DOMINGO 3 DE SEPTIEMBRE DE 2000

Informe final

 

* José Agustín Ortiz Pinchetti *

ƑEstá Ernesto Zedillo muy preocupado por el veredicto de la Historia? Los políticos dicen que sus afanes se orientan a tener un lugar en la historia. Si hicieran caso del sentido común su inquietud debería reducirse al plazo de su propia vida. Tendrían que ser demasiado narcisistas para imaginarse a sí mismos contemplando desde la eternidad convertidos en estatua. Además, ninguno tendría la certeza de mirar la escena desde una altura celeste o desde una excesivamente caliente y sobrepoblada "dimensión inferior".

Zedillo podría estar muy contento si la recuperación económica que se planteó como el primer objetivo de su gobierno resiste los próximos 18 meses. Hoy parece prendida con alfileres y las fuerzas contradictorias que desencadenará el cambio de régimen podrían hacer que se desplome. Si esto no acontece y las corruptelas o complicidades del sexenio no son excesivas, el Presidente tendría motivos para esperar que se le reconozca su vocación democrática y su papel decisivo en el final de la transición electoral.

A pesar de un sinnúmero de contradicciones y errores, nadie podrá negarle el mérito de haber liberado del control presidencial a la Suprema Corte de Justicia y haber garantizado la alternancia pacífica. Sobre este punto seguramente habrá un debate. Por lo que conocemos el Presidente no frenó la maquinaria de compra y coacción de voto, pero tuvo la astucia para disciplinar a la más reaccionaria de su propio partido e impedir que se volvieran a robar la elección. Su oportuno reconocimiento del triunfo de Fox convirtió a éste en presidente electo y abrió las puertas de la democracia. ƑQuién podrá quitarle nunca este mérito?

El Informe de Zedillo tiene una gran importancia para la conciencia pública porque no sólo significa el final de un sexenio sino también el balance final del régimen presidencialista y de su último modelo económico.

El "sistema" alcanzó una gran consistencia interna y pudo mantener un alta cohesión social, al menos hasta 1980. La eficacia de la monarquía presidencial coincide con una etapa de prosperidad que abarcó aproximadamente unos cuarenta años (1940-1980). A pesar de que nunca logró superar la pobreza y la desigualdad, el sistema generó una enorme obra social que atemperó un poco las malas condiciones de vida de millones y permitió que prosperara una clase media y de modo excesivo una burguesía de mentalidad medievalesca.

Pero el "sistema" no pudo modernizarse a tiempo. Se mantuvo como una monarquía absoluta, temporal, hereditaria hasta 2000. Resultó incompatible para responder a la necesidad de la modernización económica y del reclamo progresivo de un espacio democrático que se hizo muy intenso en cuanto se detuvo el crecimiento económico a principios de los ochenta. Los historiadores del futuro se asombrarán por la supervivencia de instituciones creadas para gobernar un país semirrural en una sociedad que se modernizaba, crecía, se urbanizaba, se industrializaba y que modificaba sus valores y su conciencia.

El poder presidencial fracasó en su tarea de contener la corrupción que se expandió y extendió la época de gobierno y produjo ineficacia administrativa, tergiversación de los valores, un aumento del cinismo y una grave pérdida de confianza en las autoridades y de apego en el interés nacional y en el futuro.

Quizás el aspecto más brutal del sistema presidencialista en su etapa decadente es la forma en que contribuyó a la destrucción de la cohesión social con una política económica que se impuso en los últimos tres gobiernos. Las cifras proporcionadas por el INEGI (controlado por el gobierno) no pueden ser más elocuentes. Es posible que la historia conceda a los neoliberales ciertos créditos: un sistema financiero sano y una apertura de la planta productiva en México hacia los mercados internacionales; sin embargo, será muy difícil justificar ante las futuras generaciones una política económica que de modo deliberado tendió a concentración del ingreso en favor de una minoría que coincide en su composición y voracidad con las elites criollas herederas y beneficiarias del sistema de castas de la época colonial y del sistema porfirista.

Tampoco será fácil justificar el desmantelamiento de los mecanismos de defensa del Estado nacional. Los neoliberales no sólo fueron totalmente ineptos para aprovechar el fenómeno de la globalización y reducir sus daños sino que apresuraron una integración desfavorable a la economía de América del Norte sin haber consolidado ventajas comparativas.

Renunciaron a una gran tradición diplomática y a sus recursos. Da la impresión de que en lugar de preocuparse por el interés nacional buscaron la aprobación externa para sus propios fines.

El modelo neoliberal coincidió con la decadencia del sistema político. Una sola estrategia: mantener a un grupo cada vez más reducido de expertos en economía "moderna", en el poder y a otro grupo, una nomenklatura, una red de grupos de interés como beneficiarios del modelo y del país.

El gobierno democrático que surge de las elecciones del 2 de julio, la Presidencia de la República, los poderes Judicial y Legislativo, los partidos inclusive el PRI y todos nosotros tendremos que hacer un enorme esfuerzo para poder absorber y superar la herencia final del Sistema Presidencialista y de su última política económica.

Las circunstancias nos exigirán una cuota de generosidad, visión y eficacia fuera de lo común. Es difícil que en lo individual la mayoría tengamos un "lugar en la historia", pero como generación al menos tendremos nuestra oportunidad. *