JUEVES 7 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Lo político y lo económico

 

* Octavio Rodríguez Araujo *

Con Carlos Salinas de Gortari se inició una modalidad de gobierno que Ernesto Zedillo habría de continuar: una mayor flexibilidad en los asuntos políticos y el tradicional autoritarismo en lo económico.

En lo político, sobre todo comparándose con los tiempos del estatismo populista, se ampliaron las libertades, como por ejemplo la de expresión (señaladamente en la prensa escrita), el voto y otras que han permitido a amplios sectores de la sociedad hacerse oír y modificar ciertas decisiones siempre y cuando no se trate de aspectos económicos de importancia nacional (a juicio de los tecnócratas) o de intereses del gran capital trasnacional privilegiado por las políticas neoliberales.

En lo económico, en cambio y con muy pocas excepciones, el autoritarismo del pasado se ha ejercido, con la única diferencia de que las decisiones en este campo no han sido determinadas por principios nacionales de desarrollo sino por esquemas impuestos por instituciones supranacionales absolutamente indiferentes a las necesidades de los pueblos de este agobiado planeta.

Las libertades políticas, sin embargo, han estado calculadas con criterios pragmáticos y cuantitativos tales como el número de personas que leen la prensa independiente o puedan caber en el Zócalo de la ciudad de México: siempre porcentajes minúsculos de la población que, por otro lado, es bombardeada por los medios de información en los que la censura (Ƒautocensura?) sí existe y en donde no se deja pasar nota o comentario que pudieran cuestionar seriamente al estado de cosas o a los intereses dominantes, compartidos, por cierto, por las empresas que manejan esos medios. Es también significativo que en lo político se haya inducido lo electoral como tema sobresaliente, casi definitorio, coartándose las libertades en otros renglones, como es el caso de la democracia en el interior de las organizaciones sociales tradicionales (sindicatos, asociaciones campesinas y de colonos, etcétera) y aprovechándose del sentido cupular de las organizaciones políticas (partidos), gracias a la idea todavía dominante de que la democracia es asunto de dirigentes y no de masas multiformes y desorganizadas.

Se ha querido acusar a la tecnocracia de insensible a los problemas sociales e indiferente a la progresiva pobreza de la mayor parte del pueblo mexicano, y tal acusación es correcta. Pero no se ha querido ver que nuestros tecnócratas han sido y son fieles a los intereses a los que sirven y que han aprendido muy bien el momento que vivimos. Saben que la crisis, y con ésta la quiebra de decenas de miles de empresas y el desempleo, ha propiciado el individualismo egoísta en la sociedad y, por lo mismo, dificultades para su cohesión y reacciones organizadas, y también saben que los movimientos sociales, especialmente urbanos, carecen de disciplina y constancia como para mantenerse en acción por mucho tiempo sin desgastarse. También han sabido, como ocurrió en la UNAM, que un movimiento de larga duración termina en manos de activistas, y que estos activistas, desprovistos de una sólida formación política progresista (el ultraizquierdismo no es progresista), terminan ganando nada por haber querido todo. Con el EZLN no han podido, y no por los menguados apoyos de la sociedad no indígena, sino precisamente porque está formado por indios y éstos se han caracterizado por su paciencia, tenacidad y formas de organización que nada tienen que ver con la idiosincrasia de la población urbana (mayoritaria en el México de hoy).

En contrapartida, las fuerzas progresistas, y que se dicen de izquierda, parecieran no entender las condiciones de la sociedad actual ni sus posibilidades de acción si tuviera una dirección política coherente y no elitista, y más bien se han dedicado a competir por posiciones de poder sin haber asumido antes una definición sólida y clara del uso que le puedan dar a esas cuotas de poder a las que aspiran y sin percatarse que una sociedad no educada políticamente tenderá al conservadurismo (a lo conocido) o a la indiferencia (abstención).

Hay suficientes indicios de que el próximo gobierno podrá ser menos flexible políticamente que el saliente e igualmente autoritario en lo económico. Pero aunque fuera más flexible en lo político, si la sociedad no se organiza y los partidos de izquierda no voltean hacia abajo ni tratan de darle más herramientas políticas e ideológicas a la sociedad, el autoritarismo económico continuará aunque Fox diga que en sus prioridades están combatir la pobreza y apoyar al campo. *