JUEVES 7 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


* Jean Meyer *

Creciente y cruz

"Vivimos, como el resto del planeta, una coyuntura decisiva y mortal, huérfanos de pasado y con un futuro por inventar", podrían repetir musulmanes y cristianos que se enfrentan en Asia y Africa. Creo que a Octavio Paz no le hubiera disgustado el acontecimiento del pasado 21 de febrero, cuando por primera vez la televisión de Egipto transmitió en vivo una misa, la celebrada por el Papa en el estadio Gamal Abdel Nasser. El día anterior Juan Pablo había sido recibido efusivamente por el rector de la prestigiosa universidad islámica Al Azhar.

Eso, como hace unos años el viaje del Papa a Marruecos, a invitación del rey y jefe espiritual musulmán Hassan II, no puede disimular los enfrentamientos que oponen a los miembros de esas dos grandes familias monoteístas en Egipto, Nigeria, Sudán, Pakistán, Indonesia y Filipinas. Esos conflictos no ponen en peligro la paz internacional ni el equilibrio del mundo, pero šcuántos sufrimientos para las poblaciones afectadas! Max Weber decía que no era posible concluir la paz con los guerreros de la fe (religiosa como ideológica), que por lo tanto había que buscar la manera de neutralizarlos.

Los conflictos en los países mencionados ocurren adentro de las fronteras políticas de un Estado tutelar, por lo tanto debería tocarle a aquél asegurar la protección de todos sus ciudadanos (o sujetos). Por desgracia no es el caso en las regiones en las cuales cierto islam radical, más político que religioso, más social que místico, más intolerante que misericordioso ha triunfado. Digamos un islam comparable a cierto cristianismo cruzado que deseo siga archivado en las gavetas de un pasado histórico muerto y bien muerto.

En el gigante Nigeria, la sharia (usos y costumbres judiciales de una discutida tradición dizque islámica) tomará fuerza de ley a fines de este año, en el norte del país, en el antiguo sultanato de Kano. Eso no tiene nada que ver con la constitución laica de la Federación nigeriana y ha provocado ya persecuciones y matanzas que podrían amenazar la unidad del país. En el Sudán tan inmenso como pobre, la islamización forzada encabezada por el Estado ha costado ya 2 millones de vidas, millones de refugiados y el calvario interminable de todo un pueblo, mejor dicho de muchas naciones víctimas de la dzhihad, verdadera guerra santa librada contra ellas por el Estado.

En Pakistán, a diferencia de Nigeria, en donde la población se divide por mitad entre las dos fes, los cristianos forman una pequeña minoría de 2.5 por ciento; esos 2 millones de pakistaníes son ciudadanos tan de segunda, víctimas de un estatuto tan particular, que sería más correcto hablar de sujetos o de parias, de outcasts intocables. Y eso que la Constitución afirma proteger los derechos del hombre y las minorías religiosas. En Egipto, con todo y cierta resistencia del Estado a la presión de los mismos fundamentalistas, la situación de los cristianos autóctonos, los llamados coptos, no es para nada envidiable. Ya hablé anteriormente de los cristianos moluqueños de Indonesia.

ƑHabrá alguna buena noticia frente a tantas malas? Invocando el fracaso político de varios grupos islámicos armados en Africa del norte y en Medio Oriente, esperando una próxima victoria de los moderados de Irán, ciertos observadores, musulmanes o no, piensan que el fundamentalismo ha pasado el momento del apogeo y empieza lentamente a retirarse. šOjalá y entremos en un periodo post integrista!; por lo pronto la sangre de las víctimas sigue corriendo.