MARTES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Exhibición de murales al aire libre más grande de EU
El Parque Chicano, prolongación de México en San Diego
* Ahí se iba a construir una estación de la Patrulla de Caminos
Roberto Bardini, corresponsal, San Diego, 4 de septiembre * Una flecha indígena de cinco metros de largo está clavada como un desafío en la esquina de las avenidas Logan y Crosby, al sureste del centro de San Diego. A poca distancia se eleva la carretera 5 y el puente maritímo que conduce a Coronado, la exclusiva zona residencial donde viven magnates estadunidenses y latinoamericanos. Los pilares de cemento de la autopista de ocho carriles miden 40 pies de altura y fueron transformados --por manos mexicanas-- en una de las exhibiciones de murales al aire libre más grande de Estados Unidos.
El lugar se llama Chicano Park y está ubicado en el Barrio Logan, una zona llena de locales que anuncian tacos, burritos y tamales, y que podría pasar por una colonia cualquiera de México. El concreto de los pilares fulgura de colores, con imágenes de un calendario azteca, pirámides y un Cristo crucificado, obreros, campesinos y estudiantes, Pancho Villa, Emiliano Zapata y la fértil Coatlicue, diosa de la Tierra.
Esa prolongación de territorio mexicano enclavada en una conservadora ciudad anglosajona representa una historia de rebeldía, la gesta de una tragedia vecinal que se transformó en un triunfo popular y que hoy es casi una leyenda.
La tragedia comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en la zona --cercana al puerto-- comenzaron a instalarse fábricas, talleres metalúrgicos y depósitos de materiales tóxicos. "Todo cambió de golpe", cuenta Irene Mena, nacida en el Barrio Logan hace 71 años. Su padre era un obrero portuario filipino que ganaba 14 dólares por mes y su madre una mexicana que cobraba un dólar diario por limpiar casas. "En los años 30 y 40 era una vecindad bonita, llena de árboles y jardines. Recuerdo que había mariposas de colores... Hoy no existen a causa de la contaminación. Y mucha gente se ha enfermado de los pulmones o ha muerto de cáncer".
Irene tiene ocho hijos, 35 nietos y 27 bisnietos. Muestra un álbum de fotos y comenta que de niña su madre --originaria de Guanajuato-- le contaba que en tiempos de la Revolución, cuando Pancho Villa llegaba al poblado "repicaban las campanas de la iglesia y comenzaba la fiesta". En el Barrio Logan las campanas no suenan porque ya no hay iglesia. La demolieron para levantar los pilares que sostienen a la carretera 5.
Porque la tragedia del barrio continuó a mediados de la década de los 60, cuando sin aviso previo el gobierno de la ciudad partió el vecindario en dos para construir la autopista que se une al puente Coronado sobre las aguas del océano Pacífico. Y junto con la iglesia, las topadoras destruyeron el mercado y el cine Metro, el único del lugar, que sólo exhibía películas mexicanas. "En ese tiempo no sabíamos pelear políticamente contra los atropellos y mucha gente se tuvo que ir, aceptando unos pocos dólares de indemnización por la demolición de sus casas", dice Irene. Hasta el día de hoy los habitantes del Barrio Logan no tienen capilla para rezar ni sala de cine a la cual asistir.
El muralista chicano Víctor Orozco Ochoa, de 50 años, nacido en Los Angeles y residente en San Diego y Tijuana, calcula que 5 mil personas tuvieron que abandonar el barrio. "La carretera se une al puente justo en el corazón de Logan", explica. "Cuando las obras concluyeron en 1969, sólo quedó una maraña de pilares de cemento donde antes había casas y jardines".
La tragedia llegó a su punto más dramático el 22 de abril de 1970. Ese día, Mario Solís, un estudiante del Comunity College que andaba de "pinta" bajo la autopista, vio trabajadores de una empresa de construcción que conducían tractores y topadoras. Les preguntó qué hacían y la respuesta lo puso furioso. En donde habían demolido la iglesia y el cine, la policía planeaba construir una estación de la Patrulla de Caminos de California.
Mario Solís fue al colegio e interrumpió las clases para contar lo que estaba sucediendo. Los alumnos avisaron a otras escuelas y se dirigieron al Barrio Logan. Por la tarde, alrededor de 300 personas --hombres, mujeres, ancianos, niños, estudiantes y activistas políticos-- formaron cadenas humanas frente a las topadoras.
Solís subió a un tractor y comenzó a nivelar el suelo. Unos jóvenes echaron a empujones a los empleados de la construcción; otros se subieron a un poste de luz e izaron la bandera mexicana. Algunas vecinas, entre las que se contaba Irene Mena, hundieron sus manos en la tierra y plantaron nopales y magueyes. Estaba naciendo el Parque Chicano.
"Debajo de los puentes no había nada", recuerda Irene. "Se veía vacío y feo, sin plantas ni flores".
La toma del lugar duró 12 días y los policías no pudieron desalojar a los rebeldes. Un agente les confesó tiempo después que se inhibieron por la presencia de tantos niños, mujeres y viejos. Laura Rodríguez, una anciana pionera del barrio, llevó tortillas, arroz, frijoles y tamales para alimentar a los ocupantes. Ella falleció a los pocos años, y la tradición oral asegura que fue la primera mujer en sembrar un nopal.
Las autoridades tuvieron que ceder. En 1973 un grupo de muralistas --Orozco Ochoa, entre ellos-- impregnaron de colores el lugar. Laura Rodríguez aparece representada hoy con las manos extendidas, casi como una santa.
Orozco Ochoa creó en 1996 la Chicano Park Task Force, un taller de jóvenes artistas dedicados a mantener el parque. El muralista es profesor de la Universidad de California, cofundador del Taller de Arte Fronterizo y ha expuesto en San Diego, Los Angeles, San Francisco y Nueva York. También ha exhibido su obra en México, Francia, Irlanda y Japón. En la actualidad impulsa un taller popular de graffiti.
"Para nosotros el Parque Chicano es un lugar sagrado y honramos a las personas que lo han plantado, pintado y protegido", dice Mario Anguiano, un ex rockero de los 60 que posteriormente estudió arte en la universidad y hoy se dedica a generar actividades culturales. "El parque guarda nuestra historia como una reliquia en sus murales".
Parte de la historia
Irene Mena quizá no lo sabe pero ella también ya es parte de esa historia de tres décadas. Pasa las páginas del álbum y señala una fotografía de una hija y una nieta. Las dos están uniformadas con boina y camisa militar, en posición de firmes. En las mangas llevan un brazalete con una cruz entre dos fusiles atravesados. Ambas son militantes de las Boinas Cafés de Aztlán, una organización muy activa entre 1965 y 1974, similar a los Panteras Negras.
"Mis hijos varones también eran militantes: engendré dos generaciones de revolucionarios nacionalistas", afirma orgullosa. "Y fui elegida madre honoraria de los Boinas Cafés".
Irene nació en Estados Unidos pero se considera mitad filipina y mitad mexicana, porque "son dos pueblos con historias parecidas". Y aunque tiene la nacionalidad estadunidense, asegura que no siente deseos de colocar la bandera de las barras y las estrellas en la puerta de su casa para las fechas patrias. "Lo haré cuando nos traten igual que al resto de los estadunidenses", dice.