LUNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Ultimo
* León Bendesky *
El último informe del presidente Ernesto Zedillo no fue un acto republicano. Y ello es así, porque no expresó el conjunto de los asuntos que son del interés público. El Presidente decidió usar su último mensaje a la nación para ponerse en el centro del balance de lo que fue, ciertamente, una gestión desigual y sobre todo controvertida. Era el mensaje no del jefe del Estado electo y que recibió el mandato de la mayoría de los votantes, sino que pareció el de un monarca que explica a sus súbditos los grandes esfuerzos y hasta los sacrificios personales que ha hecho por su bien y que, por eso, no puede ser incomprendido, a pesar de las fallas u omisiones que su gestión haya tenido.
El Presidente presentó de modo explícito sus convicciones políticas más íntimas, lo que constituye, sin duda, una parte del balance que debe hacerse de una administración de gobierno y es hasta una responsabilidad de quien encabeza un poder como es el del Ejecutivo. Pero eso no alcanza como forma de plantear la situación en la que está el país y las tensiones que tiene esta sociedad. Se declaró abiertamente liberal en lo económico, por lo que ello representa en términos de los espacios de acción para las personas, y que debería llevar al aumento de sus oportunidades y al mejoramiento de sus condiciones de vida. Este es un principio que puede defenderse legítimamente en términos políticos, pero exige, también, que se presente un estado de cuentas, es decir, el saldo que se obtiene al ponerse en práctica, tanto lo que se alcanza como lo que se debe. Ese saldo se expuso, pero sólo de modo muy parcial y con cifras y circunstancias que están cuando menos abiertas a la disputa.
Tras refrendar su credo liberal, el Presidente señaló que también comprendía la naturaleza del Estado y las funciones que ella entraña. Esa parte fue, sin embargo, casi una fórmula. Y es curioso que quien lo encabeza y debe ejecutar las acciones para su funcionamiento, opte por esquivar la cuestión central a la que debe atender por la esencia de la tarea que aceptó cumplir. No se trata de defender los privilegios del Estado por encima de la sociedad, no es cuestión de falsos debates entre el ámbito de lo privado y de lo público, es cuestión de aceptar que el Estado existe, que no es neutro en lo que hace o deja de hacer y que, además, es una condición necesaria --tanto como el propio mercado-- para el funcionamiento del sistema económico y político que hoy se defiende en todas partes, es decir, el capitalismo. En ese dilema es en el que debería plantearse el asunto de la libertad, misma que es irrenunciable. Pero debe reconocerse al mismo tiempo que esa libertad no es sólo un concepto abstracto sino que está delimitada por otras condiciones concretas que se imponen sobre los individuos y los grupos y que no son, por cierto, equitativas. El principio de la libertad no equivale al de su prática.
Es en su propio balance político de la administración que hizo del Estado durante su mandato que el presidente Zedillo se quedó corto en su discurso del primero de septiembre ante el Congreso. Como lo hizo durante todo su sexenio privilegió los resultados positivos de la gestión económica, de la estabilización y de la renovación del crecimiento y lo argumentó como si la tarea hubiese sido no sólo cumplida sino prácticamente terminada, y eso entraña un exceso. Pero esa gestión fue incompleta y no porque se pretenda que puedan resolverse todas las cuestiones de desarrollo del país en seis años, sino por la concepción que la guió y por la forma de impulsarla. Y al respecto abundan los hechos no sólo en el terreno propio de la economía sino, igualmente, en el de sus expresiones sociales, físicas y territoriales. Día con día, los mexicanos tenemos un "informe del estado que guarda la nación" distinto o cuando menos complementario al que escuchamos en la fecha designada oficialmente para recibirlo del Presidente.
En el ámbito político escogió centrarse en el asunto de la democracia electoral y el significado de la alternancia partidista en el poder. Este tema es central en la vida del país, sobre todo por lo que significa el fin del régimen del PRI. Tal vez Ernesto Zedillo comprendió que la sociedad no toleraba más la endogamia del sistema de poder en México que había llevado ya a las taras que impiden la reproducción de las especies en un sentido darwiniano. Pero él no es el artífice solitario de las reformas políticas en el país, sino una parte más, calificada es cierto, y esto es un punto decisivo de su gobierno. Pero también es verdad que sus acciones para enfrentar los conflictos políticos no fueron siempre claras y que contribuyeron a generar problemas en la sociedad en su conjunto y en el seno de su propio partido.
El último informe de Gobierno fue congruente con una forma de gobernar que fue imponiendo sus énfasis y sus distancias con respecto al conjunto de eso que alguna vez se denominó como los grandes problemas nacionales. Este gobierno estuvo marcado por sus propias contradicciones, mismas que no se resolvieron y que incluso se agudizan cuando está por terminar. Ellas no pueden ser eludidas por el discurso final del Presidente, cuya gestión marca el fin de una larga etapa en la vida de México. *