LUNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Hermann Bellinghausen *
Qué las arañas
Cuando me crucé con ella, la araña Kim estaba concentrada en atinar a la boca de la gruta del farallón, abierta al cielo, inaccesible, salvo a los pájaros y, sí, las arañas que aciertan cuando se dejan descolgar.
La divisé al borde del precipicio, ocupada en sus hilos para intentar el envión. Sus ojos saltones se movían sin cesar y cada uno por su cuenta, señal de atención, búsqueda y alerta; miraban otras cosas, así que la araña no me vio.
Terminó de enrollar su cuerda babosa y adhesiva. Mediante un malabar de extremidades desplazó el hato a sus patas inferiores y lo soltó al vacío. Entonces tomó este extremo de la cuerda y en posición rápida de clavadista se orilló al borde. Estaba en el ahí te voy cuando alzó hacia mí los dos ojos unos instantes. Luego, sus ojos se miraron entre sí, como preguntándose qué o quién era eso (yo). Carraspeó. Su voz, de súbito en off, dijo:
--Compermiso.
Se tiró. Iba a decir se aventó, pero no; aventados, los pájaros, que su cuerda es el viento. Me arrimé al pretil y ya muy abajo, allá iba, a grandes saltos, rebotando los pies a cada rebote en la caída deslizada al hilo. De pronto, me pareció que presa del entusiasmo se desplomaba en un brinco largo casi hasta el fondo que la vegetación cubría muchísimos metros abajo. Alta montaña interrumpida es el farallón. "Falló", pensé, sentándome en una roca. Encendí un cigarro, aspiré el aire filoso de la cima, y esperé.
Después de un rato llegaron al borde de vuelta las primeras extremidades de la araña, luego cabeza, cuerpo y sus demás extremidades. Bufó, encarándome, y apuntó con una mano:
--Tú me distrajiste.
--Yo qué --me defendí--, si no hice nada, ni me he movido de aquí.
--Se necesita concentración. El momento del salto es el más importante, imbécil.
--ƑQue ya de plano así nos vamos a llevar?
Refunfuñó, no queriendo darse por apenada, y comenzó a enrollar de nueva cuenta su hilo rapelista. Su lomo gris, cubierto de vello como polvo, llevaba tatuado un diseño que hacía pensar en un ánfora de aceite. Sus patas, negras y correosas, también peludas, se afanaban con el lazo.
--Disculpa --dijo al fin--, me pone de malas no atinarle. Llevó la tarde tratando, y cada que me tiro, me paso de la gruta. Empiezo bien, voy con tiento, amplío mis saltos y por una u otra razón pego de lado o me sigo de largo.
Iba a retobar pues entonces no me eches a mí la culpa, pero callé por no picarle la cresta. Prosiguió:
--Tengo una cita para hace rato, ya me han de estar esperando.
--ƑEn la gruta?
Arrastró una jota larga como si fuera a escupir y dijo:
--A ti qué. Son mis asuntos. Ves, me quitas concentración.
--Yo qué --repetí.
--Habías de sacarte. De esa piedra.
--La piedra no tiene dueño, y no necesito tu permiso ni el de nadie para sentarme a fumar un chingado cigarro.
--Ah, bueno --le bajó.
Tuvo de nuevo el hato cogido, lo deslizó de las primeras a las últimas extremidades, lo arrojó, se pescó del extremo, respiró hondo, cerró los párpados, uno más que el otro, contó hasta tres y saltó.
Terminé mi cigarro tranquilamente, disfruté el paisaje. A pocos pasos colgaba un racimo de rojas flores de platanillo, parecidas al iris y las aves del paraíso, vainas a su vez de numerosas florecillas duras y amarillas. El árbol, muy parecido al plátano, de grandes hojas rasgadas, no da pencas sino flores.
Distraído en la vegetación no me di cuenta del regreso de la araña hasta que la oí a mis espaldas. Bufaba, echando pestes.
--No sé qué falló. Ya mero atinaba, pero choqué con una piedrecita que se quebró y perdí la boca en un resbalón.
Noté que necesitaba justificarse, explicar sus fracasos. Nadie le estaba preguntando.
--ƑQue qué? --dije y volteé a verla.
--ƑPor qué me miras así? No es tan fácil, sábelo bien.
--No lo dudo.
--Y tú, Ƒqué haces aquí? ƑA dónde vas? --dijo.
--A ninguna parte. Venía pasando, ya sigo mi camino --y me incorporé. Sacudí la tierra de las nalgas del pantalón, incliné la cabeza.
--Anda pues, ve con bien --dijo.
--Suerte. Que llegues a la cita --le deseé en verdad.
Antes de reanudar la marcha vi a la araña cogerse fuerte del hilo, respirar hondo, cerrar los párpados, contar a tres y saltar. "Ojalá ora sí", pensé pensar.