LUNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2000
* Levantado del suelo *
* José Saramago *
En el mar interior del latifundio no cesa el ir y venir de las olas. Manuel Espada fue un día a hablar con Sigismundo Canastro, los dos buscaron a Antonio Maltiempo, los tres a Justo Canelas, tenemos que hablar, y después fue la vez de José Medronho, y cuando estuvieron seis estaba Pedro Calção, y éste fue el primero en hablar de todos. En la segunda reunión había cuatro veces más, dos de hombre, Joaquim Caroço y Manuel Martelo, y dos de mujer, Emilia Profeta y María Adelaida Espada, que es el nombre de su preferencia, y todos en secreto hablaron, y siendo preciso que alguien respondiera por el grupo, eligieron a Manuel Espada. En las dos semanas siguientes dieron los hombres, como quien no quiere la cosa, las vueltas precisas por las heredades y, de acuerdo con los ya conocidos métodos, dejaban caer aquí una consigna, allí otra, discutieron y sentaron el plan, tiene cada cual sus guerras, no llevemos a mal su vocabulario, y decidieron luego pasar a la segunda fase, que fue convocar a los capataces de las fincas donde aún se trabaja y decir, noche era de aquel ardiente verano, Mañana, a las ocho, todos los jornaleros, estén donde estén, se montan en los carros y se dirigen a la finca de Mantas, vamos a ocuparla, y de acuerdo con los capaces, con quienes ya hemos hablado uno a uno, y avisados muchos de los que irían como soldados principales de esta batalla, fue cada uno a dormir su último sueño de prisión.
Este sol de justicia. Quema e inflama la gran sequedad de los rastrojos, este amarillo de hueso lavado o curtido de sementera vieja y requemada de calores excesivos y aguas destempladas. De todos los lugares de trabajo confluyen las máquinas, es el avance de los blindados, ay este lenguaje guerrero, quién lo puede olvidar, son tractores que avanzan, van lentamente, hay que establecer contacto con los que vienen de otros sitios, éstos ya han llegado, gritan de un lado y otro, y la columna se va engrosando, se hace más fuerte allí delante, van cargados los tractores, hay quien camina a pie, son los más jóvenes, para ellos es una fiesta, y llegan a la heredad de mantas, hay aquí ciento cincuenta hombres arrancando corcho, se unen a los demás, y en cada finca que ocupan se queda un grupo de responsables, la columna la forman ya más de quinientos hombres y mujeres, seiscientos, no tardan en ser mil, es una romería, una peregrinación que rehace las vías del martirio, los pasos de este vía crucis.
Después de Mantas van al Vale da Canseira, a Relvas, al Monte da Areia, a Fonte Pouca, a Serralha, a Pedra Grande, en todos los montes y heredades se toman las llaves y levantan inventarios, somos trabajadores, no hemos venido a robar, no hay nadie aquí que diga lo contrario, porque de todos estos lugares recorridos y ocupados, montes, casas, bodegas, establos, caballerizas, pajares, majadas, bordas, corralas, pocilgas y gallineros, cisternas y albercas, tanques de riego, ni hablando ni cantando, ni callando ni llorando, están Norbertos y Gilbertos ausentes, adónde han ido, lo sabe Dios. La guardia no sale de su puesto, los ángeles barren el cielo, es día de revolución, cuántos son.
Va el milano pasando y contando, un millar, sin hablar de los invisibles, que es el sino de los hombres vivos la ceguera, no entender cuántos hicieron lo hecho, mil vivos y cien mil muertos, o dos millones de suspiros que se levantan del suelo, cualquier número servirá, y todos serán pequeños si de lejos sumamos, asomados a los adrales van los muertos, miran al interior buscando algún conocido, de los más allegados de cuerpo y corazón, y si no encuentran a quien buscan, se unen a los que van a pie, mi hermano, mi madre, mi mujer y mi marido, por eso es natural que reconozcamos a Sara de la Concepción, allí va, con una botella de vino y un paño, y Domingo Maltiempo, con el cabo de su soga al cuello, y ahora pasa Joaquim Carranca, que murió sentado a la puerta de su casa, y Tomás Espada, al fin cogido de la mano de su mujer Flor Martinha, cuánto has tardado, cómo no se darán cuenta estos vivos, creen que están solos, andan en sus trabajos de gente viva, cuando uno muere lo entierran, eso es lo que creen, pero los muertos vienen muchas veces, ahora unos, luego otros, pero hay días, muy raros desde luego, en los que salen todos, y quién sería capaz de mantenerlos en sus sepulcros conformes cuando los tractores atruenan el latifundio y las consignas no cesan, Mantas, Pedra Grande, Vale da Canseira, Monte da Areia, Fonte Pouca, hambre mucha, Serralha, no hay quien vaya, por pobre colina y valle, y aquí en esta revuelta del camino está Juan Maltiempo sonriendo, estará esperando a alguien, o quizá es que no se puede mover, murió con las piernas paralizadas, será por eso, llevamos a nuestra muerte todos los males y también los últimos, pero fue un error pensar esto, le vuelven a Juan Maltiempo sus piernas de muchachos y ahora salta, es un bailarín volando, y se va a sentar al lado de una vieja sorda muy vieja, Faustina mi mujer que conmigo comiste pan con chorizo una noche de invierno y te quedaste con la falda mojada, tantas nostalgias.
Posa Juan Maltiempo su brazo de invisible humo en el hombro de Faustina, que no oye nada, ni siente, pero empieza a cantar, vacilante, un son de baile antiguo, es su parte en el coro, se acuerda del tiempo en que bailaba con su marido Juan, fallecido hace tres años, que en gloria esté, y éste es el errado voto de Faustina, que no puede saberlo. Y mirando desde más lejos, desde la altura del milano, podemos ver a Augusto Pintéu, el que murió con las mulas en una noche de temporal, y tras él, casi agarrándolo, su mujer Cipriana, y también el guardia José Calmedo, venido de otras tierras y vestido de paisano, y otros de quienes no sabemos los nombres, pero conocemos las vidas. Van todos, los vivos y los muertos. Y delante, dando los saltos y las carreras de su condición, va el perro Constante, cómo iba a faltar en este día levantado y principal.