JUEVES 7 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Entrevista al líder guerrerense Zohelio Jaimes
Acosta Chaparro fabricaba culpables o chivos expiatorios
* El Ejército, en los setenta, incapaz de localizar a la guerrilla
Luis Hernández Navarro * Zohelio Jaimes tiene hoy 49 años de edad. Casi cinco de ellos los pasó en la cárcel, donde fue torturado. Nacido en San Francisco del Tibor, municipio de Atoyac, actualmente dirige la Coalición de Ejidos de la Costa Grande de Guerrero, una organización democrática campesina dedicada a la producción de café, maíz, miel y a la reforestación de los bosques. El fue una víctima de Mario Arturo Acosta Chaparro, como lo fueron, según múltiples denuncias, alrededor de 400 desaparecidos. La herida sigue abierta, tanto que, de acuerdo con Zohelio, las palabras no alcanzan para expresar el odio que hay entre la gente de la región hacia los responsables. Este es su testimonio.
Primero fui detenido el 2 de octubre del 68 por mi participación en el movimiento estudiantil. Yo era muy joven. Salí por ser menor de edad a los tres o cuatro días.
Con esos antecedentes me volvieron a detener el 18 de julio de 1972, en casa de mis padres en San Francisco del Tibor. Estaba yo dormido. Enfermo de una pierna, no podía caminar bien. Un año antes me había caído jugando basquetbol y había quedado lastimado. Ese día el Ejército rodeó todo el pueblo. Todas las salidas, las carreteras, los caminos que van hacia los trabajos de la comunidad fueron copados. A todos nos concentraron en la cancha de basquetbol en el centro de la población y a 35 nos llevaron presos.
Unos días antes, el 25 de junio de 1972, entre Santiago de la Unión y San Andrés de la Cruz, municipio de Atoyac, había sido la primera emboscada de Lucio Cabañas contra el Ejército. Nos detuvieron porque la idea de las fuerzas armadas era buscar y encontrar culpables, tener chivos expiatorios. Los encontraron en todas las comunidades de la sierra.
Al mando de esa operación iba el Batallón No. 49 o el 50 de aquellos tiempos. Allí iba un mayor nombrado Bardomiano. Al frente del Ejército ųeso lo supe después porque yo tenía poco de haber regresado a mi puebloų se encontraba Acosta Chaparro. El general de la zona en ese tiempo era Eliseo Jiménez Ruiz. Había otros más pero no recuerdo sus nombres.
De mi comunidad detuvieron a 35 compañeros, incluido mi padre, Gonzalo Jaimes Blanco, que era comisariado ejidal. Lo torturaron. A mí me tuvieron 11 días bajo torturas, primero en el cuartel que estaba en construcción en Atoyac, después nos trasladaron a la cárcel número uno de Acapulco. Allí me siguieron torturando. Me amenazaron con que si yo no firmaba un documento en el que me hacía responsable de haber participado en la primera emboscada, iban a matar a toda mi familia.
Me dieron toques eléctricos en los testículos, me ahogaban con agua, me golpearon. Me consideraban una gente peligrosa, pues había estado en el 68. Por mi apellido creían que era Florentino Jaimes, que había regresado en ese tiempo de Cuba. El militaba en el grupo de Genaro Vázquez Rojas.
Entre quienes me torturaron estaba el comandante Arturo Acosta Chaparro, y el comandante de la Judicial en Guerrero, que era Wilfrido Castro Contreras. Ellos estaban al mando de las policías y el Ejército en ese tiempo. Eran del grupo que sacaba la información con base en las torturas.
Querían que les dijera que habíamos participado en la emboscada que se dio el 25 de junio. A fuerza querían que confesáramos qué compañeros de varias comunidades (de la Remonta, de San Vicente de Benítez, de Paraíso, de San Francisco del Tibor, del Camarón, de Río Santiago) éramos los guerrilleros que habían matado a once militares.
De allí ocurre la segunda emboscada. Creo que fue el 23 de agosto de ese mismo año. Yo estaba entonces en la cárcel. Permanecí adentro cuatro años y cinco meses. Estaba acusado de ser guerrillero, de haber participado en la primera emboscada. Eran varios delitos de los que me hacían responsable: asesinato, uso de armas exclusivas del Ejército. No tenían ninguna prueba en contra de nosotros. Simplemente el Ejército era incapaz de poder localizar el grupo armado. Lo que se les hizo fácil fue encontrar un chivo expiatorio para aparentar que los guerrilleros ya estaban detenidos. Para eso, el grupo de Lucio Cabañas, después de haber dado el primer ataque, hizo otro enfrentamiento, cerca de Río Santiago. Murieron 23 soldados.
