CERRAZON E INTOLERANCIA VATICANA
Con cuatro días de diferencia, el Vaticano ha dado al mundo dos señales inequívocas de sectarismo y cerrazón que desentonan con la época actual: el sábado pasado, Juan Pablo II beatificó a Pío IX (1846-1878), un Papa recordado por su antisemitismo y sus fobias ante la modernidad, la ciencia, el desarrollo, la libertad, la democracia y la tolerancia; ayer, el cardenal Jozeph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (entidad sucesora de la Inquisición), dio a conocer un documento titulado Dominus Lesus en el que reclama la supremacía del cristianismo frente a otras religiones, y la validez única del catolicismo ante otros cultos cristianos.
La beatificación referida fue considerada un agravio por las comunidades judías -ante las cuales el pontífice Karol Wojtyla se había esmerado por aparentar espíritu de conciliación y diálogo-, por liberales, librepensadores y demócratas, y hasta por teólogos católicos como Hans Küng, quien señaló en su momento la improcedencia de beatificar a un pontífice que se caracterizó, entre otras medidas totalitarias, por "impedir a los teólogos un honrado descubrimiento de la verdad".
En el contexto de la oleada de críticas provocada por la elevación a los altares de Pío IX, el texto difundido ayer por Ratzinger fue recibido por el conjunto de los creyentes no católicos, cristianos o no, como una nueva provocación autoritaria e intolerante y como un intento de ejercer una hegemonía espiritual que Roma perdió hace 10 siglos en el mundo cristiano (cuando, en 1054, el patriarca de Constantinopla y los legados papales intercambiaron anatemas) y que en el ámbito planetario no ha tenido nunca.
En suma, el documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe es una extraña muestra de chovinismo eurocentrista, espíritu totalitario y desprecio al conjunto de las manifestaciones religiosas no católicas, actitudes fuera de lugar en el entorno global complejo y, necesariamente, dialogante, tolerante, plural y ecuménico del siglo XXI.
Afirma el refrán católico que los designios de la Divinidad son inescrutables, y otro tanto puede decirse, en este caso, de los objetivos del Vaticano al emitir expresiones que, como las referidas, debilitan la autoridad moral de la propia Iglesia católica, la colocan de espaldas al mundo contemporáneo (como consiguió ubicarla el beatificado Pío IX ante la modernidad decimonónica) y minan la credibilidad de los propósitos de diálogo y conciliación que Juan Pablo II ha manifestado desde que ocupa el trono pontificio. Acaso se trate, simplemente, de síntomas de la erosión y el declive de un pontificado que ha perdido capacidad de comprensión de las realidades planetarias de nuestro tiempo.
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