DOMINGO 3 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Ť Tercera sesión del Festival Internacional de Jazz


La magia transforma un bosque poderoso en sonidos

Ť Silbaron los abedules en la Sala Nezahualcóyotl

Pablo Espinosa Ť Jazz entre abedules.

La tercera sesión del Festival Internacional de Jazz en la Sala Nezahualcóyotl transcurrió entre la neblina blanca de un jazz polaco nacido de entre las vertientes variadas del mainstream hasta los márgenes elegantes de innovaciones personalísimas. Creció ese recital con la neblina morada que traía leves ecos de la cultura rock. Y se volvió ensoñación el concierto merced a una mirada interior, acuosa, sumamente introspectiva, que explica el estilo jazzístico altamente degustado la noche del viernes como una música inconfundible, profundamente polaca. Idiosincracia sonora, ubicarían los académicos.

Jarek Smietana, guitarrista formidable, hizo la magia.

Lo que emanaba de los tambores eran, en tanto, clases magistrales de imaginación, timing, sustentaciones atléticas (la imagen de Atlas --hijo del titán Jápeto y petrificado por Perseo en cordillera merced a la cabeza de Medusa-- cargando el mundo en sus hombros) en las muñecas, los empeines, las tarolas. La batería del maestro Adam Czerwinski, por cierto, es un artefacto que vino cargando desde Cracovia y que se nota lleva con él años y ha pasado por generaciones. Bello ejemplar, cuasi de museo.

Igualmente preciados se notan los artefactos que pulsa Smietana. En contraste con el diseño aerodinámico de la guitarra con la que pisó por vez primera México --lo condujo al Hades el violinista avecindado en El Ajusco, el maestrísimo Zbigniew Paleta-- y que a su vez contrasta con el entrañable vejestorio de guitarra que abraza en las fotos de sus discos --con los que también viajó a México y gracias a ello uno los podría adquirir durante el intermedio-- los amplificadores de este guitarrista de Cracovia forman parte también de una arqueología sonora que, una vez en el escenario, se transforma en un viaje mágico y misterioso por los abedules. Perdida la noción del tiempo, que de por sí no existe.

Luego de una pieza soul de precisiones milimétricas, Smietana manifestó a través del micrófono la felicidad que sentía de hacer su música en sala tan bella --la Nezahualcóyotl-- y con un público tan cálido, receptivo, conocedor. Por tanto, anunció, el concierto sería largo. Y así fue glosando una a una las piezas que ejecutaba, casi todas de su autoría. La segunda no podía ser más explícita en su nombre y en su contenido: Forest power.

Y es que el bosque, explicaba Smietana, es fundamental para los polacos. Y claro, baste citar Los abedules, esa cinta maestra de Andrzej Wajda o bien preguntarle a algún polaco por el bosque y su sentido. Sonó, entonces, una metafísica sonora de encantos hondos. Un bosque de sonidos. Silbido de abedules.

Un cuarteto de alcances altos

Las otras aristas del cuarteto smietanesco demostraron también sus alcances altos: el contrabajista Adam Kowalewski, con reputación europea comprobable en el sonido de su instrumento, tan ágil como ancho y hondo. El pianista, Piotr Wylezol, es también maestro en el arte improvisatorio. Uno de sus solos lo dedicó, de manera manifiesta, a glosar fragmentos minimales del mismísimo Köln Concert de Keith Jarrett.

El sonido de Smietana es irresistible. Tiene la gracia de sonidos-eco, suma de confluencias y de influencias, entre ellas resultan evidentes las de Joe Pass y Al Di Meola, sin olvidar la raíz más honda, la del legendario Django Reinhardt. Y aquí otra vez el arte del cine: Woody Allen acaba de realizar otra obra maestra rindiendo pleitesía a los hombres del jazz con su filme Sweet and Lowdown (traducido bobaliconamente como El gran amante) para al mismo tiempo dibujar la naturaleza humana en cuerpo entero. En su concierto, Jarek Smietana glosó a un compositor de música de cine, el polaco Krzysztof Komeda, autor de la música de El bebé de Rosemary, filme de Roman Polanski, que sonó en una versión jazz de exquisiteces extremas.

Las vertientes variopintas del estilo Smietana alcanzan por instantes rasgos de genialidad semejantes a lo logrado por --otra vez el cine-- Neil Young en esa obra maestra de Jim Jarmusch titulada Dead Man. Al término feliz de una balada culminó el recital pero ante tanto entusiasmo derramado regresaron los músicos para una pieza de regalo, un blues de Charles Lloyd que volvió a inundar de neblina las butacas.

El cierre de este festival, el viernes 8, será sin duda histórico con el pianista Elis Marsalis, también con cuarteto en la Sala Nezahualcóyotl.