Entonces fueron detenidos más de 75 compañeros de El Quemado. Ellos también fueron trasladados a la cárcel número uno de Acapulco. Allí, los de la Judicial mataron a golpes frente al comedor, frente a todos, al campesino Ignacio Sánchez, que tenía 72 años. Lo sacaron ya muerto.
Nos sentenciaron a 28 años de prisión a todos los que estábamos acusados de ser responsables de la primera emboscada. A los compañeros de El Quemado les dieron 30 años por la segunda emboscada. Salimos a raíz que en ese tiempo Luis Echeverría ųestaba por dejar la Presidenciaų, en 1976, declara una "magnanimidad del señor Presidente". Así le llamaron en ese tiempo.
Primeramente salió el hijo de Pascual Cabañas. Después salimos ocho compañeros; yo, y otros compañeros de El Quemado. Nos llevaron con el ingeniero Rubén Figueroa Figueroa a su casa. Nos amenazó con fusilarnos a pesar que ya estábamos libres. Dijo que si no aceptábamos ser partícipes de él, como guardaespaldas o gente armada, nos iba a mandar a fusilar en ese mismo momento.
En la región hay más de 400 desaparecidos. Entre ellos está un primo mío, Julio Fuentes Martínez. La lista es larga: está Artemio Chávez, de Villa de San Francisco del Tibor; se encuentra una prima mía, una muchacha de quince años, de nombre Mariana de la Cruz; está el compañero Lucio Peralta, de Santiago de Puente del Rey; está Timoteo Vázquez Santiago, de San Juan de las Flores; Israel Romero Dionisio, de los Valles; Aarón Serrano Abarca, de Corrales de Río Chiquito; Rosendo Rodilla Pacheco, que fue presidente municipal y un gran luchador de las causas campesinas.
Los desaparecidos siguen desaparecidos. En aquellos tiempos, después de que salí de la cárcel, se hizo un movimiento de los familiares de los desaparecidos junto con doña Rosario Ibarra de Piedra, buscando que los presentaran o que, al menos, nos informaran dónde estaban. Entre otros desaparecidos más están: Pablo Rosas Patiño, que estuvo preso con nosotros, y que salió libre antes pero lo detuvieron de nuevo en Atoyac; Rafael Castro Hernández, un estudiante de la Normal; Domitilio Barrientos, que tenía muchas relaciones con los militares, pero que fue sacado por ellos de su casa porque el sargento del pelotón que fue acribillado en la emboscada le había regalado una botas y, al vérselas puestas, se lo llevaron; Eusebio Arrieta, uno de los primeros que detuvieron. De todos ellos y muchos más hicimos una relación. Eran más de 400. Luego la depuramos, porque algunos ya estaban libres y otros ya habían muerto. Todavía tenemos más de 450 desaparecidos de los setenta.
Nunca tuvimos ninguna respuesta por parte del gobierno. Nos trasladamos en el 77 a Iguala, donde había ido el Presidente, para exigir respuesta. No nos la dio. Después, todos los hijos de los desaparecidos, las viudas, los familiares, nos organizamos en movimientos. Hasta la fecha no ha habido ninguna respuesta. Creemos que Castro Contreras y el general Acosta Chaparro son responsables directos de las desapariciones, al igual que el difunto Rubén Figueroa.
El general Arturo Acosta Chaparro me siguió acusando de ser subversivo. Todavía en 1993 me ponía como el segundo guerrillero más peligroso del país. Aún no aparecía el EPR. Siempre me han acusado de revoltoso por dirigir una organización campesina de productores de café. Me dicen que aparezco en las listas de las policías y del Ejército. Pero mi vida política es abierta y pública. No tengo nada de qué esconderme.
Asesor del EZLN
En una ocasión el hijo de Rubén Figueroa me amenazó. Me llamó a su oficina en Chilpancingo y me dijo que no me metiera en pendejadas. En ese tiempo había surgido el EZLN y me habían nombrado asesor en las pláticas de paz de San Andrés. Me dijo que de la cárcel me podía sacar, pero de la tumba no.
Me da coraje que hasta hoy se detenga a estos dos generales cuando han cometido miles de delitos. Ellos son responsables de asesinatos, desapariciones, secuestros, torturas, y de tantos niños desamparados, tantos huérfanos, tantas viudas. Y el gobierno nunca hizo justicia, nunca ha querido apoyar a toda esta gente.
No hemos sido vencidos; no han podido callarnos; seguimos vivos a pesar de todo lo que nos han hecho.
Los desaparecidos deben ser presentados. Hay una deuda enorme que nunca podrá pagar el gobierno, ni con la vida de Acosta Chaparro ni con la vida de Castro Contreras ni con la vida de todos los que se prestaron a esta guerra sucia. Las palabras no alcanzan para decir el odio que hay de la gente hacia ellos.