónico a Héctor Ortega. A todos estos años de distancia, el texto no pierde su vigencia, antes cobra nueva en vista de los últimos escándalos y el conocimiento de la ciudadanía, cada vez más atenta, de los rejuegos del poder que no sólo tortura y mata, sino que se deshace de sus ejecutores cuando ya no son útiles, y los convierte en chivos expiatorios, aunque muchos detentadores del poder puedan repetir la terrible frase con la que se cierra la obra: ''Tenemos la mierda hasta el cuello, es cierto, y por eso caminamos con la cabeza en alto".

Marta Verduzco reinterpreta escénicamente el texto, sin modificar apenas la letra y poniendo de relieve su espíritu. Olvida todo toque realista y dota a su escenificación de una artificialidad que recuerda la interpretación que Fo dio al distanciamiento brechtiano y su teatro didáctico, mezclado con lo irreal de la tradición popular de los relatos del abuelo, y gags que podrían ser del cine en sus inicios pero también de la Commedia del'arte. El resultado es muy brillante y para nada convencional. Desde la metálica escenografía de Gabriel Macotela ųcon piezas que son funcionales y muy bellas, como el perchero, como el archivador, verdaderas esculturasų o el vestuario de Carlos Roces, que se va volviendo cada vez más extravagante conforme avanza la acción, se rompe poco a poco con toda idea de realismo. Ya no existe el amplio saco del Loco de donde extrae sus disfraces, sino que salen de la nada, tras bastidores, sin que se respete época o tradición, como el divertidísimo traje del marino o el muy real del obispo.

La directora imprime un ritmo frenético a sus actores y crea algunos juegos no acotados por el autor, como la ejemplificación que todos hacen de golpes y torturas en la persona del pobre agente, la partida de naipes, los intentos del Cuestor o el Comisario Padrote de lanzar al Loco por la ventana, o las danzas con música de Nino Rota, el compositor felliniano. Algunos gags resultan políticamente audaces, como es el del saludo fascista que se convierte en la V de la victoria al grito de ''hoy, hoy, hoy" y en algún momento la intención política de Fo de hacer que los policías canten el himno a la anarquía, es cambiada por La Traviata para mejor entendimiento del público actual.

David Verduzco, excelente como el Loco, nos hace pensar en que de ahora en adelante debería interpretar personajes de mayor envergadura que los que se le ofrecían hasta antes de este montaje. José Sefami, como el colérico comisario Bertozzo, Carlos Alvarez como el estilizado y de aspecto mafioso comisario Padrote, Raki como el deportivo Cuestor, la siempre eficaz y graciosa Pilar Boliver ųa quien se deben también sombreros, peinados y maquillaje y un salto al escritorio que suscita admiración y risasų y Pablo Molina como el sufrido y tonto agente, logran un cabal e inteligente elenco en este, también inteligente y cabal, montaje.